Super 8, el formato de cine que se niega a morir
Kodak revive este año la cámara mítica para conquistar a hipsters y cineastas experimentales. ¿Autenticidad, nostalgia o postureo?
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Steven Spielberg era diminuto y flaco, con gafitas frágiles. Sus amigos también. Intentaban sobrevivir al curso sin que los tiraran de cabeza a la fuente. A Steven le gustaban los trenes eléctricos. Tenía diferentes maquetas y jugaba a chocarlas, a planificar desastres a pequeña escala. Un día, su padre le regañó y le dijo que le quitaría los trenes si seguía destrozándolos. Él tomó prestada la Super 8 de casa y los filmó estrellándose una última vez, por si acaso no volvía a verlos. De fondo sonaba el motorcillo de la cámara. Un runrún perturbador. Un "algo se está cociendo". El resultado lo conmocionó: sus pequeños trenes parecian locomotoras de muchas toneladas. Lo reprodujo una y otra vez. Ya no tendré que romper más mis trenes, pensó. Y decidió ser director de cine.
La Super 8 tiene un color especial. Una magia iniciática, un grano, una intermitencia loca. Como dicen los expertos con voz pastosa, "una textura...". La Super 8 sigue teniendo su duende aunque sople más de cincuenta: ya filmó escenas domésticas hasta el hastío, ya cayó en manos de aficionados y cineastas modestos, ya triunfó en los sesenta y se hundió en los ochenta, gracias y hasta siempre, pero desde el 2000 su runrún no cesa. Kodak lo escucha hasta en sueños y le ha dado por resucitarla, con el apoyo de directores como Christopher Nolan, Tarantino (aplicándose el parche analógico con su Los odiosos ocho en 70 mm) y hasta el mismo Spielberg.
La nueva Kodak Super 8 es la madre de todos los híbridos tecnológicos: estética antigua y recursos nuevos, nada que ver con el Arrebato (1979) de Zulueta
Este 2016 presenta una cámara que filma en deliciosos 8 milímetros y usa película pero también incluye baterías intercambiables, puerto USB, micrófono, visor LCD, distintas velocidades, lentes intercambiables... en definitiva, la madre de todos los híbridos tecnológicos.
Dónde están ahora los cortos púberes de Almodóvar y Julio Medem, dónde está el Arrebato (1979) de Iván Zulueta. Dónde acaba la Super 8 del cineasta auténtico, del artista experimental y dónde empieza la que el hipster coloca en la vitrina de los vinilos y las vespas en miniatura.
Esnobismo analógico
El cineasta Albert Alcoz lo tiene claro: "Lo nostálgico y el esnobismo me dan un poco lo mismo", sonríe. "Me interesa el formato 8 mm por sus posibilidades artísticas: eso sí, es caro y difícil de conseguir. Tres minutos de rodaje te acaban saliendo por 50 euros". Alcoz recuerda que "la historia del cine tiene 120 años" y que "durante 100 de esos se ha trabajado en celuloide: las posibilidades son ilimitadas aún". Explica que hay un momento en el que convergen el cine y las bellas artes, y es cuando se entiende el fotograma como un papel, como un soporte: "Hay mucho juego experimental en el que se pinta, se raspa, se despinta el celuloide, se le aplica lejía... es una tendencia que se llama cine sin cámaras". Este vídeo es un buen ejemplo de lo que habla, aunque está en formato 16 mm.
14 X 14 (extracto) from Albert Alcoz on Vimeo.
"También la idea de montar y hacer múltiples exposiciones directamente en la cámara, durante la filmación, es algo imposible en el vídeo digital", recalca.
La cinefilia tiene dos espacios: uno es la sala enorme del cine de un centro comercial, llena a rebosar. El otro, el rincón alternativo, la galería de arte, el sótano del proyector. "En Barcelona, por ejemplo, hemos montado las sesiones Cinema Anemic -referencia a la única película del artista francés Marcel Duchamp- y quedamos diferentes realizadores para presentar nuestros trabajos", cuenta Alcoz. Pero a pesar del recato y de que sean pequeñas las tribus que aún se reúnen a su alrededor, el celuloide resiste, resiste, resiste.
Las productoras de Hollywood no confían en que perdure el digital y guardan una copia en analógico para conservarla en el futuro
"Hay una reflexión muy buena", lanza Albert. "¿Sabes que las productoras de Hollywood no saben qué hacer con los formatos digitales de sus películas? No saben si de aquí a 30 años ese formato estará en desuso... así que se guardan una copia en analógico para conservarla más adelante. Tienen cierto miedo. No creen que vaya a durar".
La envidia del digital
No sólo Hollywood secretamente: también Ochoypico guarda esa fe. Es uno de los pocos talleres especializados en la digitalización de películas 8 mm del mundo. Son restauradores de lo inconfundible, porque, además, no hay forma digital de imitar la imagen que proporciona la Super 8, por más que a Instagram le duela en los filtros. "Hay recursos electrónicos que lo intentan, pero no queda igual. Y eso que todas las cámaras de vídeo que han ido surgiendo han intentado copiar la imagen del cine", sonríe José Luis Sanz Peñalba, gerente de Ochoypico.
Él no cree en los milagros de Kokak: "Si alguien quiere una Super 8, yo le diría que se comprase una de los 80. Es más barata y tiene más controles manuales que te dan poder sobre el proceso creativo", explica. Tampoco le mueven las añoranzas: "Este movimiento está basado en una razón absolutamente práctica: la estética. Es una industria, sí, pero una industria que es arte". Reconoce que entre sus clientes están los "cineastas profesionales y amateur que buscan una imagen más orgánica, más clásica", pero también recibe muchos encargos de publicidad -"El Corte Inglés va a sacar un anuncio filmado en Super 8 pronto"-, de videoclips y hasta de bodas.
La Super 8 es para cineastas que buscan la imagen orgánica, pero también se emplea en publicidad, videoclips y hasta bodas
"Convertimos cintas de bodas de Florencia, de Londres... tenemos más usuarios europeos que españoles: Alemania, Inglaterra, Rumania, Finlandia, Lituania...", cuenta. Hasta los consortes fantasean con que parezca que se casaron 40 años antes. Sueñan con un amor prematuro.
Divulgación en 8 mm
Sanz Peñalba sostiene que el "90% de la gente que rueda en cine hace cosas más interesantes que las millones de personas que graban en formato digital" y que "sólo puede apoyar la imagen electrónica quien no tiene conocimiento técnico, artístico o dinero". Entonces, ¿por qué no emplean más el Super 8 nuestros directores? ¿Puede ser este formato divulgativo o está pensado para minorías -por la dificultad de proyectar una película filmada en 8 milímetros en enormes pantallas de cine-? "Puede hacerse, no es excusa", sostiene el experto. "Mira, nosotros hace unos meses terminamos el trabajo de Amama (Asier Altuna, 2015). Esta película tiene partes filmadas con Super 8. Te puedo decir que uno de estos fotogramas que nosotros digitalizamos se hizo una valla publicitaria de más de 40 metros de ancho para el Festival de San Sebastián".
Uno de los fotogramas de Amama en Super 8 que digitalizamos sirvió para hacer una valla publicitaria de 40 metros de ancho del Festival de San Sebastián
Asier Altuna, el director, cree que la Super 8 la justifica el relato: "Fue Amaia, el personaje de mi película, que es videoartista y fotógrafa, quien me llevó a plantearme utilizar un formato distinto", detalla. "Ahora me doy cuenta de que fue la mejor opción: el rodaje en Super 8 nos dio momentos muy libres, muy placenteros, que nos dejaron jugar con la luz, tener la cámara en la mano... casi todas las secuencias fueron en el exterior". Después mandaron el material a Berlín para que fuera revelado, y el proceso de digitalización lo hicieron en Madrid, en Ochoypico.
Si nadie reconoce lo romántico, diremos al menos que la Super 8 tiene mucho de sensorial. "Es cuando más he sentido que hacía cine. Hay una autenticidad, un ruido de 'estás rodando'", evoca Altuna. Tiene también algo de salto al vacío, por aquello de aguardar al revelado para ver el resultado. Claro que los tiempos y las pausas chocan con una era en la que ya ni esperamos para ver cómo hemos salido en una foto porque tenemos brazo-selfie y cámara interna. Pero un negativo bien conservado puede durar más de cien años. Y eso no hay Iphone -ni moderno- que lo resista.