Tim Barton, el hombre que convirtió a las víctimas en seres prodigiosos.

Tim Barton, el hombre que convirtió a las víctimas en seres prodigiosos. Javier Muñoz.

Series y Más Una pistola en el bolsillo

Tim Burton y el elogio de la rareza

Paco Tomás
Publicada
Actualizada

Cuando yo era pequeño nadie quería ser raro. Por algún ingenuo mecanismo de conservación interpretábamos la singularidad como una extravagancia que solo podía traernos problemas. Por eso cuando se tenía fama de raro siempre era a tu pesar. No era imprescindible caminar de un modo extraño, vestir de manera inquietante o tener un comportamiento disparatado. Bastaba con no cumplir con la norma. La diferencia ya era una rareza.

Eso ahora no sucede. Hoy, quien más y quien menos presume de sus particularidades, reivindica su lugar en el colectivo sin renunciar a eso que le hace diferente. Hoy nos gusta creer que somos ‘raros’ porque pensamos que nos hace auténticos. Y me atrevería a dejar por escrito que si hay un director de cine al que podríamos responsabilizar de ese elogio de la rareza ese es Tim Burton. En El hogar de Miss Peregrine para niños peculiares ha vuelto a reivindicarse como el padre de los críos que sacan los pies fuera del tiesto. 

Hoy, quien más y quien menos presume de sus particularidades, reivindica su lugar en el colectivo sin renunciar a eso que le hace diferente

Son muchos los cineastas que han buscado la peculiaridad en sus personajes. Desde David Lynch a los Coen pasando por Wes Anderson. Pero solo Burton ha sabido dotar de dignidad al inadaptado sin renunciar a sus sombras. Tal vez porque estaba hablando de sí mismo y no quería perderse ningún detalle.

La tarea de ser raro

Yo fui raro. O al menos tuve esa reputación cuando apenas tenía diez años. No me gustaba el fútbol, me encantaba leer aventuras de Los Cinco y cómics de Tintín, escuchaba zarzuelas, no entendía la obsesión de mis compañeros por jugar violentamente a cualquier cosa y sin embargo tenía pensamientos destructivos cuando me quedaba a solas, me hipnotizaba la luz que alumbraba a las actrices del cine en blanco y negro y prefería encerrarme en mi habitación, donde tenía un universo propio, a mi imagen y semejanza, que sólo compartía con un reducido grupo de espíritus afines.

Ni qué decir tiene que ese refugio tenía rincones tenebrosos, lugares que dolían, que servían para recordarte, cada mañana, que ser raro no iba a resultar tarea fácil. Por supuesto que todas aquellas distracciones escondían algo mucho más serio que ni yo mismo podía identificar a tan corta edad. Pero ahí estaba. Y la reacción de los demás a ese ‘enigma’ –en mi caso, la homosexualidad- era lo que lo convertía en un problema. Y ese dolor, ese ostracismo tenebroso y voluntario, es lo que precisamente hace del ‘raro’ un ser diferente. No es la diferencia en sí misma sino el rechazo que provoca esa diferencia. Y ahí es donde Tim Burton convierte su cine en una lección de autoestima y dignidad.

La reacción de los demás a ese ‘enigma’ –en mi caso, la homosexualidad- era lo que lo convertía en un problema

No quiero con ello que se interprete en mis palabras una lectura positiva del rechazo. En absoluto. Pero hoy, cuando el acoso escolar ha dejado de ser “una cosa de niños” para materializarse ante nuestros ojos, cuando uno de cada diez alumnos ha sufrido ese acoso, cuando las características físicas de ese niño, o su raza, o su orientación sexual e identidad de género, son razones válidas para el acosador, cualquier narración que reivindique la diferencia, la peculiaridad como un superpoder mágico, es un lugar de reconocimiento válido, un espacio para la identificación que, superada toda literalidad, convierte a la víctima en un ser prodigioso. Ese es el legado de Tim Burton por encima de cualquier otro.

La víctima como ser prodigioso

Todos sus personajes, desde Vincent, el protagonista de uno de sus primeros largometrajes, hasta cada uno de los niños peculiares que protege Miss Peregrine, pasando por Eduardo Manostijeras, Stainboy, la cadavérica Emily, Edward Bloom o el propio Ed Wood, son seres injustamente agredidos, que viven al margen de las normas, que emplean su imaginación para sobrevivir, pero que, a diferencia de la fantasía moralista de Disney, asumen sus tinieblas, el aislamiento, como un final valido para seguir siendo libres. Ahí es donde Burton vuelve a ser distinto. En que sus finales felices siempre son amargos. Porque el discurso ingenuo de la fantasía puede ser tan poderoso como perjudicial. Y Burton lo sabe. Es la sociedad la que debe cambiar, no sus ciudadanos y ciudadanas peculiares.

Olive, uno de los personajes de El hogar de Miss Peregrine para niños peculiares, habla del gran cambio que se sucede cuando uno deja de necesitar protección porque ha aprendido a ser valiente. Sin dejar de cuestionar esa norma -¿qué pasa con aquellos que no sean valientes?-, entiendo el subtexto del mensaje. Y sueño con un mundo de niños raros. Ahora, cuando está de moda reivindicar la rareza como un signo de rebeldía para vender más colonias o automóviles, los que fuimos niños raros a los ojos de los demás dibujamos sonrisas maliciosas en nuestros rostros.

Ahora, cuando está de moda reivindicar la rareza como un signo de rebeldía para vender más colonias o automóviles, los que fuimos niños raros a los ojos de los demás dibujamos sonrisas maliciosas en nuestros rostros

Porque ser raro con siete años es mucho más arriesgado que serlo con 30, se lo aseguro. Te obliga a ser valiente, prudente, a valorar la diferencia y a entender el fracaso como un aprendizaje. Y eso también podría aplicarse al cine de Tim Burton. Por eso, y disculpen mi atrevimiento, me gustaría animarles a tener, y a educar, toda una generación de niños raros. Estoy orgulloso de ser raro, me gusta ser raro y lo único que lamento es que realmente no soy tan raro como algunos creen.