Esta semana saltó la noticia de que TVE, con Elena Sánchez liderando la nueva directiva, ha tomado contacto con la productora Europroducciones para barajar la posibilidad de recuperar uno de los formatos más icónicos del ente público, Grand Prix. El programa presentado por Ramón García entre 1995 y 2005 fue uno de los emblemas de la Corporación, además de recordar cómo las cadenas apostaban por una parrilla propia para la temporada estival.
Por supuesto, en caso las conversaciones lleguen a buen puerto, esto serviría no solo para darle una nueva vida al formato, sino también para tirar de nostalgia y lograr reunir a público de distintas generaciones. Las de aquellos que se criaron viendo el programa como las de los que tengan curiosidad y no hayan vivido en esas épocas estivales en la que toda la familia se juntaba para ver a vecinos de diferentes pueblos enfrentarse a una auténtica y frenética yincana televisiva.
Para aquellos que no estén familiarizados, Grand Prix comenzó su emisión el 17 de julio de 1995, dentro de la parrilla estival. En su primera temporada, el concurso se llamó Cuando calienta el sol y consistía en enfrentar a cuatro pueblos de la geografía española que tuvieran una población inferior a 5.000 habitantes. Representados por los colores rojo, azul, amarillo y verde, cada equipo de los pueblos lo conformaban 30 ciudadanos de cada villa. En cada prueba, iban sumando diferentes puntos y se clasificaba para la siguiente etapa aquel pueblo que lograse acumular la mayor puntuación.
[La tronchante conversación de Ramón García y Gloria Santoro con un manchego que se quedó sin jamón]
El siguiente año, ya renombrado como Grand Prix, las competiciones se redujeron a dos pueblos por programa. El sistema era parecido, dado que los concursantes de cada villa lo conformaban 30 personas, además, se mantuvo que los equipos (divididos en rojo y azul) fuesen liderados por su respectivo alcalde o alcaldesa y que fuesen representados por famoso que actuaba a modo de padrino. El pueblo que acumulase mayores puntos, se clasificaba para la siguiente ronda, la semifinal. El premio en esta etapa consistía en 6.000.000 de pesetas (36.060 euros). Tras once ediciones en TVE, en agosto de 2007, el programa volvió a la vida de la mano de FORTA, la cual emitía el concurso en diferentes canales autonómicos.
Una oportunidad para desafiar al efecto nostalgia
Entre las distintas pruebas, las más emblemáticas eran las relacionadas con la vaquilla, la cual ejercía la función de elemento molesto, dado que los concursantes debían o evadirla o llamar su atención para que moleste al equipo rival. De hecho, eran tan populares, que la mascota del programa y eslogan era una vaquilla. Es este aspecto en el que recuperar un formato como el Grand Prix supone un reto, dado que el programa tendría que adaptarse a la actualidad.
Y eso implica que no hubiera una vaquilla. No tanto por cuestiones éticas o morales, sino ya directamente legales. Ya lo advirtió el propio Ramón García cuando le preguntaron por la vuelta del concurso. “La vaquilla, ahora, sería imposible, porque la nueva Ley de Protección Animal prohíbe la presencia de animales vivos en programas de televisión. Por lo tanto, si se hiciera no podría estar la vaquilla porque nos llevarían a la cárcel”, expresó.
Con lo cual, tiene toda lógica que no haya vaquilla. De ahí, que surja la pregunta de cómo sería esta nueva versión y cómo lograría mantener el efecto nostalgia. Frentes muy amplios que suponen un reto que puede ser un arma de doble filo. Por un lado, mantener contento al público nostálgico y, por otro, adaptarse a la realidad actual y ser atractivo para el espectador contemporáneo sin perder su espíritu. Es ahí donde se ve que la vuelta del Grand Prix conllevaría a estudiar minuciosamente cómo recuperarlo y que mantener. La vaquilla podría convertirse en una mecánica, por ejemplo, o que haya una prueba central en la que la figura de la ternera sea esencial, como si los concursantes se montaban en un toro bravo mecánico.
Por otro lado, también recuerda los peligros de la nostalgia, que tienden a magnificar los recuerdos. De hecho, había otras pruebas igual de icónicas, como la de los troncos locos, que dejaban situaciones dignas de Humor amarillo o la de la patata caliente, en la que los padrinos y alcaldes debían contestar a una serie de preguntas y evitar que les explote el globo en forma del mencionado tubérculo. Y estas, por supuesto, podrían volver, manteniendo ese espíritu competitivo del formato original.
De ahí, que sea un reto que, si funciona, puede dejar la puerta abierta al retorno de formatos clásicos en forma de ‘reboot’, como a concursos del estilo ¡Qué apostamos! o Lluvia de estrellas. La nostalgia bien trabajada puede servir para crear un formato atemporal que continúe conquistan a distintas generaciones. Ejemplo de ello puede ser Pasapalabra, que ha pasado hasta por dos cadenas distintas y que lleva en emisión desde 2000, consiguiendo audiencias millonarias 23 años después aún. Y, como puede verse en una comparativa, la versión presentada por Roberto Leal tiene cosas en común la que condujo Silvia Jato en sus inicios, pero también es muy diferente. De momento, toca esperar para ver si las negociaciones llegan a buen puerto y Grand Prix regresa.