Esther Miguel
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España lleva años sin contar con una gran presencia en el Festival de Cannes. Sus secciones principales acogen con más impulso cinematografías rumanas, coreanas o incluso alemanas que la de su país vecino. Almodóvar ha vuelto a la villa francesa, y presenta hoy en el suntuoso Théâtre Lumière su Julieta. Mientras tanto, en la Semana de la Crítica, la más pequeña de las secciones paralelas del certamen, acoge a Olivier Laxe con Mimosas, su segunda película y todo un nuevo hito en el contexto del Novo Cinema Galego, al que el joven cineasta pertenece.

Aunque en realidad, Laxe no sabría poner en el mapa el lugar sobre el que se siente más arraigado. Se lo preguntamos en una terraza de las playas acondicionadas durante el festival para los eventos de industria. Recién salido de la presentación de su película, risueño, nos confiesa que no sabe definir de dónde es. Hablar de países le da “pudor”, y se considera “migrante y viajero, nunca turista”.

Fotograma de Mimosas, de Oliver Laxe.

Laxe, hijo de españoles, nació en París y vivió en Coruña. Después vendrían Barcelona, Londres o Marruecos, latitud esta última donde se ha filmado su nueva película, una epopeya de narrativa desligada que busca homenajear al gran cine que se ha atrevido a mirar, según afirma el creador, a lo verdaderamente importante, ese lado espiritual de la vida terrenal aplastado por “la desacralización progresiva del mundo desde occidente, siendo el arte el terreno más representativo de esta práctica”. “Sí que lo hemos intentado, ¿no?” Se pregunta. “Vivir sin mitos, apartarnos de la sombra. Pero es evidente que no lo hemos logrado y estamos en un momento de vuelta. Los discursos hegemónicos que defendían en Lumière y la importancia de la razón ha caducado”.

Así define el contexto del que ha salido Mimosas, su particular poema visual sobre los actos de fe. Una suerte de definición de su trama podría ser la siguiente: una pequeña comunidad de fieles a Dios portan el cadáver de un maestro sufí, por petición de su esposa, para darle sepultura en la tierra en la que vivió. En una travesía por el desierto que revolvería al Lisandro Alonso de Jauja o al Herzog más contemplativo se sucederán peripecias místicas y violentas que fusionan el pasado y el presente de la historia, viajes en el tiempo que se sincopan para dejar claro que todas las eras del hombre son, en esencia, la misma. “Mi nueva película es un mantra, un rezo, una plegaria y da igual el sentido. He estudiado todas las tradiciones espirituales y he aplicado esas enseñanzas en esta historia sobre un ser humano que tiene una consciencia de que hay una inteligencia superior que todo lo envuelve”.

Mi nueva película es un mantra, un rezo, una plegaria y da igual el sentido. He estudiado todas las tradiciones espirituales y he aplicado esas enseñanzas en esta historia

Desde que Laxe se revelase a la crítica en 2010 con Todos vós sodes capitáns en la sección de la Quincena de Realizadores de este mismo festival, donde ganó el premio FIPRESCI, su interés ha ido creciendo entre la prensa cinematográfica especializada. Tal vez porque, como el mismo Laxe cuenta, su cine es del que “ya no se hace”, de uno sin miedo a ser piadoso mirando a la fe universal más que a cultos concretos, a hablar del verdadero amor. “Tú preguntas a cualquier director y sus mayores referentes tendrán una parte de cine religioso, pero el escepticismo y el cinismo de hoy hacen que esas temáticas sean poco modernas. Aunque en realidad la vanguardia siempre ha consistido en tener un pie en la tradición”. Cuenta que le impulsan las mismas inquietudes que movieron a Dreyer, Ozu o Tarkovsky. La abarrotada sala del Hotel Miramar buscaba comprobar si era cierto el milagro.

Pero Laxe está incómodo con cómo se ha desarrollado el pase del estreno de su película, momento a partir del cual se empezará a formar internacionalmente la mirada crítica de Mimosas. El traductor se ha extralimitado en sus funciones y le ha puesto subtítulos a los cánticos que en la cinta aparecen, cosa que le parece “lamentable”. “También hay momentos en los que no se habla de Dios, pero se han traducido así. Los personajes dicen ‘ay’ y han puesto ‘mon dieu’ y ‘my God’. Nada de eso tiene sentido. Lo que yo quiero de esta película es que sea una experiencia, más que lenguaje y sentido”.

Tú preguntas a cualquier director y sus mayores referentes tendrán una parte de cine religioso, pero el escepticismo y el cinismo de hoy hacen que esas temáticas sean poco modernas

Después de Todos vós sodes capitáns, un híbrido de documental y diario experimental de rodaje, el director vuelve al paisaje magrebí y a trabajar con Shakib Ben Omar, actor de expresividad inusitada al que ahora hace protagonista como bonachón quijotesco. La inocencia y la belleza de Shakib es lo que, como espectadores, nos hace “tener esperanza en el ser humano, una concepción del hombre muy positiva”. Shakir lucha, desde el arquetipo universal de hombre idiota, por encontrar la revelación mientras sus compañeros van siendo abatidos por merodeadores de la zona en un árido paisaje que, sabemos, se ha mantenido intacto durante milenios, desde mucho antes de la llegada del hombre, anunciando el anacronismo de la épica.

“He encontrado una continuidad con Marruecos. Los valores de aceptación, de dulce sumisión, de saber que eres pequeño y es todo un milagro… son el tipo de sentimientos que poseen todos los campesinos, lo mismo en Extremadura que en China”. No debemos confundirnos, pese a estar rodada y ficcionada en un entorno musulmán, su mensaje no es específicamente islamista porque Laxe no cree en la dialéctica occidente-oriente. “La modernidad ya está en todo el mundo”.

También supo aceptar los problemas de financiación que la realización de esta radical película le han supuesto. La cuestión del dinero le parece trivial, pero pese a ello cree que podría tener algún significado ulterior. “He cultivado mi paciencia. Me he dicho, si mi película no se financia no es culpa del ICAA, porque al final el ICAA en el fondo no es nada. Es que tenía que ser así, estaba escrito que fuera así por algo que yo tenía que aprender. Es lo mejor para mí, porque todo es perfecto”. Mimosas ha sido finalmente coproducida por productoras marroquíes y francesas y por la coruñesa Zeitun Films. “Todo esto ha sido un viaje desde lo más prosaico como lo es la financiación de una película hasta llegar a un destino incierto, como debe ser”.

“Buscábamos problemas porque buscábamos que la película se hiciese a sí misma”, dice sobre esas cinco semanas de rodaje entre las montañas nevadas del Anti-Atlas, las Gargantas de Achaabou y otros tantos emplazamientos. “Fue un riesgo tremendo, pero lo asumí, porque tampoco idolatro al Dios del cine”, dice el director, quien nos anuncia de paso otros planes en paralelo a la promoción de Mimosas en los que ya se ha metido. “Estoy con un proyecto de castañas, de agricultura ecológica, restaurando la casa de mis abuelos. También tengo apalabrada una película allí con la Pompeu Fabra. Eso me quedará, ser rico en mi concentración. Tal vez envejecer”.

Buscábamos problemas porque buscábamos que la película se hiciese a sí misma

El autor es consciente de que su forma de plasmar lo sobrehumano en la película se explica de la misma forma que sus mismas declaraciones, “a través de la paradoja”. “No me sirve de mucho explicar todo esto porque estamos haciendo cine y hay cosas que sólo se pueden explicar con imágenes. Es con ese mantra que le ofreces al espectador con lo que permites que se active en él algo profundo. Ya sabía que lo mío no iba a ser una peli de emociones inmediatas”, advierte Laxe, que sigue rumiando el problema de los subtítulos. “Le han añadido un punto de dulzura extra y va a empalagar. Demasiado Dios mata a Dios”. Inmediatamente después, como buen creyente, acepta la voluntad divina. “De alguna manera tendrá una explicación y será perfecto. Otra vez que la película se me ha escapado. Que se construye a sí misma”, termina.

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