Este pasado martes, 23 de mayo, me di perfecta cuenta del gran poder de manipulación que tiene la televisión. Cuando un programa te quiere hacer creer algo, lo consigue hasta tal punto que terminas dudando de tus propias creencias. En El Hormiguero hicieron un gran ejercicio de ese poder con la visita del diestro Enrique Ponce (51 años) y su razón de amor, Ana Soria (25).
Juro que, por momentos, creía estar ante una pareja de tórtolos, casi adolescentes ambos, que derrochan feromonas y amor a cascoporro. Pero no: la realidad es otra bien distinta; él tiene 51 y ella 25. No voy a negar que fue la gran entrevista de los últimos tiempos, y chapó por Pablo Motos (57), que fue el artífice y quien la consiguió. Pero, lo siento: tengo que reconocer que me dio vergüenza ajena en determinados momentos, por no decir en casi todos.
No lo pasé nada bien, porque no podía dejar de pensar en una única persona, en la que parece que El Hormiguero no reparó: Paloma Cuevas (50). Porque a nadie debería olvidársele que Enrique Ponce -antes de que le nublara el sentido el amor que sintió nada más ver a Ana Soria- estaba casado y tiene dos hijas. Conviene recordarlo y no olvidarlo, porque parece que este martes, durante la emisión del programa, Ponce y Ana no tenían pasado.
Ella prácticamente por edad no lo tiene, pero él sí. Enrique, a fuerza de amor empalagoso, dulcificó una presunta infidelidad pública a su mujer.
No sólo esto, sino que encima, en plena euforia del amor, y cómodo y relajado como se sentía ante su diosa -Soria- y su amigo Motos, metió la pata hasta el corvejón descubriendo su gran mentira: su relación con la joven Ana comenzó mucho antes de lo que se nos había dicho. Ay, ay, esa memoria, Ponce.
Va el tío, crecidísimo, y cuenta que fue durante una corrida de toros, en Almería, cuando se fijó por primera vez en Ana. "Fui a torear a Almería, y estando allí en el callejón, la vi en el tendido, sentada", dice Ponce. El torero, obviando que estaba casado, preguntó a un amigo si la conocía y éste le dio su nombre. "La busqué por Instagram y la encontré", reconoce entre risas.
Él ríe, cómplice. Pablo, también. Ana se sonroja y el ambiente parece gritar a voz en cuello que viva el amor, que el amor todo lo puede. Y yo también lo creo, sólo voy a poner un matiz: Enrique está reconociendo eso, pero lo está diciendo un señor que cuando vio a Ana y le trastocó el mundo estaba casado, felizmente casado de cara a la galería y al mundo del papel couché.
La gran mentira de Ponce viene cuando desvela que fue en Almería, en esa corrida, cuando su vida cambió para siempre y un nombre de mujer la puso patas arriba. Esa corrida, como desliza en sus redes Beatriz Cortázar, habría tenido lugar en agosto de 2017, por lo que Ponce está admitiendo, a la luz de sus palabras, que su relación con Soria comenzó mucho tiempo antes del que se nos contó oficialmente.
Los datos, siempre tan asépticos y certeros, cuentan que Ponce y Paloma Cuevas se divorciaron en verano de 2020. En julio, en concreto, se hizo pública su separación, y si no me falla la memoria en ese momento se habló de que no existían terceras personas. Pues vaya, resulta y parece que sí existían. Al menos, una tercera, de nombre Ana. Si Enrique y Ana se conocieron en 2017, ¿podríamos decir que llevan seis años de relación?
No cabe duda de que Ponce se ha metido en un jardín muy complicado. Y yo me vuelvo a preguntar cómo estará Paloma Cuevas. Cómo vio la entrevista, porque doy por hecho de que la vio. Qué sintió al ver al que fue su marido en un plató de televisión, en directo, proclamando su amor obnubilado por una joven que lo atrapó en 2017.
¿Nadie piensa en Paloma? No estoy diciendo que Enrique y Ana no puedan contar su historia de amor y pasearse por los platós, pero convendrán conmigo en que las cosas se pueden hacer de muchas maneras. Máxime, si nuestro calendario amoroso hace aguas. Y estoy hablando todo el rato de Paloma, pero bien podría señalar que Enrique tiene dos hijas, la mayor de 15 años. A las puertas de la adolescencia.
Pero, bueno, parece que todo eso no existe: ¡viva el amor! Muchísimo amor el que se profesan Ana y Enrique, muchos gestos de protección en directo. Él está entregadísimo a la causa, lo veo súper mega enamorado. Ella, también, sí, pero, a mi modo de ver, el que está enloquecido de amor es él. De ella, destaco su admiración hacia él, extremo que se aprecia en cómo lo mira. Admirar, sí, también es una forma de amar.
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"Desde que me enamoro de él paso a ser alguien conocido, pero sin que la gente sepa cómo soy. He aguantado mucho, los dos, llevamos tres años aguantando cosas, escuchando cosas que no son justas, que duelen. Somos personas con corazón, tenía ganas de que la gente vea que soy una chica normal, con sentimientos y ya está. Que puedan conocerme de lo que ha salido de mi boca, y nos parecía el sitio ideal", se desahoga Soria junto a Pablo Motos.
La veo y reflexiono: oye, para ser tan tímida, para no gustarle nada este mundo, para no querer ser conocida, cuánta desenvoltura la de Almería ante la cámara. Cierto es que al principio la vi un tanto nerviosa, pero después se hizo con todo el cotarro con una facilidad pasmosa. ¡Como si llevara toda la vida en televisión! Incluso, por momentos Enrique Ponce quedaba relegado a un tercer plano y sólo le concedía la palabra de vez en cuando.
Sea como fuere, Ponce está enamorado y lo ha gritado a los cuatro vientos. Le ha dado su sitio a Ana Soria después de tantas críticas. Bien, correcto. Pero es de justicia decir que hay otra mujer, Enrique, que lo pasó también muy mal y que ha estado en silencio y sigue en él: Paloma Cuevas, tu exmujer. Yo no me olvido de ella porque en esa corrida en que Ponce vio a Ana por primera vez Paloma comenzó a asumir un papel: el de damnificada.