Durante la segunda temporada de Drag Race España, Atresmedia se sacó de la chistera un programa llamado Sí lo digo donde exconcursantes del formato comentaban cada capítulo. Entonces la anfitriona fue The Macarena, que este año regresó a la competición como concursante de pleno derecho. Esto no suponía el final de Sí lo digo, pues el programa, que se disfruta a través de atresplayer, regresó con la andaluza Samantha Ballentines como maestra de ceremonias.
A lo largo de este Sí lo digo 2 han pasado por el sofá de la casa de Samantha algunas de las que fueron sus rivales durante Drag Race España como Marisa Prisa, Ariel Rec Onyx o Jota Carajota. Pero, con permiso de todas las invitadas, nada supera a la química que Samantha tenía con Estrella Xtravaganza, quien fuese finalista de su temporada.
En el primer episodio coincidieron por primera vez, y fue una delicia. Y luego repitieron en la review del séptimo. Tienen un humor de trazo grueso, en el que no faltan los insultos, los eructos, la complicidad de lo que parece dos compañeras de piso condenadas a entender. Y todo ello en un maravilloso acento andaluz que ninguna de las dos se esfuerza en ocultar.
Ya solo queda un Sí lo digo, el de la semana que viene, cuando se corone a la ganadora de la edición (algo para lo que Pitita tiene todas las papeletas tras haber ganado cuatro desafíos). Será una pena que Samantha Ballentines no se vuelva a colar en nuestras casas por la plataforma de Atresmedia (salvo que sea concursante de Drag Race España All Stars). Pero también lo será el saber que no volveremos a Estrella y Samantha hacer más cosas juntas en la pequeña pantalla, dejando que la conversación entre ambas fluya hacia donde tenga que fluir.
Ambas tienen un potencial cómico excelente cuando no siguen un rígido guion por delante, permitiendo que sus personajes drags salgan a la luz y arrasen con todo. El que aquí escribe ha soltado auténticas carcajadas con las burradas que se decían o hacían durante el Sí lo digo, que es una de esas joyitas de atresmedia que a veces pasan desapercibidas. Ese momento en el que Estrella tenía que pintar con acuarelas y como no había agua acabó escupiendo en la pintura es oro puro.
Cierto es que, individualmente, las dos artistas podrían parecer demasiado intensas. No paran de decir chorradas, insultos o lo que corresponda uno detrás de otro. Y gritan. Mucho. Pero, no sé si por todo lo que han trabajado juntas, o sencillamente, porque son así, saben darse una el espacio a la otra. Entienden cuándo es necesario dar un poquito de oxígeno a la charla cuando la cosa está demasiado arriba, ceden, callan, dejan que la otra brille. Tienen una magia de esas que destilaban los dúos cómicos históricos de nuestra televisión, de esos que hacían especiales de Nochevieja y programas semanales. Me dan la complicidad que tenían Millán Salcedo y Josema Yuste o José Mota y Juan Muñoz en sus mejores momentos.
Hacen del absurdo su bandera, encadenando un chascarrillo tras otro, y funciona a las mil maravillas. No hay trasfondo. Lo que ves es lo que hay. Se aman y se odian en el mismo minuto. Y el eructo que acabas de escuchar es el que se han tirado.
Por todo esto, y por mucho más, Samantha y Estrella se merecerían un programa juntas, compartiendo el protagonismo. Haciendo reír al espectador con sus ocurrencias, sus chistes escatológicos, esa comedia física que tienen, ese gusto por alzar la voz un tanto gratuito. Saben robarse el foco, atraer todas las miradas. Nos han dado de probar su néctar (o su kebap), y ahora, simplemente, necesitamos un poquito más. Que tomen nota los Oompa Loompas.