Javier Zurro
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El destino tiene giros crueles, casi macabros. La misma semana que Pedro Almodóvar estrena Julieta, su película número 20, ha fallecido la auténtica chica Almodóvar, Chus Lampreave. La actriz, de 85 años, nos dejaba ayer después de más de 50 películas. Ocho de ellas a las órdenes del manchego. Ninguna otra intérprete ha estado en tantos de sus títulos. Ni Carmen Maura ni Victoria Abril ni tampoco Penélope Cruz. Ella, y sólo ella, representa la esencia del personaje almodovariano.

El director dijo una vez que era como su madre cinematográfica, pero era mucho más. Era nuestra madre. La del cine español y la de todos los espectadores que reían con sus personajes y sus frases. Un repaso a su carrera es revivir la historia de España a golpe de fotogramas. Los últimos coletazos del franquismo, la Transición, la democracia… todas las épocas las reconocimos en sus personajes. Fueron los que interpretó a las órdenes de Pedro Almódovar los que más calaron en el público. Es normal. Los dos compartían un rasgo esencial: venían de la calle. Sólo alguien que ha mamado la vida a pie de asfalto es capaz de pronunciar las frases de diálogo que Pedro escribía para ella.

Líneas que en otras actrices quedarían forzadas, falsas e impostadas, pero que en su tono cercano se convertían en verdaderos mantras. En todas las películas en las que se juntaba el tándem salían un par de escenas para el recuerdo. Ella fue 'testiga' de Jehová y nos enseñó que no pueden mentir (Mujeres al borde de nervios), también nos dejó claro que el mejor nombre para un lagarto es 'Dinero' (¿Qué he hecho yo para merecer esto?) y que lo peor de que te violen no es la violación, sino tener que contarlo después con pelos y señales (Matador).

La señora que no quería ser actriz y el chaval que soñaba con ser director desde una oficina de Telefónica se convirtieron en la pareja perfecta. Daba igual lo delirante que fuera el guion, ella lo bajaba a la realidad. Lo ponía a la altura de todos. Lo conseguía con una facilidad desarmante. Cuántas actrices de método desearían la verdad que tuvo siempre Chus Lampreave. El cine de Pedro Almodóvar tiene una característica única, convertir su peculiar mundo y sus pintorescos personajes en sentimientos universales para el público.

Chus me hacía sentir capaz de todo, tenía la capacidad de convertir cualquier extravagancia mía en algo natural, divertido, sencillo, puro; desbordaba humanidad e inocencia

Para ello se basa en la naturalidad de sus actrices, y la de Lampreave era única. Parecía improvisar cada giro y mejoraba lo que ya brillaba en el papel. “Chus me hacía sentir capaz de todo, tenía la capacidad de convertir cualquier extravagancia mía en algo natural, divertido, sencillo, puro; desbordaba humanidad e inocencia”, escribía el director pocas horas después de conocer la noticia de su muerte y en plena promoción de Julieta. Ella conseguía ser más almodovariana que él mismo.

Todos aquellos que trabajaron con ella destacaban esa naturalidad, ese don de apropiarse del alma del personaje hasta convertirlo en ella misma. “Era de esos actores que ni interpreta ni opina sobre los personajes, sino que 'se hacen' ellos; ya no hay actores de esos, de verdad, pero ella era así", contaba ayer José Luis Cuerda a la agencia EFE. Y una vez probabas las mieles de la actriz repetías. Ferreri, Berlanga, Cuerda, Almodóvar, todos confiaron en ella una y otra vez. También Emilio Martínez Lázaro, que hasta pidió para ella hace años el Goya de Honor.

“Era intuitiva y extraordinaria. Tenía eso que en el cine no se paga: una personalidad ante la cámara única. Era su forma de decir las cosas y de comportarse con una gran credibilidad. Era un ser humano auténtico y se traslucía lo que era ella. Todo el mundo la quería”, cuenta a EL ESPAÑOL poco después de conocer la triste noticia. Si tuviera que destacar una característica de Lampreave como actriz se queda con “su vis cómica”, pero como subraya, una comicidad que salía de lo espontáneo, de lo natural. “Un Buster Keaton femenino”, como la definió Almodóvar en más de una ocasión.

Era intuitiva y extraordinaria. Tenía eso que en el cine no se paga: una personalidad ante la cámara única. Era su forma de decir las cosas y de comportarse con una gran credibilidad

La prueba de que Chus Lampreave era la personalización de lo almodovariano la viví en el Festival de San Sebastián cuando acudió a presentar El artista y la modelo. La actriz paseaba por los alrededores del Hotel María Cristina y del Kursaal como una más. Nada de coches con las lunas tintadas. Ella se paraba con todos los que la reconocían, hablaba con ellos, se dejaba querer y daba cariño.

Hasta lecciones de euskera aprendió de la gente de Donostia, a los que preguntaba cómo se dice su nombre en vasco. 'Miren Josune o Txus', le chivaban, y ella arrancaba una hoja del cuaderno de autógrafos de un fan para llevarse la chuleta y poder presumir delante de sus amigas. Ni el mejor guion de Pedro Almodóvar podría imaginar una estampa como esa. Porque nadie, ni siquiera él, hubiera podido crear un personaje tan único como la verdadera Chus Lampreave.

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