La pasada semana se estrenó en Netflix 900 días sin Anabel. Un true crime que recupera el secuestro más largo de España, aunque, en realidad, fue el de los más cortos pues solo duró unas horas.
La madrileña Anabel Segura fue introducida a la fuerza en una furgoneta por dos individuos el 12 de abril de 1993 en La Moraleja, Alcobendas. Aunque llamaron a la familia e intentaron pedir un rescate millonario por devolverla, la joven fue asesinada pocas horas después.
Una serie creada por Señor Mono (En el nombre de ellas) y producida por Iñigo Pérez-Tabernero y Toño Sanchís (Loveo Audiovisual) que cuenta con el relato de muchas personas cercanas al caso. Desde Paco Lobatón, que presentaba ¿Quién sabe dónde? en TVE, a vecinos como Vanessa García, la hija de Manolo Escobar, pasando por personal de la policía.
En el tercer episodio, antes de conocer el desenlace, el documental expone "el gran problema de la policía: los videntes". Y, para ilustrarlo, muestran un fragmento de una intervención en televisión de Octavio Aceves, quien explicaba a la cámara: “Vidente se nace, parapsicólogo se hace, soy ambas cosas, pero nací vidente”.
El argentino tuvo tal popularidad que llegó a ser recibido incluso en la Zarzuela, y pasó prácticamente por todos los canales como colaborador.
900 días sin Anabel recoge cómo en aquellos años los videntes estaban muy presentes en la sociedad: “En las radios, en las televisiones. Había gente de alto nivel y de campanillas que consultaban a los videntes”.
Y estas personas con presuntos poderes paranormales hablaban más de la cuenta en casos tan graves como el de Anabel Segura. En concreto, el documental muestra las palabras de uno que aseguraba que aparecería a finales del mes en el que estaban. Su fuente de información: que la noche antes estaba pensando en ella y le lloraban los ojos.
La investigación, comprometida
A veces, la policía se veía comprometida a seguir las indicaciones de los videntes. Puede que, fingiendo un don divino, alguien implicado en el secuestro diese una información. Algunos hasta pedían dinero por revelar aquellas imágenes que le venían a la mente.
“Un vidente en Siria se puso en contacto con su enlace en España y decía que veía a Anabel en la mano de una mujer virgen. Nos llevó a Alcorcón y, evidentemente, allí no estaba Anabel”, se cuenta en la obra. Otro fue con dos palos (se entiende que de zahorí) y que paseando por la Plaza Mayor de Salamanca aseguró que había que hacer un agujero allí mismo: que bajo la misma se encontraba enterrada Anabel.
La cuestión es que, como se expone en 900 días sin Anabel, el hecho de que un vidente diese un dato crucial para la investigación por “inspiración divina” supondría un problema para el mismo, dando por sentado que no existen tales poderes. “Son auténticos sinvergüenzas, estafadores y quieren vivir del dolor ajeno”, dice sin piedad Paco Lobatón.
Paco sabe bien de lo que habla. En los años 90 los videntes, como demuestra 900 días sin Anabel, estaban integrados hasta en los programas de televisión. En los matinales, en programas de entretenimiento puro como ¡Hola, Raffaella!, hasta al El Gran Juego de la Oca fue Rappel a lanzar predicciones en una de sus pruebas, y los concursantes debían acertar si lo había predicho o no.
La dimisión de Paco Lobatón
De esa ecuación no se escapaba ¿Quién sabe dónde?. Y, por los videntes, el programa casi deja de ser tal y como lo conocíamos. Para quien no lo recuerde, fue un formato en el que la gente acudía a buscar a amigos o familiares desaparecidos, enseñando fotografías y ofreciendo datos que permitiesen encontrarlos.
Inicialmente presentado por Ernesto Sáenz de Buruaga, fue con Paco Lobatón como presentador cuando alcanzó su mayor popularidad. Estuvo en antena entre 1990 y 1998, y despuntó con su seguimiento con desapariciones como la de las niñas de Alcàsser.
En marzo de 2017, Lobatón recordó en laSexta cómo llegó a presentar su dimisión después de la presencia de un vidente en su plató. “Fui a hacer el programa, venía de la radio, y no tenía el pleno control de los contenidos. Me encontré a un señor vidente muy famoso, Octavio Aceves, y tuve que resolverlo sobre la marcha. Pero al terminar presenté mi dimisión, de forma irremisible, y fue aceptada”, explicaba el comunicador.
“Mi planteamiento era que si algún día cualquier vidente descubre el paradero de un desconocido, ese día lo tenemos en el programa y además con una alfombra roja y una orquesta acompañándole. Mientras tanto, que se queden en sus casas”, sentenciaba.
Podría parecer que todo esto es cosa del pasado. Pero no lo es tanto. Todavía hay adivinos como el Maestro Joao que se cuelan en nuestros hogares con facilidad, y regalan predicciones sobre cómo quedará España en Eurovisión o qué número será el del gordo de Navidad. Pero, eso sí, al menos, ya no se pronuncian sobre temas delicados, y están muy lejos de los espacios de sucesos.