Esther Miguel
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Llanero solitario: su director, S. Craig Zahler, es un joven hombre orquesta que se atreve a disparar a cualquier franco. Cuatro novelas, cinco discos, cuatro trabajos como cinematógrafo y dos como guionista en lo que lleva de carrera. Bone Tomahawk, western en clave gore, es su debut como director, y le ha consagrado como nuevo talento a tener en cuenta entre la cinefilia internacional (donde destaca su doble premio en el Festival de Sitges), que ha ovacionado especialmente su capacidad de llevar adelante un lúcido filme de aventuras de lo más insolente y festivo.

Bone Tomahawk - Trailer español (HD)

La enésima reinvención del western: género por antonomasia de los directores con pretensiones autorales y campo que nos deja diseminados a lo largo del año cinéfilo diferentes ejercicios que acaparan la atención de una crítica que nunca parece empacharse de vaqueros. En este concurrido club se incluyen, entre otros, la oda al ecologismo de Meek’s Cutoff, la ostentación naturalista de El Renacido, el western de cámara de Los Odiosos Ocho, el minimalismo posmoderno de Slow West o el feminismo de primera ola de The Homesman.

Progresismos

Al menos por lo que tenemos tradicionalmente asociado al mundo del Oeste. Aquí tenemos mujeres que son médicos independientes, negros integrados e indios civilizados y colaboracionistas con la administración del pueblo. No queramos ver a John Ford en el horizonte tras esas colinas. Zahler está contra el clasicismo en sus formas, desde una descocada (y espasmódica) manera de tomarse un guión que no cree en la construcción de personajes y situaciones hasta el manejo de una agitada cámara en mano.

Canibalismos

Los pieles rojas monopolizan buena parte del interés de esta obra. Esos implacables antropófagos que vemos en la película visten pintura blanca, silban a través de protuberancias óseas y comen cuerpos de hombre blanco. Lejos de ser esta una imagen puramente concebida para el cine, clanes de este estilo existieron realmente en tierra americana. Se dice que los integrantes de las tribus indias karankawas, temidas por cualquier hombre cabal en la región de Texas, comían también carne humana. Los iroqueses, del norte, entrenaban al más puro estilo espartano el arte del combate y la inmunidad al dolor, y conocidas eran sus prácticas sobre los que acababan siendo sus prisioneros de guerra. Les arrancaban las uñas, luego las extremidades, después los decapitaban y finalmente quemaban lo que quedase en la hoguera, montando una fiesta barbacoa con los restos. Los comanches también practicaban rituales de crueldad similar.

Juego de espejos actoral

Enredando con los arquetipos del western clásico, aquí tenemos al resabido sheriff, al amantísimo y lisiado marido y al engreído pistolero. Ellos son, por orden: Kurt Russell, el icónico asesino de Death Proof; Patrick Wilson, el Búho Nocturno en Watchmen (y el pazguato protagonista de la última temporada de Fargo); y Matthew Fox, actor completamente indisociable de su papel como Jack en la serie Perdidos.

Anticlímax

La idea de ver el polvoriento paisaje no ya como un entorno hostil, sino criminal, casi vampírico. Sus protagonistas, que se sumergen en su odisea para rescatar a la bella dama, irán perdiendo recursos hasta que la idea de volver a casa va convirtiéndose cada vez más imposible. Con el robo de los caballos se escapa también el ritmo de la película, pero el resultado provoca un minimalismo de lo más resultón.

Casquería

Es lo que vendrá con todo lujo de detalles en la media hora final de la película, que tienen tanto de las setenteras Las colinas tienen ojos y Holocausto caníbal como de la reciente The Green Inferno, producción de Eli Roth, creador que también ha sabido alcanzar, como Zahler, ese justo punto de comedia negra tan necesaria para este tipo de producciones.

Circo de pulgas

En el que es el mejor parlamento de la película, el viejo Chicory hace una llamada a la ilusión, pidiendo subrepticiamente a sus compañeros que le juren que el Circo de Pulgas (de moscas en el original) que él vio con su mujer unos años atrás era totalmente real. En Bone Tomahawk asistimos a un Salvaje Oeste sin concretar, más hecho de retales del cine que de la historia, pero es imposible no asociar este momento con las leyendas que nos han llegado de los verdaderos circos de pulgas, esos engañabobos que tuvieron su auge en los 1830 hasta que rápidamente las sociedades europeas se cansaron de ellas. Salvo en Estados Unidos, donde consiguieron seguir perpetuando es espectáculo hasta bien entrados los años 1960 y donde la gente creía ver a moscas vivas manejando diminutos carromatos. Toda una metáfora de la diferencia cultural que distancia a estos cowboys de los salvajes de la película, pero también a los norteamericanos del resto de pueblos.

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