Quizás podamos habernos quedado con la sensación de que el quinto capítulo de Cuéntame cómo pasó baje el listón o que sirva de transición para lo que se viene, pero la realidad es que se me ocurren pocas formas mejores de despedir a uno de los personajes más importantes de la historia de la televisión: Antonio Alcántara Barbadillo.
No es nada fácil sintetizar su vida, plasmada en 22 temporadas, en poco más de 70 minutos. Pero nuevamente la serie de Ganga consigue hacerlo con éxito con un episodio muy Antonio Alcántara, el más cómico de la última tanda, y en el que los espectadores ríen, se enfadan y hasta se reconcilian -como a lo largo de toda la serie- con el patriaca de la familia, siempre acompañado de su Milano. Porque, ya lo dice Herminia, "este marido tuyo, vende arena hasta en el desierto".
Escrito por Joaquín Oristrell (también lo dirigió), Sonia Sánchez y Manu Dios (Luis en la serie), el episodio 411, Antonio. La Tierra, arranca directamente en las Navidades de 1999, cuando el mundo entero estaba acongojado por el Efecto 2000. El capítulo se inicia con Antonio mirándose al espejo viendo en sus ojos cómo ha pasado el tiempo por encima. De fondo, escuchamos el tema trap que compusieron El Coleta y Cecilio G para la ficción de TVE.
La introducción continúa con la voz en off de Carlos: "Como padre es un regalo: autoritario, imbasivo, machacón... Pero, en honor a la verdad, ni se lo hemos puesto fácil ni le hemos devuelto la décima parte de lo que nos ha dado. Un tipo flacucho y fibroso con un ego muy grande. A ratos divertido, a veces cariñoso, valiente siempre y, por encima de todo, infinito". Unas palabras que bien podrían servir como sinopsis del capítulo porque, efectivamente, es tal cual. Es la esencia de Antonio.
Sobre él gira toda la trama cómica que se va enreversando cada vez más. Antonio se ve obligado a viajar hasta Sagrillas para resolver un fallo en la válvula de su bodega que está regando a todo el pueblo con su vino. Y lo hace con Sol, la hja de Toni y Deborah, y con la adorable compañía del Tamagotxi (Tamarrutxi para Antonio), aquel dispositivo electrónico en el que aparecía una mascota a la que teníamos que limpiar cuando se hacía caca o dar de comer cuando tenía hambre.
Pero la excursión no acaba saliendo bien del todo porque Antonio acaba perdiendo a su nieta. Y aunque lo trate de ocultar por todos los medios, acaban enterándose sus padres, quienes deciden poner rumbo a Sagrillas junto a Mercedes. Y entre tanto lío, la serie pone de manifiesto la problemática que existe en casi todas las familias. O sea, cómo los abuelos, incansables cuidadores de sus nietos, acaban pagando los platos cuando ocurre algo, algo que queda patente en la escena del coche.
Mercedes no puede contenerse al ver que Deborah no para de insistir en que "nunca más" cometerán esa irresponsabilidad de dejar a su nieta al cuidado de un ya mayor Antonio. "A ver si es verdad", salta contenida. "Porque habéis tirado de nosotros lo que os ha dado la gana. No es justo. Tu padre ha hecho de canguro muchas veces. La ha llevado al cine, a los títeres, al parque de atracciones... A muchos sitios y nunca ha pasado nada".
"Porque los abuelos estáis para ayudar, ¿no? Y qué, ¿os damos ahora las gracias mientras la niña está desaparecida? Seguro que se ha preocupado más por su bodega que por su nieta, que ya le conocemos", dice Deborah haciendo explotar por completo a Merche enzarzándose en una fuerte discusión: "Y vosotros le habéis prestado más atención a vuestro trabajo que a vuestra hija".
Sol acaba apareciendo, pero Antonio, cansado por ese complejo de Marqués de Griñón, decide darse por vencido y vender la bodega a Somoza, su máximo enemigo. "No quiero ser el problema. Quiero descansar. Quiero Paz. Estoy viejo". Pero de nuevo su Milano sale al rescate con unas palabras llenas de amor: "No quiero un viejo en mi casa, no quiero un viejo en mi casa, no quiero a un marido que me ayude a sacar la basura, gracias. Contigo ni una broma, no me puedes dejar sola en este trozo del camino. Quiero que vuelva el 'parriba', no el 'pabajo".
Pero Antonio, muy astuto, se viene arriba destapando el tejemaneje de Somoza para llevarle al límite y obligarle a que le venda la bodega. Antonio termina de reconducir la situación consiguiendo in extremis el carnet de conducir y llegando, por todo lo alto y con cara de "cordero degollao", a San Genaro haciéndole toda una declaración de amor a su mujer. "Te hecho caso y no he vendido. En cuanto a lo otro [la vejez] yo hago lo que puedo, pero es verdad que cada día veo peor, oigo menos y tengo muchas lagunas de memoria en la cabeza. Pero cuando estoy peor y apareces tú, se me quita el miedo a todas las averías que la vida me está poniendo por delante. Y si tu quieres, sólo si tu quieres, ¿eh?, todavía podemos ser jóvenes", le dice mientras les aplauden todo el barrio. Un aplauso a una historia de amor incondicional.
El capítulo acaba con Antonio entrando en el 2020 completamente entusiasmado y mirando pa' arriba, como no podía ser de otra manera, mientras suena la canción Lo bueno y lo malo, de Duquende con Tomatito a la guitarra, dejando al espectador un sentimiento agradable y reconfortante ante lo que está por venir con los capítulos dedicados a Herminia y Carlos, por este orden. Mejor no pensar en lo que veremos la semana que viene, ¿no? Es inevitable derramar una lagrimilla cuando vemos la ilusión de Herminia por estrenar un vestido a sus cien años. Por cierto, el último plano, el avión surcando cielo de San Genaro, ¿nos está conduciendo al 11S?
El episodio, por cierto, resuelve la trama de Inés con Mike, lo que resuelve nuestras dudas de por qué el inglés no aparecía en el entierro de la abuela. Mike acaba marchándose de casa al ver que es un estorbo en la vida de Inés. Tanto es así que no se atreve en ningún momento en contarle que ha desarrollado el SIDA. Un desenlace un tanto atropellado en esta última temporada más corta de lo habitual en la que los años están pasando de forma fugaz -ni rastro de 1998-, pero que se ha cocinado a fuego lento.