Miguel Ayanz
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El hijo de Saúl golpea desde el comienzo. Estamos en Auschwitz. Dios no existe, ya saben. Al menos, no allí dentro. Excepto para Saul, empeñado en enterrar con dignidad, de acuerdo a las escrituras, a un niño. La cámara de Lázló Nemes no se despega del rostro, de la espalda, de la mirada o la nuca de Gézá Röhrig, Saúl. Es un sonderkommando. Un judío encargado de ayudar a los nazis en su siniestro empeño: llevan un cargamento a la cámara de gas, les desvisten, amontonan sus escasos bienes, limpian después el horror. Pero Saúl es aún humano y durante dos horas le seguiremos, inseparables, queramos o no, al corazón de las tinieblas.

"Todo el mundo tiene un punto en el que ya no puede más. Tú lo tienes. Yo lo tengo. Cuando te ponen una pistola en la cabeza y te dicen: haz esto o aquello, tienes un margen de actuación mínimo. Para todo sonderkommadno, prácticamente, rechazar hacer lo que le exigían significaba una muerte inmediata. Lo que implicaba cometer una forma consciente de suicidio. Hay gente que lo hizo y son santos. Pero no todo el mundo es santo, y y ningún sonderkommando mató jamás a otra persona, a pesar de que ayudaron a los nazis a hacerlo", explica a EL ESPAÑOL en Madrid el protagonista del filme. "Hay una diferencia. El peso de la carga recae sobre los nazis: ellos son los perpetradores. Lo que hace su crimen incluso peor es que dejaron el trabajo sucio, la limpieza de las cámaras de gas, la recogida de los cuerpos, a los propios judíos. Eso es imperdonable, terrible. Nadie debería tratar de diluir las diferencias entre la víctima y el asesino".

Hace unas pocas semanas, Röhrig tuvo ocasión de conocer al último sonderkommando vivo en Los Ángeles. Un judío griego de 93 años llamado Dario Gabbai. "Insistió en ver la película. Para nosotros era muy importante saber qué opinaba, porque muchos otros supervivientes la habían visto ya, pero los sonderkommandos estuvieron segregados, separados en los campos. Otros supervivientes pueden decir: 'Sí, sucedió así', pero realmente no lo saben. Ellos no estaban en las cámaras de gas, sino en los barracones, fuera. Dario Gabbai vio el filme y dijo: 'Es honesto. Fue exactamente así como sucedió'. Y nos dio las gracias. Mi corazón acompaña a esta gente, y estoy de acuerdo con Primo Levi y otros que dicen que es brutalmente insultante culpar a a la gente que fue arrojada a esa situación".

Géza Röhrig, como Saúl Ausländer, en un momento de El hijo de Saúl.

Gézá Röhrig es un poeta y actor de origen húngaro que vive en Nueva York. Más lo primero que lo segundo: cuando aceptó este papel había actuado sólo en una producción para televisión, y fue en 1989. Pero esta historia llevaba su nombre escrita en ella: la dirigía un buen amigo, para empezar. Él y el director, Nemes, son ambos de origen húngaro, aunque el actor vive desde hace años en Nueva York. Pero había más: Auschwitz es un lugar con ascendencia en la historia familiar de Röhrig, un experto en judaísmo hanseático que ha visitado el lugar y escrito dos poemarios sobre la shoah, el Holocausto.

Sufrimiento humano

"Ésta no es una película judía -dice Röhrig-. Estamos hablando de la crueldad, del mal. Tiene que ver con la psicología humana, es un tema universal. Por eso en la película nunca se dice que sea Auschwitz o 1944. Queremos hablar del genocidio, de gente capaz de hacer algo así unos contra otros. No hay localismo. Da exactamente igual si el actor o el director son judíos o esquimales"

Detrás de El hijo de Saúl, que pasó por Cannes y compite ahora por el Oscar a la mejor Película en habla no inglesa -este viernes llega a nuestras pantallas-, late un viejo debate, el del cine, la ficción, y la representación del Holocausto, del horror. Un debate que surge de forma recurrente cada vez que se estrena una película sobre el horror. "Esta forma de pensar es muy antigua, es muy de los años 80 -añade el actor-. No hay base filosófica alguna en ello. El sufrimiento humano es el sufrimiento humano. Y todos estos intelectuales supersofisticados que tratan de decirte que el sufrimiento de la shoah no puede ser representado, no puede ser llevado a la ficción, son filosóficamente, ridículos".

Esta gente pertenece a algún tipo de era de la censura: quieren decirnos a los artistas qué podemos hacer, como en un estado policial

Röhrig se pregunta: "¿Cuál es la diferencia del sufrimiento humano de la I Guerra Mundial del de la II o del que causaron las hordas de Gengis Khan? La gente ha sido asesinada por otra gente en todo momento en la historia. ¿Por qué los horrores de un acontecimiento de repente no pueden ser representados desde la ficción? Estos intelectuales que son tan listos deberían explicar qué ha pasado para que de repente los horrores del sufrimiento humano no puedan ser narrados desde la ficción cuando se trata de la shoah. No hay una base filosófica en absoluto. Cero. Esta gente pertenece a algún tipo de era de la censura: quieren decirnos a los artistas qué podemos hacer, como en un estado policial. No, gracias".

Y eso que muchas objeciones han procedido tradicionalmente del mundo judío. "Da igual. ¿A quién le importa? Son judíos estúpidos. Hay judíos listos y judíos estúpidos, y los listos no deberían escuchar a los estúpido", dice tajante.

Aprendí, cuando tenía cuatro años y mi padre murió que lo que nos ocurre en la vida no es lo que queremos que nos ocurra

La película suena como una de las favoritas para el Oscar. Röhrig tiene claro que "no tendría ninguna oportunidad en los Oscar si fuera norteamericana. Creo que su única oportunidad reside en que competimos en la categoría de mejor película de habla no inglesa". Aunque tampoco parece preocuparle demasiado. "Aprendí, cuando tenía cuatro años y mi padre murió que lo que nos ocurre en la vida no es lo que queremos que nos ocurra. No tiene sentido que pierda mi tiempo preocupándome por los Oscar. Si sucede, es que tenía que ser, y si no, estará bien. Todo premio ayuda a que la gente vea el filme, a que hable de él y venga más gente a verlo. Ese es el único uso en la práctica de los premios. Si no fuera por eso, me importarían poco".

Mostrar el Holocausto

Para Röhrig, la diferencia entre El hijo de Saúl y otros filmes que abordan el Holocausto es que las anteriores "no llegaron a entrar en el corazón del campo, las cámaras de gas y los crematorios. Lo cubrieron con un velo: 'Eso no se puede mostrar'. Bueno, pues sí se puede. Basta con hacerlo de forma responsable, desde la perspectiva adecuada".

Géza Röhrig, y otros dos protagonistas de El hijo de Saúl.

¿Y cuál es esa perspectiva? "No puede hacerse de forma explícita, frontal. Para ello, tienes que forjar un nuevo lenguaje cinematográfico. No puedes mostrar el Holocausto de la misma manera que cuentas otras historias convencionales. Por ese motivo hicimos El hijo de Saul. Porque estábamos, y estamos, tan frustrados de lo que Hollywood ha hecho con la shoah. Explotaron el tema, lo usaron como entretenimiento, y siempre hablan de historias de supervivientes, cómo sobrevivieron, o sobre sus rescatadores, como Schlinder. Son historias ciertas, pero no son la norma sino la excepción. La verdad es que dos de cada tres no sobrevivieron. Queríamos hablar de la norma, que era la muerte. Todos los que sobrevivieron fue por un error sistemático. Nadie eligió sobrevivir".

Auschwitz es una presencia imborrable en su árbol familiar. Röhrig. "He escrito dos libros sobre Auschwitz, he estoy conectado por la historia de mi familia, y pensé que la mayoría de las películas no lo retrataban bien, no hacían justicia, disneyficaban el Holocausto", cuenta para asegurar que tuvo claro que él era el actor idóneo. Su poderosa interpretación da fe de ello. Aunque despacha su historia familiar con una respuesta breve: "No es necesario conocerla. Es algo personal, importante para mí: los padres de mi abuelo, su hermano, su hermana… Nadie regresó de Auschwitz excepto él y su hermano. Yo tenía 12 años cuando supe de esto y nunca ha abandonado mi cabeza desde entonces. Cuando fui a Auschwitz por primera vez tenía 19 años y me traje una piedra para la tumba de mi abuelo, por todos esos miembros de mi familia que nunca tuve la oportunidad de conocer. Esto es algo que arroja una sombra sobre mi vida desde sus comienzos".

¿Neofascismo? ¿De qué diablos hablas? ¿Están los húngaros o los franceses matando a alguien?

Más importante, al margen de sus motivos personales, asegura, es la memoria. "Especialmente en este momento, cuando los últimos supervivientes están muriendo, es muy importante hacer una película que no se diluya y que ofrezca un recuento artísticamente válido de la experiencia de una persona dentro de un campo".

Hablar de nazismo parece obligar a hablar también de política. Del ascenso de la extrema derecha en Francia o en su país, Hungría. Pero el actor parece incómodo con la pregunta. "No soy un político. Veo extremismo en la izquierda, en la derecha…". Cree que queremos sacarle palabras a la fuerza. En absoluto, trato de tranquilizarle. Sólo de saber. Es oportuno. Al margen, hay movimientos más inquietantes, como el empuje del islamismo radical. "¡Pero claro! Por supuesto que el crecimiento del Islam me preocupa más. Si eres una persona sana, eso es lo que debería preocuparte. ¿Neofascismo? ¿De qué diablos hablas? ¿Están los húngaros o los franceses matando a alguien?", suelta con rotundidad. Y añade: "Hay prioridades. Ahora mismo, el tema es… Bueno, no quiero meterme en política. Sólo soy un actor, y ni siquiera un actor profesional. ¿Qué sé yo de política? Tengo mi opinión, como cualquier zapatero o conductor de autobús. Pero no estoy cualificado y estoy demasiado enfadado para hablar de política".

Soy un padre de cuatro niños y este es el mundo en el que deben crecer, en el que no puedes ni subirte a un tren o un avión sin tener que pensar en estos locos

Un hombre enfadado con el devenir de lo que le rodea, matiza. "El mundo va hacia el caos. Se dirige hacia la guerra. Amo Europa, y creo que los valores y el tipo de vida que llevamos han sido ganados con mucho esfuerzo. No me siento preparado para ver nuestras ciudades destruidas y el terrorismo tomándolo todo. Soy un padre de cuatro niños y estoy enfadado con la perspectiva: este es el mundo en el que deben crecer, en el que no puedes ni subirte a un tren o un avión sin tener que pensar en estos locos".

Finalizamos la entrevista. Le pido unos versos de alguno de sus dos libros sobre el Holocausto. Pero Röhrig prefiere no traducirse -la poesía es traidora en este sentido-. A cambio, me ofrece una pequeña historia autobiográfica: "Una vez, hubo un niño pequeño, ése soy yo, al que su abuelo le decía que Dios era tan poderoso que era capaz de hacer cualquier cosa. Un día estaba jugando en el patio del colegio, y otros chicos comenzaron a decirle: 'Tú, judío, ¿tú crees que Dios es tan poderoso que puede hacer cualquier cosa?'. Y él dijo que sí. 'Entonces, ¿puede crear una piedra tan grande que ni siquiera él es capaz de levantar?'. El niño no supo que responder, así que fue corriendo a casa, a ver a su abuelo, que estaba muriéndose, en la cama, ya muy anciano. Apenas podía ya moverse. Le dije: 'Abuelo, estos chicos se están burlando de mí, me dicen que Dios no es capaz de crear una piedra que ni él pueda levantar. ¿Qué debo decirles?' Mi abuelo respondió: 'Por supuesto que puede crear esa gran piedra. ¿Sabes dónde está? Aquí'. Y puso su mano en el corazón del niño. En mi corazón”.

Cada uno forja su destino, cuenta el actor. Y para eso tiene un secreto: cuidar las mañanas, el momento más importante del día. Levantarse y pensar, meditar, estar dispuesto a cambiar algo en tu vida.