The Night Of, la serie que te hace sufrir por placer
Es una serie tan brillante que al final nos hace olvidar el terrible crimen, para plantearnos las preguntas realmente importantes.
Un chico, un buen chico, un tipo realmente panolis, se despierta tras una noche de juerga junto al cadáver de la chica que recogió la noche anterior. Inmediatamente es detenido y acusado de asesinato. Él no recuerda nada, y sus ojos de cordero degollado a lo Candy, Candy nos dan a entender que no miente. No sabemos si lo ha hecho o no, pero da igual. Eso es lo de menos. La maquinaria del sistema ya se ha puesto en marcha. Por cierto, el chico es paquistaní, pero a efectos de la opinión pública es sospechosamente musulmán. Así arranca The night of, serie original de HBO que produce un desasosiego difícil de conseguir.
La serie, vertebrada como un “whodunit”, que vendría a ser “quién lo hizo”, parte de ese misterio para hablarnos de un sistema judicial y policial deshumanizado y apático que engulle a personas y fagocita culpables sin hacerse demasiadas preguntas.
El caso no da lugar a dudas, y todas las pruebas demuestran la culpabilidad. Y eso es lo interesante: comprender que, de no ser espectadores omniscientes, pensaríamos como el resto de los peones de esta historia. Llega un momento en el que nos da igual saber qué sucedió, porque lo importante es vivir el momento, situarse a la altura de ese chico paquistaní que descubre junto al espectador por primera vez ese mundo hostil y extraño, aséptico e impersonal.
El crimen de cada día
Porque la serie es mucho más que un caso que resolver, vaya si lo es. Siguiendo la estela de esa joya llamada The Wire, nos habla de la cotidianeidad del crimen, de la burocracia y el papeleo en torno a la atrocidad. Plaga la narración de pequeños detalles que la convierten en un producto aún más aterrador, porque nos transporta a un entorno demasiado real, a un universo de matices asfixiantes, tiñéndolo todo de una mortecina luz fluorescente de oficina.
Sus comisarías desgastadas, carentes de cualquier floritura o detalle agradable; el café de máquina rancio, creador de úlceras; las baldosas pegajosas que ya no relucen; los interminables cuestionarios sobre drogas, religión, antecedentes e inclinaciones sexuales; las no menos interminables colas que se deben hacer cada dos por tres, a la espera de que un apático funcionario anote en un viejo cuaderno de nuevo nombre, adicciones, religión, antecedentes e inclinaciones sexuales; incluso el repicar del teclado mientras un policía muerto de sueño redacta un informe que puede marcar el resto de tu vida; todo ello compone un mosaico decadente y sin esperanza, un paraje de ojeras y apatía que nos oprime y nos ahoga.
Así, la serie nos ofrece un placer basado en el sufrimiento, en contagiarnos esa desesperación que uno siente cuando no controla su destino, cuando un hecho te desborda y te lleva irremediablemente en una vía de una sola dirección, como si ese acto provocase la ruptura de una presa cuya corriente nos arrastra por mucho que intentemos nadar contra ella, y cuanto más lo hacemos más nos cansamos, y más comprendemos que nuestro destino es seguir el curso para llegar a un final, vivos o muertos.
Miserias habituales
Porque aquí, como sucede en las grandes series sobre crímenes, el supuesto culpable no es más que un espectador de su propia trama. Es el ojo del huracán, alrededor del que se mueven fuerzas terribles. Esas fuerzas provocan un hecho aún más interesante: tan dramático es el crimen, como los pequeños problemas cotidianos que derivan del mismo. Como si de una piedra que tiramos a un lago se tratase, el asesinato que da pie a la historia genera ondas que afectan a todo lo que le rodea. ¿Qué sucede, por ejemplo, cuando el taxi que usas como sustento de vida es retenido como prueba de un delito? ¿Quién se hará cargo de ese gato que se ha quedado sin dueña?
Por si todo esto fuese poco, la serie está plagada de interpretaciones brillantes, desde ese supuesto culpable, ese buen chico con el que empatizamos desde el primer instante, hasta un John Turturro que se presenta en su habitual rol de perdedor, un traje que le sienta fantástico. Él, un abogado que recorre las comisarías buscando su caso, EL CASO, y que lo encuentra en el protagonista y motor involuntario de la historia. Un letrado caracterizado por problemas de eczemas en los pies, tal vez un reflejo de ese entorno malsano que pisa cada día y que repta en un intento por atraparle.
Por supuesto, como toda gran serie, posee una lectura que va más allá de lo emocional. The night of habla de temas como el racismo o la falacia de la presunción de inocencia. La ley nos asegura que todos somos inocentes hasta que se demuestre lo contrario… o tengamos la piel de determinado color. El producto, por cierto, es un remake británico, lo que nos viene a demostrar que lo de prejuzgar no es algo exclusivo de los yanquis. En España, por ejemplo, somos expertos en la materia, y podríamos haber creado varias series al respecto.
El perdón culpable
Ahí tenemos el caso Wanninkhof, que llevó a la opinión pública a declarar culpable a una mujer tan solo por el hecho de caernos mal debido a su aspecto masculino, o al intuirse una relación lésbica de por medio con la madre de la víctima. O más recientemente el caso de Diana Quer, donde la actitud fría y extraña de la madre ya nos ha llevado a convertirla en la máxima sospechosa. Tal vez lo sea, o tal vez no. Eso es lo menos importante.
Necesitamos encontrar un culpable, y ella encaja perfectamente en el papel. Tal vez estos ejemplos parezcan extremos, pero ahí está Gran hermano para confirmar nuestra verdadera naturaleza: el día de la gala de presentación, incluso antes de escuchar hablar a los concursantes, ya hemos escogido al malo, a la víctima y al verdugo. Ya sabemos a quién queremos odiar pase lo que pase, y a quién le perdonaremos todo haga lo que haga.
The night of ofrece una clase magistral de todo esto, tan brillante que al final nos hace olvidar el terrible crimen para plantearnos las preguntas realmente importantes: ¿cómo va a ganarse la vida ese padre de familia si el taxi que les sustenta ha sido requisado? ¿Quién se va a hacer cargo de ese pobre minino huérfano? ¿Conseguirá John Turturro curar ese eczema? ¿Le pagarán horas extras a ese policía que se ha encontrado sin querer con el caso? ¿Ganará Adara este año Gran hermano?