Llega la Navidad, y con ella algo más tradicional que Cortilandia o las cenas de empresa: el especial de Nochebuena de Doctor Who. Cada Navidad esta longeva e inclasificable serie nos deleita con un capítulo algo más largo, que mezcla el universo de la serie con el espíritu más tradicional de estas fechas.
Para los ingleses (y para todo aquel que quiera considerarse un freak) es un evento más sagrado que la hora del té y nadie se lo pierde. Es parte de su historia, casi como para nosotros la Telepasión de Televisión Española o los homenajes a Raphael. Y ya me dirá usted si eso no es freak.
Pese a que la serie estuvo unos años en letargo, en 2005 regresó de la mano de Steven Moffat, que también ha resucitado la galardonada Sherlock. Doctor Who nació en los sesenta, en el seno de la BBC, como una serie que pretendía enseñar historia a los más pequeños, usando los viajes en el tiempo para tal efecto. Dudaban de que nadie quisiera ver algo así y tuvo luz verde si se posicionaba claramente como una serie educativa.
Infantiles y adultos
A partir de ese momento, Doctor Who fue calando poco a poco, pero no como esperaban: aquellos capítulos que se alejaban más de la realidad histórica eran los que más gustaban. Por lo visto, cuanto más loco e imaginativo era el capítulo en cuestión, cuanto menos educativo y más inquietante resultaba esa semana, más repercusión tenía.
Otro dato que sorprendió a los directivos fue su público potencial: la serie estaba dirigida a los más pequeños, pero también caló entre los adultos. Por lo visto, los niños eran fieles acólitos de la serie y secuestraban el televisor el día que se emitía, como si de una Patrulla Canina de la época se tratase. Con la diferencia de que las familias no tenían más de un televisor, así que el resto de los miembros de la casa estaban obligados a verla.
Lo curioso del caso es que, una vez superados los prejuicios por el género y el público al que iba dirigida, Doctor Who enganchó a todo tipo de personas, edades y estratos sociales. Esto se debía en parte a su tono oscuro, curiosamente poco apto para mentes infantiles. Pese a que hoy en día sus primeros capítulos nos puedan parecer ingenuos y teatrales, siguen conservando ese poso de oscuridad que cala inconscientemente dentro de nosotros.
Doctor Who tenía una virtud que iba más allá del entretenimiento. Pretendía radiografiar a la humanidad y sacar a la luz los miedos más básicos que nos acechan. Así, cada capítulo partía de una idea única y sorprendente que lo hacía totalmente diferente a cualquier otro. Más o menos lo que pasaba con la también idolatrada serie The twilight zone, con la diferencia de que Doctor Who tenía a un protagonista como hilo conductor. Y menudo protagonista.
Un Holmes espacial
Ese extraño héroe, con pintas de profesor inglés flemático, podría definirse como un Sherlock Holmes espacial. Su arma no era una espada o una pistola láser, sino un destornillador y su cerebro. El Doctor es una mezcla de MacGyver y Sócrates, un personaje complejo que lo ha visto y vivido todo a lomos de la Tardis, una nave espacio-temporal que por azar del destino se quedó bloqueada en apariencia como una cabina telefónica de policía.
Casi tan importante como el Doctor y la Tardis son los acompañantes que lleva en cada temporada, un anclaje que le permite mantener un pie en su propia humanidad (pese a que tiene dos corazones y no, no es humano), y que le recuerda por qué lucha. Han acompañado al Doctor parejas de recién casados, jóvenes estudiantes ingenuas, barriobajeras mal habladas, rubias de bote o soldados negras. La serie se ha convertido en un trampolín profesional de dimensiones casi tan épicas como sus aventuras.
En un giro magistral de guion, y ante la decisión del primer Doctor de abandonar la serie debido al cansancio provocado por el ritmo de grabación y su edad avanzada, los creadores decidieron sacarse de la manga algo que se ha convertido en una seña de identidad: la regeneración del Doctor en otros doctores.
Regenerarse o morir
A diferencia de lo que sucedió en El Príncipe de Bel Air cuando cambiaron a la tía Vivian, aquí no se oculta el reemplazo de actor, sino que se potencia como gran final de temporada. Es en ese instante cuando el Doctor, ya sea por las heridas sufridas, por un acto de sacrificio o por un contrato mucho mejor en Hollywood, decide regenerarse en un nuevo cuerpo, y a su vez en un nuevo actor.
Ya se ha regenerado en 12 ocasiones, interpretadas por ancianos cascarrabias, tipos de pelo rizado imposible y bufanda hooligan, jovenzuelos inquietos con mentones hirientes o galardonados con varios premios Bafta. Ser el Doctor es todo un honor reservado a unos pocos, y muchos matarían por conseguirlo. Así pues, no es de extrañar que una serie tan peculiar sea todo un fenómeno; cuando eres un producto tan único, o te hundes o te conviertes en un clásico.
Pese a que el Doctor vive ajeno al tiempo y el espacio, la serie no lo hace, y este año el especial de Navidad se apunta a la moda de los superhéroes, en este caso con un tal Doctor Misterio, que será el encargado de repeler junto con el Doctor una invasión alienígena, todo ello combinado con el más puro espíritu navideño. Además, este especial nos servirá para conocer a la nueva/nuevo acompañante y para plantear la trama horizontal de la próxima temporada, que seguro resultará de todo menos previsible.
Si los capítulos “normales” ya son de por sí únicos, los especiales son inclasificables. De la mano del Doctor y sus incontables regeneraciones hemos vivido todo tipo de especiales navideños, desde una revisión futurista del clásico Cuento de Navidad de Dickens, hasta un capítulo capaz de mezclar La invasión de los ultracuerpos con Papá Noel y salir airoso del meollo. Así que este año podemos esperarnos cualquier cosa.