La actriz Chus Lampreave.

La actriz Chus Lampreave. EFE

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Adiós a Chus Lampreave

Pedro Almodóvar
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Escribo estas líneas a vuela pluma y sin hacerme a la idea de que no volveré a trabajar con Chus Lampreave, que no volveré a verla.

Antes de debutar como director, Chus ya me había fascinado en las dos películas de Marco Ferreri (El pisito y El cochecito), en Mi querida señorita (de Armiñán) y La escopeta nacional de Berlanga. Yo soñaba con trabajar con ella si algún día conseguía dirigir una película. La llamé para Pepi, Luci, Bom... y muy amablemente me dijo que no se veía. Volví a llamarla dos años después para Laberinto de pasiones y, a pesar de su negativa, seguí llamándola para que interpretara una de las monjas de Entre tinieblas, fue entonces cuando nos conocimos personalmente.

Ante mi insistencia, y la química inmediata que se produjo entre nosotros, Chus aceptó, después de explicarme que no era actriz y que prefería un papel corto. Sobre el guión, el suyo no era muy extenso pero se agigantó en el momento que Chus entró en contacto con él. La mitad del personaje está improvisado en el último momento, con pocos actores he sentido tanta reciprocidad y me he divertido tanto. Desde el primer momento sentimos que pertenecíamos a la misma familia. Chus me hacía sentir capaz de todo, tenía la capacidad de convertir cualquier extravagancia mía en algo natural, divertido, sencillo, puro; desbordaba humanidad e inocencia.

Fue la actriz que mejor interpretó los personajes inspirados en mi madre y pertenecía a la estirpe de los grandes actores de reparto, aquellos sin los que el cine español no existiría.