Mediaset España está viviendo un auténtico terremoto en sus redacciones. El pasado 17 de febrero llegó la bomba, la corporación vetaba a 13 personajes que no podían ser nombrados ni referenciados de ninguna manera. Nombres como los de José Ortega Cano, Gloria Camila, Antonio David Flores o Rosa Benito se han prohibido en los diferentes formatos de la cadena, con Rocío Carrasco como figura más visible entre los nombres vetados. A ello se suma un código ético que impide hablar de política en formatos dedicados al entretenimiento como Sálvame, Viernes Deluxe o Supervivientes.
Más allá de entrar valorar el nuevo código ético impuesto por el nuevo consejero delegado de Mediaset, Alessandro Salem, en el que existen puntos a valorar con el hecho de que se prohíba “atacar o criticar a ningún otro programa de la compañía o a sus presentadores y colaboradores” o que no se pueda abandonar en directo el plató de un programa sin que haya una causa que lo justifique; lo cierto es que el anuncio del código ético tiene un error en lo referente a estrategia de imagen.
Que se hayan hecho públicos los 13 nombres de personas vetadas suena, más que a una declaración de intenciones, a un mero ejercicio de censura. Sí, un medio de comunicación es libre de decidir cuáles con sus contenidos, faltaría más, pero el que se sepa quiénes son los cancelados y que las redacciones no puedan siquiera utilizar imágenes de archivo en las que aparezcan dichas personas, aunque la noticia no esté relacionado con ellos, y que así entorpezcan la labor profesional de sus propios trabajadores, se interpreta como un intento de golpe sobre la mesa que parece más bien un acto exagerado que otra cosa.
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De ahí, que no se haya visto cómo un compromiso real de cambio. Sí, por supuesto, tanto Cuatro como Telecinco, como los canales temáticos (en menor medida), necesitan un cambio radical en sus contenidos y que vuelva la esencia de Mediaset, cuyo ADN natural ha estado siempre enfocado en el entretenimiento, con espacios icónicos como El nuevo juego de la oca, Tutti Frutti (con las míticas Mama Chicho) o el Telecupón. Pero no habla muy bien que ese giro se vea como una forma de veto, especialmente, hacia personajes que, hasta nace nada, han servido de fuente de contenido para sus diversos formatos.
Otra cosa hubiera sido que, poco a poco y de forma escalonada, se hubiera prescindiendo de cierto contenido. Esto hubiera podido realizarse desde inicios de este año, cuando se suponía que iba a comenzar el cambio de contenidos. De igual forma, dificultar la labor de documentación, dado que los nombres vetados no pueden aparecer siquiera como personajes de fondo en noticias ajenas a ellos.
También, en lo referente a verter juicios de valor o comentarios políticos. Es evidente que se busca acoger a la mayor parte del público. Es más, en ciertos formatos, se sentiría como fuera de lugar, como en Got Talent. Ahora bien, ¿qué se considera ideología política? ¿Pronunciarse a favor de un líder de un partido en concreto? ¿Criticar la labor del gobierno o de una autonomía? ¿Hablar sobre los derechos de una minoría? El código tiene cierto punto de ambigüedad que no beneficia, en absoluto, a las intenciones de la nueva directiva.
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Ese grado de indeterminación puede provocar un exceso de autocensura, lo que, sin duda, vuelve a perjudicar a la marca. Una vez más, puede leerse una lectura positiva, una declaración de intenciones. Sin embargo, toca también pensar desde la otra perspectiva, lo que deja en evidencia que el saberse públicamente el veto de 13 personas, así como ciertas reglas demasiado restrictivas sobre lo que pueden o no hablar los trabajadores puede tener el efecto contrario a lo que la nueva directiva busca.
También está la duda de qué pasaría si uno de esos 13 personajes vetados se convierte en noticia y termina formando parte de la agenda del día del resto de cadenas. ¿Se cubriría solamente de forma informativa? ¿Se tiraría de información de agencia? ¿O, directamente, se omitiría, a pesar de formar parte de la tertulia social de otras cadenas como Antena 3, La 1 o canales autonómicos?
Y es que no hay nada peor que dar una mala imagen, algo que lleva combatiendo Telecinco desde hace unos años, desde su crisis de audiencias. Por supuesto, apoyar más la ficción, invertir más en su emisión en abierto; buscar salirse de la fórmula de realities, con galas de más y debates que ya no interesan como en antaño; modificar lo que significa un famoso VIP, dado lo sobreexplotado que está el concepto, o el espaciar el estreno de sus formatos que mejor funcionan, como ha sucedido con la bajada de audiencia de La isla de las tentaciones, son cambios que Telecinco demanda (sin nombrar la importancia de que Cuatro cuente con su propia esencia y deje de producir la impresión de que se ha convertido en el contenedor de proyectos fallidos de la cadena principal de Mediaset).
Sin embargo, todo ese trabajo de cambio de imagen se puede venir abajo si el público percibe efectos negativos en su nuevo código ético. Mediaset corre el riesgo de que el público que ya ha abandonado a Telecinco no solo no vuelva, sino que puede perder aquel espectador fiel que ha seguido apoyando a la cadena. De ahí, que, aunque las causas de los cambios busquen la supervivencia del medio, una mala estrategia de imagen puede provocar lo opuesto.