Martin Scorsese no encuentra a Dios
El director estrena 'Silencio', la película que lleva en su mente 38 años y que indaga en la fe y lo que se hace en su nombre. Una nueva incursión del realizador en la religiosidad, una constante en su obra.
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“Vengo de la calle, de un ambiente de trabajadores donde la religión tenía un lugar preponderante. La iglesia y el cine eran los dos únicos sitios a los que mis padres me dejaban ir. Los adolescentes del barrio de Little Italy, en Nueva York, sólo querían ser curas o gánsteres. Incluso a pesar de que siempre he tenido dudas sobre la existencia de Dios, en un momento de mi vida quise ser sacerdote”. Esto es lo que decía Martin Scorsese en 2005 en el marco del Festival de Cine de Marrakech. Reconocía así algo que siempre ha estado presente en su cine: la religión. A veces está de forma evidente, otras como una cuestión moral que acompaña a los personajes, y siempre presente en forma de su potente imaginario que Scorsese utiliza de una forma expresiva única.
La confirmación total de que lo espiritual es algo muy importante para el director está en sus palabras, pero se ha hecho cine en su último título, Silencio, que llega hoy a las salas españolas. La película, una adaptación de la novela de Shusaku Endō, narra los problemas de dos jesuitas que acudieron a Japón en el siglo XVII para investigar los rumores que indican que su mentor ha apostatado y para seguir extendiendo la fe cristiana por el país nipón. Allí se encontrarán con las barbaridades que realizaban a todos aquellos que manifestaban una creencia que presentaba cada vez más adeptos.
Vengo de la calle, de un ambiente de trabajadores donde la religión tenía un lugar preponderante. La iglesia y el cine eran los dos únicos sitios a los que mis padres me dejaban ir
Una trama que sirve a Scorsese y a su guionista Jay Cocks para realizar un monólogo interior sobre la fe, las dudas del ser humano y de unos religiosos que ven como en nombre de la religión se comenten los mayores crímenes posibles. La respuesta ante todo ello es el silencio de un Dios al que empiezan a cuestionar. La religión, la necesidad de creer, la imposición de un dogma y lo que se hace en nombre de la fe son los temas que el director desgrana sin concesiones en un filme complejo, pausado y meditado. Una obra tan madura que sólo un director al que el tema le salga de las entrañas puede realizar. Scorsese llevaba 28 años queriendo adaptar la obra, que en el fondo resume muy bien su propio sentimiento hacia la religión: él se manifiesta católico, pero constantemente pone en entredicho sus dogmas y contradicciones.
Silencio es una de las representaciones más explícitas de los fantasmas de un director que sigue buscando a Dios en cada título y mostrando sus dudas en obras como esta o Kundun (1997), sobre la vida del decimocuarto Dalai Lama. En ella Scorsese abandona el catolicismo por el budismo, pero le vale para reflexionar sobre la espiritualidad, y sobre la importancia de ella, sea desde un punto de vista religioso o no. Una espiritualidad que se contrapone a la violencia y que funciona como su antídoto.
Su trilogía sobre la religión como temática comenzó con La última tentación de Cristo (1988), basada en la novela de Nikos Kazantzakis, y que da el protagonismo a Jesús, al que imagina no como un dios, sino como una persona normal tentado por los placeres de la vida terrenal. Un filme que fue prohibido en varios países y que vino rodeado de polémica al mostrar a Jesús casado y dejando embarazada a María Magdalena. De nuevo la fragilidad de la fe, las dudas ante las normas estrictas guiadas por la religión hacen acto de presencia en el guion de Paul Schrader que Scorsese y Jay Cocks (guionista de Silencio) retocaron. Por primera vez se muestra al personaje como un ser humano y no una deidad con la que evangelizar al público.
Cruces y vírgenes
Martin Scorsese se educó en una escuela católica e incluso estuvo un año en el seminario, por lo que es normal que todo ello salga en sus películas. Ya lo hizo en su ópera prima, ¿Quién llama a mi puerta? (1967), en la que se concentra la esencia del cine scorsesiano. Un filme sobre la vida de un joven italoamericano en Nueva York y sus andanzas por Little Italy, criado bajo una estricta educación religiosa que se verá cuestionada cuando se enamora de una chica. La lucha entre moral y deseo, entre los dogmas de su iglesia y la libertad sexual, son la esencia de un debut que fue toda una declaración de intenciones.
Esa pugna entre la fe y la vida real también estaría en Malas calles (1973), en la que el protagonista tiene que debatirse entre trabajar con su tío, gánster en Nueva York, y su compromiso con sus creencias cristianas. Una lucha que como tantas veces en el cine de Scorsese desemboca en el sentimiento de culpa como motor de las acciones de sus personajes.
También en la puesta en escena se palpa esa educación religiosa y esa dualidad entre la fe y su ausencia. Sus películas están llenas de símbolos. Es habitual ver a personajes morir en forma de cruz (o incluso clavada en ella) y la cruz es uno de los elementos que más utiliza. En Uno de los nuestros (1990) se marca un zoom out desde la cruz del personaje de un Ray Liotta ya inmerso en el mundo de la mafia.
La casa de Jack LaMotta en Toro Salvaje (1980) parecía un altar, y el filme termina con extracto del evangelio. Hasta el villano de El cabo del miedo (1991) recita pasajes de la Biblia que también lleva tatuados en su cuerpo. Un villano que expresa de forma abierta su fe, frente a sus víctimas y la ausencia de la misma. El mismo conflicto interior de un Martin Scorsese que se abre en canal con su cine para regalarnos una nueva obra maestra.