Hoy es viernes 13 de enero, y es una fecha que para los amantes del cine de terror va relacionada de manera directa con una conocida saga de películas. Obviamente, hablamos de Viernes 13, estrenada en 1980. Una pequeña producción que narraba unos asesinatos en un campamento con fama de maldito y que creó uno de los mayores iconos del séptimo arte, al menos, en su vertiente terrorífica: Jason Vorhees. Tanto es así, que Viernes 13 cuenta con diez entregas, un crossover con Freddy Kruegger y un remake, ahí es nada.
Ahora mismo puede ser relativamente fácil acceder a estas películas de manera legal, pues están disponibles en el catálogo de varias plataformas digitales (la mayoría, en alquiler, al menos, de momento). Sin embargo, hubo un tiempo en el que para disfrutarlas había que alquilarlas en tu videoclub de confianza si es que las tenían en su catálogo, o, en el peor de los casos, esperar a que alguna cadena de televisión emitiese alguna de sus entregas.
Por edad, para mí Viernes 13 no tiene olor a palomitas en una sala de cine, sino que me evoca a noches frente a la televisión, con el dedo puesto en el botón REC del VHS para grabar las aventuras de Jason (o de su madre, si es que hablamos de la primera película). Recuerdo que la primera parte la grabé de Canal Sur y se emitió un viernes 13 de junio, el mismo día que transcurre la acción. Echando un ojo a viejos calendarios, esto fue en el cada vez más lejano 1997. La segunda la vi antes incluso que la primera, con unos siete u ocho años, y aquel último susto, justo antes de los créditos finales, me tuvo una noche en vela. La novena parte, esa en la que Jason se transfiere de un cuerpo a otro, la pude disfrutar gracias a una vecina que me la grabó de Canal +, y la disfruté sin entender muy bien ni qué me estaban contando.
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La mayor parte de las secuelas de Viernes 13 las vi (y grabé) gracias a Alucine, aquel viejo contenedor de cine de terror que programaba La 2 en la noche del sábado. Obviamente, las cintas de programaban de forma aleatoria, y lo mismo un día te pasaban la octava parte, y semanas o meses después, la quinta. Esto podría ser un inconveniente, por ejemplo, si hablásemos de la saga Saw, que cada largometraje engancha con los anteriores muy bien, a veces, en exceso, y necesitabas recordar que dos películas atrás hubo un policía o cualquier otro personaje que hizo algo que no debía. Pero con Viernes 13 no pasaba nada por ver los largometrajes así, salpicados. Es más, se hasta tapaban lo que podríamos calificar como pequeños agujeros de guion.
Y es que en las películas de Viernes 13 hay muchas incongruencias. En una parte te dicen que Jason murió y que sus restos fueron incinerados, y en la siguiente está enterrado en el cementerio del pueblo. En una es un ser humano normal, y en la siguiente ya es un monstruo paranormal que vuelve a la vida por gusto. O porque le cae un rayo, o porque lo resucitan con telequinesis, según corresponda.
Lo mismo se puede decir con la forma de jugar con el tiempo. En Viernes 13 2 hay un salto de cinco años, y de la cuatro a la cinco, otros tantos. Luego en la parte ocho te encuentras una adolescente que, de pequeña, fue atacada por Jason cuando era un niño. Pero si el tiempo tuviese sentido, Jason ya sería adulto cuando ella era una infante. O tampoco te dabas cuenta de que en Viernes 13 4 había un hombre que buscaba a su hermana desaparecida, un personaje que salía en la parte 2, y que técnicamente solo falleció dos o tres días antes.
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Ver Viernes 13 en Alucine también favorecía que se disimulase el síndrome de Darrin que sucedió de la quinta a la sexta. Técnicamente veíamos al mismo personaje, Tommy (que ya venía de la cuatro), pero gracias a las semanas que separaban su emisión no te dabas cuenta de que el actor, aunque se parecía físicamente, era otro. En la quinta o interpretó John Shepherd, y en la sexta, Thom Mathews. Es más, no solo tenía nueva cara, es que realmente era otro Tommy. En la quinta está loco por lo vivido en su infancia, y solo pronuncia unas 20 palabras en toda la cinta; en V13 6 es un tío muy resuelto, que se comunica con una facilidad que ya quisieran muchos, y hasta tiene tiempo para ligar.
Esta forma de jugar a la rayuela con el cine de terror es cosa del pasado. El consumo audiovisual a través de plataformas, sumado a la piratería, permite que cualquiera pueda tener a su alcance el título que desee, y si hablamos de una saga, que pueda disfrutar de las películas en el orden que quiera. Es más, ya ni siquiera hay sitio para el cine de terror en la televisión en abierto, al menos, como evento. Quedan pocos contenedores de cine temáticos, como Cine de Barrio o Versión Española, pero ya no hay lugar para el cine de terror en la televisión, entendido como evento. Ni una Noche de lobos, ni un Alucine. Ya no hay terrores favoritos. Y cuando se emiten taquillazos de género, a veces, se despacha en la sobremesa de los fines de semana, sin esperar siquiera a que empiece a oscurecer.