Ha muerto Jonathan Demme. Así dicho, suena como si hubiera perecido fatalmente cualquier vecino de Kentucky. La percepción cambiará un tanto para los no iniciados al pensar que el fallecido dirigió El silencio de los corderos, una obra maestra del cine, que consiguió los cinco Oscar más importantes que entrega la Academia de Hollywood: Mejor Película, Mejor Director, Mejor Guion, Mejor Actriz y Mejor Actor. El nombre de Demme se recordará, sobre todo, por haber filmado un puñado de secuencias y planos que anidan en la memoria de cualquier cinéfilo.
Tres secuencias
La secuencia que primero impacta en El silencio de los corderos es el encuentro inicial entre Hannibal Lecter (Anthony Hopkins) y Clarice Starling (Jodie Foster). Ahí conocemos al caníbal y asesino en serie de desbordante inteligencia que, con apenas 15 minutos de metraje, sirvió al actor para construir una de las mejores interpretaciones de su carrera. Demme nos presenta a Lecter al fondo de su celda y después hace que avance hasta el cristal, jugando con la luz, hasta llegar a un primer plano en que intimida a Starling (y a los espectadores).
Otra de las secuencias más celebradas es la última entrevista que mantienen los personajes de Hopkins y Foster, en la mazmorra donde el psiquiatra está enjaulado. Es uno de los momentos más tensos de la película. Con el leitmotiv de un "quid pro quo", Demme intercala planos de ambos actores a uno y otro lado de los barrotes. Precisamente esos barrotes son, además de las miradas de los protagonistas, la clave de la secuencia. A lo largo de varios minutos, los dos protagonistas lloran y ríen, se desafían y se muestran cómplices, se alejan y se acercan. Y cuando les interrumpen quienes acaban con su intimidad, los barrotes desaparecen durante un instante. Es el único de toda la película en que Lecter y Starling se tocan.
La escena más memorable transcurre casi al final en la casa de Buffalo Bill, el zumbado que tiene secuestrada a la hija de una senadora para continuar haciéndose un traje con las pieles de sus víctimas. La agente Starling llega al domicilio del criminal. Ella sospecha que él es culpable. El espectador ya sabe que se trata del malvado porque, como en cualquier película de Hitchcock, cuenta con más información que los propios personajes. De ahí la tensión del momento.
Tras una conversación anodina, llega el enfrentamiento. Buffalo Bill apaga las luces de la casa. Fundido a negro y terror desatado. Y ahí está la maestría de Demme, que filma a la agente del FBI paseando a oscuras por la casa mientras el secuestrador dispone de un aparato de visión nocturna que le da ventaja. El director utiliza un plano subjetivo desde el punto de vista del criminal, que incluso roza el pelo de una atemorizada Starling. Se impone la confusión según crece el suspense. Sólo los disparos harán la luz para mostrar el final del entuerto.
La máscara del monstruo
La imagen fija más icónica de la película (y más utilizada para hacer negocio) es Hannibal ataviado con una camisa de fuerza y, sobre todo, con una máscara metálica que incluye tres barrotes en la boca para recordarnos que estamos ante un caníbal. Tras ella, está el monstruo, el miedo, la inteligencia del mal. Tras ella, está la magia del cine que ya ha hecho inmortal a Jonathan Demme.