La 37.ª edición de los Premios Goya ha sido la gala de los grandes homenajes. La muerte de Carlos Saura obligó a modificar todo el organigrama alrededor de la velada. Eso se notó ya desde su inicio, después de que Manuel Carrasco cantase una versión muy personal de Cantares, se pudo ver que la organización quiso que el momento tributo fuese lo primero en verse. Un movimiento con el que así permitía que el resto de la gala fluyese y tuviese como protagonista a este maravilloso año de cine que ha vivido la industria española.
Presentada por Antonio de la Torre y Clara Lago, la gala ha optado por apostar por un estilo clásico, lineal y académico. Quizás en otro tiempo, esta elección de estilo se hubiera visto como demasiado conservadora. Pero, justo en un año en el que el cine español ha vivido muchas alegrías, cualquier polémica hubiera ensombrecido sus merecidos reconocimientos. De ahí, que optar por una velada en la que el cine sea el principal protagonista, haya sido la elección más adecuada.
Con una puesta de escena austera, la atmósfera cinematográfica ha estado mucho más presente que en otras ediciones. De hecho, el tributo a Saura trascendió a su homenaje, con varios ganadores rindiéndole tributo, como la propia Juliette Binoche, que sucedió a Cate Blanchett como Goya Internacional este año, quien terminó su discurso tarareando Por qué te vas, la emblemática canción de Jeanette en Cría cuervos.
Pero Saura no fue el único homenajeado. La gala ha sabido rendir tributo al centenario del nacimiento de Lola Flores, con Lolita cantando Ay, pena, penita, pena, mostrándose visiblemente emocionada. Mención también a las palabras que tuvieron Fernando Esteso, Blanca Portillo y Nora Navas para Agustí Villaronga, fallecido el pasado 22 de enero. La Academia ha sabido rendir homenaje a sus propias figuras históricas.
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Ahora bien, no todo ha sido homenajes, el apostar por un estilo académico ha permitido que los momentos de humor, tan arriesgados y que, muchas veces, no funcionan y solo retardan la entrega de premios, hayan quedado reducidos a ser casi un pie de página, con algún momento cómplice de Antonio de la Torre y Clara Lago con los nominados; lo mismo puede decirse respecto a las actuaciones musicales, convertidas en intermezzos que han remarcado esa sensación de fluidez. De ahí, que la entrega de los galardones haya sido tremendamente fluida (solo se ha extendido 20 minutos más de lo previsto). También ha ayudado que los ganadores hayan respetado, en su mayoría, el minuto de agradecimientos.
Precisamente, ese es el punto más fuerte de una gala que, dado su estilo académico, no ha arriesgado ni innovado en nada, no saliéndose del guion en ningún momento. Más allá de no querer quitarle protagonismo a las películas candidatas, también está el hecho de que la elección de Antonio de la Torre y Clara Lago como maestros de ceremonia era una decisión arriesgada en sí, dado que ninguno tenía experiencia como presentador de televisión.
Podría decirse que no hubiera estado de más que se hubiera apostado por un perfil más televisivo, con experiencia en defender una gala en directo. Ahora bien, contando con ese hándicap, era lógico que tanto Antonio de la Torre como Clara Lago fueran a apostar por ese estilo clásico del que se ha hablado anteriormente. Si algo funciona, ¿por qué modificarlo?
Eso sí, aunque tuviera un estilo fluido y clásico, los momentos de reivindicaciones políticas no han faltado, con varias menciones a la sanidad pública (solo Jordi Évole se salió del guion, al hacer una referencia concreta a la sanidad en Madrid). Eso sí, en materia internacional, sí que ha habido comentarios muy comprometidos sobre la Guerra de Ucrania y la lucha por los derechos de las mujeres en Irán. Pero, vamos, como ya se ha comentado en lo referente al humor, al final han sido notas a pie de página, dado que, precisamente, los mensajes más políticos han estado centrados en la precariedad del sector del cine.
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Eso sí, la gala no logra quitarse la espina de los problemas técnicos. Este año, el sonido ha sido el que más ha fallado, con momentos en los que los entregadores hablaban y se escuchaba como si estuvieran bajo el agua. Parece que esos fallos se han convertido en un clásico más de los premios. Por otro lado, la gala tuvo momentos llenos de emoción, como la victoria de Telmo Irureta al mejor actor revelación por La consagración de la primavera, quien dejó uno de los discursos que más supo visibilizar la diversidad.
De hecho, el discurso del presidente de la Academia, Fernando Méndez-Leite, solamente hizo referencias a los esfuerzos que realiza la institución; así como reivindicó el apoyo a las salas de cine, las distribuidoras, la presencia de las mujeres profesionales en el sector, el impulso del cine de animación, la importancia de recordar que los cortometrajes son cine; así como también tuvo palabras para las producciones comerciales que han llevado al público a las salas. Todo centrado en los logros y las necesidades del sector.
En lo referente al palmarés, han sido unos premios muy repartidos. As bestas partía como favorita y no ha decepcionado con 9 galardones, incluidos los de mejor película, mejor dirección, mejor actor y mejor guion original. Luego está Modelo 77. Aunque películas como Cinco lobitos y Alcarràs obtuvieron muchas nominaciones, el nombre de Alberto Rodríguez sigue teniendo un gran peso. De ahí, que la cinta protagonizada por Miguel Herrán fuese la otra gran protagonista, alzándose con cinco ‘Cabezones’ (que este año han sido de bronce reciclado). Le siguió Cinco lobitos, que terminó logrando tres galardones.
Los Goya recuerdan algo, quizás, incómodo, las galas de premios son eventos encorsetados que, precisamente, un estilo clásico y lineal, con algún que otro momento ameno, hacen que fluyan y, sobre todo, no se pierda a lo que debe homenajearse, en este caso, el cine. Lejos de querer huir de ello, esta 37.ª edición ha sabido abrazarlo.