Javier Zurro
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"El cine empieza con David W. Griffith y termina con Abbas Kiarostami". La frase, directa y lapidaria, la dijo Jean-Luc Godard. El revolucionario cineasta francés entendía que Kiarostami era el último representante de otra forma de hacer cine. Pura y auténtica. El cineasta iraní ha fallecido este lunes a los 76 años dejando al cine triste y oscuro. Se ha ido una de esas miradas únicas y limpias. Capaz de emocionar con lo sencillo. Artistas que crean poesía sacando la verdad de lo cotidiano y lo real.

Hubo un tiempo en el que cuando un cinéfilo quería presumir de lo mucho que sabía del séptimo arte mencionaba al cine iraní. Parece un chiste o un mal tópico, pero detrás de él había una razón de ser, y es que la aparición de Abbas Kiarostami en el circuito de festivales de primer categoría supuso un terremoto para el cine de autor. A pesar de dirigir desde los años 60, el mundo tuvo que esperar a su consagración internacional con la Palma de Oro gracias a 'El sabor de las cerezas' para conocer la filmografía de lo que se había llamado el Nuevo Cine Iraní, una corriente de realizadores que mezclaban lo poético con lo político, lo íntimo con lo social.

Las películas de Abbas Kiarostami combinaban una puesta en escena naturalista con un contenido que iba más allá, en la mirada de los niños que pueblan sus títulos se encuentra la verdad de todo su país, ahogado por régimenes autoritarios desde que naciera en 1940. Kiarostami, que siempre ha manifestado que lo más complicado es hablar de lo supuestamente sencillo, defendía el contenido social de su cine de la siguiente manera: “Si entendemos por político hablar de los problemas de la gente en la actualidad, entonces mi obra es política, y mucho (…) Cuando te interesas por el sufrimiento de los demás y tratas de expresarlo de manera tal que otras personas puedan sentirlo y comprenderlo, eso es política”.

Imagen de archivo de Abbas Kiarostami. Guillaume Horcajuelo Efe

Gracias a sus caminos serpenteantes, sus árboles y su ritmo pausado el cine iraní logró el reconocimiento que se merecía. Sin Kiarostami hoy no conoceríamos a Jafar Panahi o a Asghar Faradi. Como ellos, y antes que ellos, vivió en sus carnes las iras de la censura iraní, que en 2010 prohibió el estrenó de Copia Certificada (Espiga de Oro en la Seminci), en la que desarrollaba otras de sus obsesiones: la dificultad de separar realidad y ficción; original y copia.

Por ello sus últimos filmes trasladaron su acción fuera de su país de origen, ante una situación que se convirtió en casi insostenible y ante la que Abbas Kiarostami siempre se mostró contundente: "el arte entero está en prisión", decía hace seis años en el Festival de Cannes. "El Gobierno iraní pone palos en las ruedas de los cineastas. El gobierno debe dar una explicación". Una explicación que nunca llegó. La labor de Kiarostami no se ha quedado en filmes como 'A través de los olivos', 'El viento nos llevará' o 'Ten', sino que también ha destacado por sus poesías y por su participación en instalaciones museísticas y exposiciones fotográficas.

Kiarostami recibe un premio de manos de Scorsese, uno de sus admiradores. Andrea Comas Reuters

Además de Godard o Martin Scorsese (otro de sus admiradores), el trabajo de Abbas Kiarostami marcó a un cineasta con el que tenía mucho en común: Víctor Erice. El español, en un giro curioso del destino, nació sólo ocho días después del iraní. Lo hacía en la otra punta del mundo, pero también bajo el yugo de una dictadura. Como si se tratara de vidas paralelas, ambos encontraron en el cine una forma de expresión. Los dos con un estilo basado en la honestidad y en la renuncia al truco, al subrayado. En encontrar la emoción en lo que parece trivial.

Las carreras de ambos se unieron y pronto se manifestaron su admiración mutua. Erice califica el cine de Kiarostami como "fundacional", y esa pasión se materializó en una correspondencia fílmica que vio la luz en 2006. Poemas visuales grabados que se mandaban entre ellos y con los que dejaron claro que la grandeza de un cineasta no está en la pomposidad, sino en la limpieza y la pureza del que mira a través de la cámara.