Salvador Martínez Mas
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Jakob Preuss, un cineasta berlinés recién entrado en los cuarenta, se gana la vida desde hace años haciendo documentales. Guiado por la curiosidad y sus ganas de tener una impresión de primera mano del drama de la valla de Melilla, viajó en 2014 hasta Marruecos y el enclave español para conocer la realidad de los africanos que allí se lo juegan todo por llegar a Europa.

Preuss llegó con la intención de grabar sus primeras imágenes al conocido como Bolingo Camp, un precario e improvisado campamento de subsaharianos que buscan en Marruecos entrar ilegalmente en el 'Viejo Continente', ya sea escalando los 6 metros de vallas en Melilla – hay dos de estos muros – o viajando en patera hacia la península. Allí se encontró con Paul, un camerunés de treinta años que le ha cambiado la vida.

“Empecé una película pero en realidad encontré un amigo”, dice Preuss a El Español, tras una íntima proyección de su largometraje – todavía en fase de postproducción – organizada en su sala de montaje con un puñado de cineastas y críticos de cine. “No sé si yo lo elegí a él o si él me eligió a mí”, afirma este artista berlinés. A veces no se sabe cómo surgen las amistades. En cualquier caso, en ese difuso territorio están los orígenes de la relación entre Preuss y Paul, un chico de Duala, la capital económica de Camerún.

El cineasta con Paul, el refugiado al que ha acogido tras grabarle para su documental.

Paul estudió en Duala derecho y ciencias políticas. Llegó a recibir una beca de estudios en Canadá, pero no le concedieron el visado. Posteriormente le echaron de la universidad tras una huelga de estudiantes. Él fue uno de los delegados de clase represaliados. Después de aquello volvió a casa de su madre. No tuvo éxito en su tentativa de montar una empresa de producción de aceite de palma y acabó siendo considerado un “fracasado”, según cuenta este chico africano en la película. A su padre lo vio morir por falta de medicamentos.

Todo eso le empujó a “viajar a la aventura”, expresión con la que se alude en Camerún a la travesía hasta Europa. Pagando a traficantes, cruzó el Sáhara hasta llegar a Argelia, donde trabajó tres años en la construcción para ganar algo de dinero antes de dar el salto hasta el 'Viejo Continente'. En Europa acabaría instalándose con no pocas incertidumbres cuatro años y medio después de haberse despedido de su madre.

Bolingo Camp

Antes de pensar en echar raíces en Europa, en el Bolingo Camp, Paul abrió a Preuss las puertas del lugar. La miseria de ese campo de migrantes, donde viven hombres, mujeres y niños a la espera de poder escalar la gran valla de Melilla o de coger una patera, está inmortalizada en la cita de Preuss. Un lugar que fue tolerado durante años por las autoridades marroquíes, pero que acabó siendo desmantelado en abril de este año.

Cuando vi a Paul en las noticias, tras el naufragio de su patera, me chocó muchísimo. Sé que es la típica noticia de la patera que se hunde, pero la situación cambia si conoces a alguien que está allí

Preuss no es un artista salido de ninguna escuela de cine. Estudió derecho y flirteó con el servicio diplomático. En otros documentales ha contado historias como la de los jóvenes en Irán a principios de este siglo, la del décimo aniversario de la masacre de la ciudad bosnia de Srebrenica o la de los habitantes de la ciudad minera de Donetsk, en el este ucraniano. Se centró en hacer documentales porque, en realidad, constituyen “una vía” para vivir lo que le interesa, explica tras la proyección de su película y camino de su casa en el céntrico barrio berlinés de Kreuzberg.

Una patera a la deriva

En sus largometrajes, Preuss siempre va al límite de la tradicional barrera que separa al cineasta de lo filmado en un documental. Su relación con las personas a las que graba suele ser muy cercana. Esa frontera, Preuss nunca la había superado del todo. Pero, con Paul, eso fue precisamente lo que hizo.

Después de haber grabado en el Bolingo Camp, el cineasta se concentró unos días en el trabajo de las patrullas marítimas de la Guardia Civil en el estrecho. En ese tiempo, perdió contacto con su protagonista camerunés. Pero un día lo vio en las noticias de televisión. Paul había sido uno de los rescatados tras quedar a la deriva la embarcación que lo llevaba junto a otra treintena de personas a la costa española desde Nador. Varios de los viajeros perdieron la vida, víctimas del cansancio, el hambre, la sed y el frío.

Paul durante el rodaje del documental.

En la película, Paul y un compañero de travesía narran que los hubo que bebieron agua del mar, debido al deseo irrefrenable de hidratarse. Por quienes morían, incluidos niños, los viajeros no podían hacer nada. Faltaban energía y medios con los que poder salvarlos. “Cuando vi a Paul en las noticias, tras el naufragio de su patera, me chocó muchísimo. Sé que es la típica noticia, la de la patera que se hunde en el estrecho, pero la situación cambia totalmente si conoces a alguien que está en una de esas pateras”, cuenta Preuss.

Ambos volvieron a verse en Granada, donde Paul vivió por un tiempo acogido en un hogar de la Cruz Roja, donde se le informó que podía ser deportado en cualquier momento y que no podía dejar el territorio español. En la ciudad andaluza Paul se dio cuenta de que ser un clandestino nada tiene que ver con las imágenes de lindos coches y grandes casas que los inmigrantes africanos con más suerte suben a sus perfiles de las redes sociales desde Europa.

De Bilbao a Berlín

“En la Cruz Roja le dijeron, '¿Dónde quieres ir?', y como Paul conocía alguien en Bilbao se marchó para allá”, cuenta el cineasta sobre su amigo, al que también grabó unos días en la capital vizcaína. Allí decía querer ir a Berlín. Pero el riesgo era muy alto. Sin papeles, Paul corría el riesgo de la deportación en un banal control de identidad. La falta de perspectivas en “una España en crisis”, según la define el camerunés, le llevó a ir al encuentro de su conocido en Berlín.

El viaje lo hizo en coche, gracias a un contacto que transporta inmigrantes ilegales de una ciudad a otra en Europa. Sin embargo, ese viaje tenía una parada obligada en París. En la capital gala Paul no conocía a nadie y Preuss fue a su encuentro. “El vínculo emocional con él se creó a su paso por España, primero cuando me lo encontré en las noticias, tras sobrevivir en el estrecho, y luego cuando toma su decisión de venir a Berlín pero que acaba en París, donde no conocía a nadie”, explica Preuss. “Allí decidí intervenir, decidí ayudarle”, agrega.

En Alemania no tenemos una palabra para lo que se llama en España 'clandestino', apenas tenemos gente que se pueda nombrar así, normalmente la gente aquí está reconocida por el sistema

Esa ayuda fue mucho más allá. El viaje París-Berlín no pudo organizarse a través de los contactos de Paul. De ahí que ambos terminaran tomando un tren hasta Fráncfort. Y, “en Alemania, yo ya lo considero mi invitado”, dice Preuss, quien luego llevó a Paul hasta Berlín en su coche.

Ese transporte es un acto punible por la ley que el cineasta asume. “No es posible que alguien quiera castigarme por lo que he hecho, pero si tengo que pedir perdón por ayudar alguien, dejo Alemania”, explica parafraseando a la canciller Angela Merkel. En plena crisis de los refugiados, ante las críticas formuladas por la extrema derecha e incluso por la propia familia política de la jefa del Gobierno alemán, Merkel dijo que “si empezamos a tener que pedir disculpas por mostrar una cara amable a personas que están en una situación de urgencia, entonces éste no es mi país”.

En Berlín, Paul terminó tomando la decisión de hacerse demandante de asilo. “En España, la gente como Paul no pide al asilo, porque saben que es un proceso lento, prefieren pasar dos meses en un centro de detención de inmigrantes y luego quedar libres, sin ayudas del Estado aunque con cierto permiso para arreglárselas, algo impensable en Alemania”, explica Preuss. “En Alemania no tenemos una palabra para lo que se llama en España 'clandestino', apenas tenemos gente que se pueda nombrar así, normalmente la gente aquí está reconocida por el sistema, recibiendo ayudas del Estado”, agrega.

Una nueva familia

Los padres del artista aceptaron la idea de poner su casa como hogar de acogida para Paul tras constatar el cineasta el mal estado anímico del camerunés en el centro de refugiados donde fue destinado por el sistema germano de asistencia a los demandantes de asilo.

“Creo que podría haber dejado a Paul y terminar la película cuando llega al hogar de refugiados de Eisenhüttenstadt”, opina Preuss, aludiendo a la pequeña ciudad del este alemán fronteriza con Polonia a la que resultó enviado su amigo. “Pero con mis padres organicé otra solución, ellos tenían tiempo y sitio en su casa, mi padre ha encontrado una nueva misión en la vida ayudando a Paul con el alemán”, cuenta el cineasta.

Paul y Jakob Preuss buscan la nacionalidad alemana para el refugiado.

Con esa familia berlinesa de su lado, Paul ha podido comenzar tareas de servicio social, clases de alemán, entre otros esfuerzos de integración. Su demanda de asilo, sin embargo, no parece ir por buenos derroteros administrativos. “Hace unos días tuvo su entrevista para exponer su caso ante las autoridades migratorias y probablemente no le dejen quedarse como refugiado y se terminará ordenando su deportación”, apunta Preuss. “Paul no es sirio, no forma parte de los 'buenos refugiados'”, agrega el cineasta, aludiendo a las mayores posibilidades que presentan los inmigrantes procedentes del país. En realidad, “el asilo político lo obtiene muy poca gente en Alemania, sólo un 10% de quienes lo solicitan”, subraya el director de documentales. Para los ciudadanos cameruneses, más del 90% de las solicitudes de asilo son rechazadas.

Al borde de la deportación

Con todo, Paul podría no ser deportado a Camerún. No tiene documento nacional de identidad. “Camerún no lo reconoce como ciudadano suyo”, expone Preuss. Él no cree en una futura deportación de su amigo, incluso cuando la semana pasada la canciller Angela Merkel prometió fortalecer el sistema de deportaciones en el marco de un plan gubernamental para luchar contra la sensación de inseguridad creada por los ataques de julio en Múnich, Wurzburgo y Ansbach.

Probablemente no le dejen quedarse como refugiado y se terminará ordenando su deportación. Paul no es sirio, no forma parte de los 'buenos refugiados

“El plan de Merkel de acelerar las deportaciones es un deseo, pero si Marruecos, Túnez, Argelia o Camerún no aceptan hacerse cargo de las personas deportables, no pasará nada, es algo más bien populista prometer algo así”, asegura el cineasta.

Paul, vive en Berlín con esa eventual deportación como una espada de Damocles, pero a pesar de ello tiene planes de formarse en asistencia sanitaria, una industria floreciente en vista del envejecimiento demográfico germano. Los esfuerzos de este camerunés por integrarse en la sociedad germana también podrían ser tenidos en cuenta para que se le dejase vivir en Alemania.

El plan de Merkel de acelerar las deportaciones es un deseo, pero si Marruecos, Túnez, Argelia o Camerún no aceptan hacerse cargo de las personas deportables, no pasará nada

Además, Paul puede contar con la que se ha convertido en su familia alemana. “Hay casos en los que se acaba deportando a gente en su situación, pero es muy difícil, porque también hay círculos de amigos y una cierta red social que se moviliza y que impide que la deportación se ejecute”, sostiene Preuss. Las autoridades migratorias germanas pueden darse por avisadas.

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