Ismael Monzón
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La ira es la reacción por la que una persona es capaz de perder los estribos en un abrir y cerrar de ojos ante una explosión de rabia. Hay quien la escupe incontenidamente, con resultados a menudo fugaces, y quien consigue metabolizarla. Es en este último caso, como en todo proceso cognitivo, cuando produce efectos más voraces al terminar apareciendo. Si no lo logran entender, pongan atención a los cambios de humor de Antonio de la Torre, convertido en la plasmación de lo que Raúl Arévalo ha transmitido por primera vez como director en Tarde para la ira.

Simplificando, la película se puede resumir así. En una historia de venganza latente, que produce personajes herméticos e imprevisibles y en una espiral de violencia desgarradora con poco espacio para la humanidad. Aunque en su resultado final son muchos más los matices de la ópera prima de Arévalo, que tardó ocho años en llevar a la pantalla y que desde este viernes se podrá ver en los cines.

Tarde para la ira - Tráiler oficial - Estreno 9 de septiembre

La idea surge de los “bares de serrín y partidas de mus”, como el que tenían los padres de Arévalo. Y de entre esos parroquianos surge la figura de José (Antonio de la Torre), un tímido soltero cuarentón que acude allí aparentemente para seguir los pasos de Ana (Ruth Díaz), la camarera.

Ya sabíamos que a Ana la vida tampoco le sonríe después de que su pareja, Curro (Luis Vallejo), lleve ocho años en la cárcel por participar en un atraco del que hemos sido testigos en la primera secuencia de la película. Pero todo se complica cuando comprobamos las verdaderas intenciones de José, del que decíamos que había estado masticando la cólera durante años.

El director de 36 años asegura que se ha inspirado para su primer trabajo tras la cámara en Jacques Audiard, los hermanos Dardenne, Michael Haneke o Peter Mullan

La historia transcurre entre barrios de la periferia, gimnasios con vía directa a los bajos fondos y áridas carreteras de Castilla. El director de 36 años asegura que se ha inspirado para su primer trabajo tras la cámara en Jacques Audiard, los hermanos Dardenne, Michael Haneke o Peter Mullan, pero la trama desprende un fuerte olor castizo. “La de la España negra que no se ve en otros países”, remacha el actor Luis Vallejo, tras una entrevista en su estreno en el festival de Venecia.

Allí el equipo de la película dejó muy grata impresión. Aunque De la Torre y Arévalo ya eran conocidos por la ciudad de los canales después de presentar Gordos en 2009. Aquella era una comedia que ya traía aires de novedad, pero con esta Tarde para la ira la moderadora de la rueda de prensa en la que participó el equipo del filme, no dudó en etiquetar la cinta como el último episodio de la “nueva ola del cine negro español”.

Tanto director como intérprete rechazan el calificativo. Pero a ambos les resulta difícil escapar del papel principal que les han dado los últimos éxitos del cine nacional. Ya sea en forma de comedia, compartiendo cartel en Gordos o Primos, o de thriller, con la participación de ambos en La isla mínima.

Raúl Arévalo en pleno rodaje de Tarde para la ira.

Del filme de Alberto Rodríguez sigue la estela Tarde para la ira. Por la tensión que marcan las partes menos evidentes del guión, los sentimientos ocultos de los personajes o un final desconcertante con sabor amargo y nula voluntad de redención. Aunque la obra de Arévalo cuenta con un estilo propio, alejado del de Rodríguez, y más cercano al de Carlos Saura o el cine quinqui de los ochenta, como reconoce el propio director.

A esto nos acerca también la agitanada banda sonora o unas persecuciones en las que la cámara se mueve al ritmo frenético de los personajes. Con muchos más esfuerzos depositados en la acción que en elegantes composiciones. Un marco perfecto para el carácter arrebatador de Antonio de la Torre, que dado su estado de gracia, en realidad se hubiera desenvuelto igual de bien en la recepción de una embajada.

El caso es que la simbiosis entre actor y director, amigos íntimos más allá de las cámaras, ofrece un nuevo ejemplo de energía compactado en 90 minutos. Si ha tenido éxito en la refinada Venecia, debería pasar con nota el examen de los cines patrios y apunta sin medias tintas a la próxima edición de los Goya.

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