La bailaora gitana que enamoró a Peter Sellers
La Chana, una de las reinas del flamenco, recuerda su carrera en un documental presentado en el certamen y resuelve el misterio de su desaparición y de su rechazo a una carrera en Hollywood.
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Con muy pocos años Antonia Santiago Amador (Barcelona, 1946) sentía que algo corría por sus venas. Eran tiempos duros, casi no había comida, y menos en la comunidad gitana en la que ella vivía, pero ese cosquilleo que tenía no se pasaba. Cada vez que podía lo dejaba salir y se ponía a zapatear por los caminos de tierra que seguía para ir a su casa. Por donde ella pisaba la hierba no crecía, así era la fuerza de sus taconeos que levantaban polvaredas inmensas. Eso con sólo siete años, cuando descubrió que el flamenco era su alma y su vida. No sabía hacer otra cosa, pero quería aprender.
Sin la posibilidad de ir a clases de baile, tampoco con una televisión para aprender, La Chana, como la conocían por su tío -El Chano- y por la palabra caló que se refiere a quien sabe mucho, aprendió ella sola, con la radio. Escuchaba y memorizaba el ritmo, los compases, y se ponía a bailar. Cuando lo hacía el mundo callaba. Tanto que su tío tuvo claro que delante suyo tenía a una de las reinas del flamenco a la que un documental de Lucía Stojevic -presentado en el Festival de Málaga- recuerda y engrandece una leyenda que llegó hasta el mismo Peter Sellers.
La obra descubre a la verdadera Chana. Es ella misma la que echa la vista atrás para intentar describir algo tan etéreo como el duende, lo que siente cuando baila, y las causas que truncaron su carrera. Un viaje que comenzó muy temprano cuando su tío tuvo claro que no podía tener retenido su talento más tiempo. Además, era una oportunidad para llevar dinero a la familia. “En aquel tiempo se vivía mal, y la gente tenía sueños, el mío era bailar. Bailaba por aquellos caminos. Un día en un bautizo El Chano y me vio bailar y me dijo: quién te ha enseñado eso?”, recuerda la bailaora en la película.
Los comienzos no fueron fáciles. Su padre no quería dejar que una mujer saliera de casa para bailar “porque decía que las mujeres artistas eran malas”. Su tío le tuvo que mentir y decirle que la encerraría en la habitación para que no saliera. Cuando llegó por primera vez al escenario no sabía por dónde empezar. Ella había aprendido todo por su cuenta, pero El Chano se lo dejó claro. “Estás tonta, tú sal y baila”, le dijo, y eso fue lo que hizo.
El arte de La Chana sigue brillando, mientras desgrana sus recuerdos se la ve cantar, recibir a amigos, zapatear y hasta inventar algún paso. También abrirse en canal y llorar cuando recuerda la relación que marcó de forma traumática su vida. A los 18 años La Chana tuvo a su primera hija. Lo hizo con el primer hombre que dijo amarla. A él ni se refiere por su nombre. “No estaba acostumbrada a que nadie me pretendiera, era el primero que lo hacía”, cuenta casi excusándose en el documental.
Al principio todo parecía de color de rosa. Hasta que llegó la ira, las palizas y los celos. Fue él el que no permitió que La Chana fuera a Hollywood para convertirse en una estrella. Tuvo que rechazar la oferta de Peter Sellers, que cayó rendido a sus pies cuando la descubrió en Los Tarantos. Muchos dicen que se enamoró al instante, otros que el zapateao de aquella gitana le dejó loco. Lo que es cierto es que Sellers cerró el local -al que iba Salvador Dalí todos los días a verla bailar- para ir a rodar una mítica secuencia de The Bobo.
Todos se fueron ocho días a Italia, donde La Chana les dejó sin habla y consiguió que el cómico quisiera llevársela para triunfar. “No pudo ser. Alguien lo impidió. En la comunidad gitana el hombre es el hombre y la mujer está ahí, pero el hombre es el que manda. No te puedes deslizar en ningún sentido, porque tienes las de perder” dice con pesar. En los 70 y gracias a la televisión, consigue su momento de máxima popularidad. La gente quiere verla y viaja por toda latinoamérica. José María Íñigo y su programa Esta noche fiesta reavivan su carrera y la hacen olvidarse de Hollywood, pero no de la tragedia que tenía cuando llegaba a casa.
En la comunidad gitana el hombre es el hombre y la mujer está ahí, pero el hombre es el que manda. No te puedes deslizar en ningún sentido, porque tienes las de perder
El documental muestra a La Chana imágenes de sus actuaciones, entre ellas la apertura de la sala Xenón en Madrid. “Actué con dos costillas rotas, me las rompió el padre de mi hija”, dice sin pestañear y todos entienden por qué en los 80 tuvo que descansar durante cinco años. “Tenía envidia, tenía rabia y me anuló. No lo dejé porque estaba amenazada. Era mi señor y yo su sierva. De mi tragedia no podía decir nada. Cuando bailaba era mi luz, me sentía viva”, añade llorando. Con 33 años llegó a retirarla de los escenarios, y sólo fue cuando le abandonó cuando volvió a vivir.
Una historia sobre el flamenco, sobre el arte, pero sobre todo sobre la fuerza de una mujer que se puso el mundo por montera y superó todos sus problemas gracias a lo que más amaba: el baile.