Jaime Pena
Publicada
Actualizada

Ave, César parece haber nacido para inaugurar un festival de cine. Encontrarla en la gala inaugural de la nueva edición de la Berlinale no puede sorprender a nadie. La película de los Coen tiene algo de celebratorio del propio cine que la convierte en el mejor prólogo para lo que se supone que es un festival, una fiesta del cine. Ambientada en el Hollywood de principios de los cincuenta y en un gran estudio, Capitol Pictures, que bien podría ser una réplica de la Metro, aunque en realidad tiene algo de todo el Hollywood de la época, para Joel y Ethan Coen esta no es una película que se justifique por la nostalgia de aquella época, sino más bien por una sentida y rendida admiración por un modo de hacer películas que, en realidad, no podría estar más alejado del suyo propio.

Por esa misma razón hay algo muy contradictorio en todo este proyecto que podríamos situar en las antípodas de Barton Fink, aquella visión negrísima del Hollywood de los años cuarenta, y del trabajo de los guionistas con conciencia social, que los Coen filmaron hace ya un cuarto de siglo. Ave, César no tiene esas pretensiones, ni mucho menos, lo que quizás se justifique por la propia posición de estos cineastas dentro de la industria, por más que nunca sea muy conveniente sacar conclusiones demasiado apresuradas sobre los Coen, que de película a película pueden cambiar de tono y de género con la mayor de las naturalidades y que, sin solución de continuidad, tanto pueden adentrarse en el cine negro, como en el humor judío o en el retrato musical de la bohemia neoyorquina de los sesenta. Desde esta perspectiva, Ave, César reúne en breves pinceladas un catálogo de todo su cine.

Joel y Ethan Coen regresan al macarthismo. Efe

Inevitablemente, el título puede llevar a engaño. Si bien la trama se centra en el rodaje de una aparatosa película de romanos, sí, titulada Ave, César y subtitulada A tale of the Christ, como Ben-Hur, el protagonismo recae en realidad en el productor al frente de los estudios Capitol, Eddie Manix (Josh Brolin), un fontanero que tanto ha de atender a los jefazos que despachan desde Nueva York, solventar los escándalos sexuales de sus estrellas o rescatar a su principal estrella, Baird Whitlock (George Clooney), precisamente el protagonista de Ave, César que ha sido secuestrado por un grupo de guionistas del Partido Comunista que intentan convercerlo de la necesidad de un reparto más justo y equitativo de los beneficios que los estudios obtienen a costa del trabajo de guionistas, intérpretes y demás personal de los estudios de Hollywood. ¿Delirante? Sí. ¿Improbable? No necesariamente, sobre todo si tenemos en cuenta que estamos ante una comedia y que la ambientación a comienzos de los cincuenta no es nada inocente: pleno macarthismo. Los Coen aprovechan para incluir citas de Marx y Marcuse.

Los Coen copian a los Coen

Lo cierto es que la película pasa de puntillas por todos estos temas, desde el momento en que la propia intriga es un tanto insustancial y se contenta con proporcionar vehículos para el lucimiento de sus intérpretes, un ramillete de estrellas que tienen la oportunidad de reencarnar a Esther Williams (Scarlet Johansson), Gene Kelly (Channing Tatum), Hedda Hopper (Tilda Swinton) o incluso Carmen Miranda (Veronica Osorio).

Más bien, son los Coen los que se dan a sí mismos el regalo de mimetizar muchos de los estilos y géneros del Hollywood clásico: el cine bíblico, los musicales acuáticos a lo Esther Williams, los musicales de la Metro, el melodrama, el western de serie B… Cada una de estas películas dentro de la película lleva su correspondiente título, alguno tan explícito, y este sí improbable, como el musical de marineros y sólo marineros No Dames! Esta reinvindicación de un Hollywood gay, a la que se suma ese sosias de George Cukor que interpreta Ralph Fiennes, es con diferencia lo más interesante de Ave, César. Y lo más novedoso, aunque sea desde la parodia.

Tilda Swinton, Ethan Coen y George Clooney en un momento de la Berlinale. Efe

Decía que una película como esta de los Coen, tan irregular, tan insustancial quizás, era la película perfecta para inaugurar un festival de cine. Tiene gracia que ese festival sea la Berlinale, tradicionalmente ligado al cine de compromiso social, por eso mismo un festival con un aire un tanto anticuado.

Se pudo comprobar en la rueda de prensa de presentación de la película, cuando a George Clooney le vinieron a reprochar que se embarcase en este tipo de proyectos y no aprovechase la situación política internacional para retomar producciones como Syriana, de mayor relevancia política, se entiende. Joel Coen zanjó la discusión cuando cortó para decir que a él nadie tenía que decirle qué tipo de cine tiene que hacer. Ni los periodistas, ni la actualidad política internacional, se entiende. Y esta vez tocaba echarse unas risas a costa del Hollywood clásico. ¿Por qué no?