Anorexia y carencias afectivas: el fracaso del modelo sueco
'Mi perfecta hermana' es un drama sobre los problemas alimenticios con un radical punto de vista.
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El embrujo de un cuerpo joven y esbelto que da vueltas, la vanidad que emana de una quinceañera extasiada presumiendo de figura en sus acrobacias. Eso está aprendiendo a ver la pequeña Stella en Katja, ojito derecho de sus padres y hermana mayor que está ahora mismo inmersa en un entrenamiento estajanovista que podría convertirla en no mucho tiempo en una importante figura dentro del patinaje artístico en Suecia. Pero en 'Mi perfecta hermana' no importa el triunfo deportivo, sino la belleza de la ejecución, o más explícitamente el ideal de belleza frágil que, a los ojos de Stella, una niña tan poco agraciada como ella no podrá alcanzar jamás. Pero aquí viene el reverso.
Triple axel
Katja es anoréxica. Como Nadia Comaneci, como Nancy Kerrigan o la inmensa mayoría de mujeres dedicadas a la gimnasia profesional, de un mundo más obsesionado por mantener pesos prepubescentes que en conformar los entrenamientos a las peculiaridades de cada atleta. Lo tenemos: los disimulos, el peso de las miradas, el volumen de una golosina, las crisis nerviosas. La debutante (en el largo) directora Sanna Lenken no pone el foco en la fisicalidad del deporte, como sería de esperar por el tema de la película, sino en la telaraña de detalles que hacen detonar las manías compulsivas que convierten a estas mujeres en víctimas de su propia obsesión por el autocontrol.
Contraplano a la anorexia
Oscilando entre el oasis de intimidad y los ademanes envidiosos está la obcecación de Stella por su hermana, la forma con la que la directora es capaz de hacernos entender los procesos de mímica y copia gracias al uso del punto de vista, nos ofrece un refrescante ángulo desde el que visitar el clásico drama de trastornos alimenticios. De hecho, tan apegada a su hermana está Stella que uno podría pensar que se trata de un espectro a lo El Sexto Sentido, una fantasiosa manifestación de su conciencia femenina, más amorfa y retaca, que solo la joven patinadora es capaz de ver. Hubiese sido un giro tonal interesante, pero es mejor así: cada vez que esa pequeña pelirroja se come con los ojos a la hermana es como si lo estuviésemos haciendo nosotros mismos.
Hecatombe sueca
Se va haciendo cada vez más evidente: a esos padres, que tanto parecen querer a su niña, se les olvida mirarle a la cara. No están nunca en casa, y cuando ya no queda más remedio que atender al mazazo familiar, no sabrán optar por otra cosa que las evasivas. Por la forma en la que se representa la burbuja de realidad en la que viven las chicas la directora parece clamar a la ausencia de control parental, como demostrando el fracaso del modelo sueco, ese que parece haber perseguido cumplir los más altos estándares de calidad educativa a base de libertad individual provocando todo lo contrario: una negligencia en la ausencia de una vigilancia efectiva.
Premio del Jurado
Mi perfecta hermana es una película imperfecta. Las decisiones estéticas del filme hacen pleno en la diana del aspecto formal clásico del cine de festivales, y tampoco parece que la realizadora pretenda adentrarse en discusiones cinematográficas de altos vuelos. La suya es una película didáctica, en la que los elementos están supeditados al objetivo final, que como descubriremos al conocer la historia real de la directora y guionista, es el de hacer pedagogía a través de los recuerdos sobre su propia experiencia como enferma de anorexia. Errores clásicos de una ópera prima, con actuaciones en ocasiones inverosímiles y situaciones que podrían haber estado mejor escritas. Su mejor acierto, lo que en un primer momento podría parecer un error: no hay una resolución satisfactoria a esta historia. En el mundo real, los trastornos alimenticios tampoco los tienen.