Este último domingo de octubre amanecíamos con la aciaga noticia de la muerte del actor Matthew Perry a los 54 años. Su cuerpo apareció flotando en el jacuzzi de su casa. Un final triste para un hombre que nos hizo reír durante años, pero cuya vida personal no fue en absoluto una comedia, con una lucha larga contra las adicciones a las drogas y al alcohol.
El legado que nos deja en el cine y la televisión es de lo más variado, pero su nombre siempre irá asociado al de Chandler de Friends. Chandler M. Bing, Chandler Muriel Bing, la señorita Chanandler Bong para la revista que estaba suscrito. El chico cuyo trabajo desconocían sus amigos, que hacía bromas cuando se sentía incómodo, el que tenía un tercer pezón, el que cogió un avión a Yemen para alejarse de una exnovia con la que recaía de forma cíclica.
Decir el nombre de Friends es trasladarnos a una televisión que ya no existe, en el que las comedias de situación poblaban las sobremesas. El caso de Friends resulta especialmente curioso porque lo daban en Canal +, cadena de la que el grueso de su programación era codificada, y solo una parte en abierto para que la pudiese ver todo el mundo. En ese porcentaje entraba Friends, o al menos, sus temporadas antiguas, pues las de estreno sí que eran para deleite exclusivamente de los abonados.
Friends se convirtió en una institución a la hora de comer, como sucedía también con Los Simpson. De hecho, cuando desapareció Canal+, sus episodios volvieron a pasarse por Cuatro. Eran unos viejos conocidos, y aunque supiésemos toda su historia, nos la volvíamos a ver una y otra vez, sin necesidad siquiera de hacer el seguimiento de la historia. Cualquier capítulo suelto era agradable de ver, y en dos pinceladas ya recordabas el contexto de las tramas. Si Ross y Rachel estaban juntos, o si habían roto definitivamente tras darse un tiempo. Si Mónica estaba con Richard o si ya se había acostado con Chandler en Londres, si lo mantenían en secreto, o si alguno de la pandilla ya sabía que estaban liados.
Tener a este grupo de neoyorkinos en la pequeña pantalla nos hacía sentirnos uno más de la pandilla. Es una de esas series que todos hemos tenido alguna vez puesta de fondo, porque da compañía y confort. No tienes que pedirle nada, porque ya sabías perfectamente lo que te iba a ofrecer.
En el caso de Chandler, su personaje conectaba con el espectador por ser el más normal de los chicos. No era inteligente como Ross, ni tampoco un hombre con encantos para que las mujeres cayesen rendidas a sus pies, como Joey. No tenía un carácter fuerte como Monica, no se había criado en algodones como Rachel, ni levitaba por el mundo como Phoebe. Tenía una importante mochila emocional a su espalda que canalizaba a través del humor como podía. Lo pasó tan mal de pequeño por la separación de sus padres que, de adulto, solo intentaba hacer la vida más divertida a los demás.
El “transpositor” (según Rachel, en referencia a su oficio) era todo amor, y lo trasladaba a los animales (tuvo de mascota un pato y un pollo), y también a sus amigos. Fue el bastón que ayudó económicamente a Joey a caminar en la jungla de Nueva York mientras encontraba buenos papeles como actor. El que sabía hacer el regalo perfecto en el momento adecuado. También metió la pata, como la vez que se enamoró del ligue de Joey, o cuando se volvía a acostar con Janice una y otra vez cuando no quería estar solo. Pero ese tipo de gestos solo ponía en énfasis su lado más humano y mundano, porque no era perfecto, pero él tampoco se creía así, ni tampoco se esforzaba en aparentarlo. Era, simplemente, él mismo y sus circunstancias.
Así pues, Matthew Perry ha muerto, pero su personaje de Chandler será inmortal, como todo Friends. Y es que casi 20 años después de su final todavía hablamos de la serie. Los digitales se llenan de noticias de forma recurrente de declaraciones de sus actores o creadores dando detalles de cómo se grabó o escribió tal secuencia, y en muchas conversaciones coloquiales se extrapolan situaciones de nuestras propias vidas a lo que sucedió en aquel capítulo de Friends. Gracias por todo, Matthew.