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Las filtraciones de Snowden dejaron el mundo patas arriba. De repente nos encontramos indefensos, al descubierto y vigilados por nuestros gobiernos. La obsesión por la seguridad en el clima de pánico post 11S ha provocado también la pérdida de la intimidad, un caldo de cultivo perfecto para el resurgir de ese thriller político que tan bien funcionó a finales de los años setenta. Ahora los miedos han cambiado, pero la gente vive en alerta, esperando que algo ocurra.

En ese campo de escuchas ilegales, espionaje y desconfianza es en el que se mueve con soltura Testigo, la película que supone el debut en la dirección del francés Thomas Kruithof. Su protagonista es el hombre normal, de la calle, exalcohólico y con un trastorno obsesivo compulsivo. Como si de un contrato con el demonio se tratara, llega a él una oferta de trabajo en un puesto en el que sólo hay una norma: no preguntar. Transcribirá el contenido de unas cintas de cassette con una máquina de escribir en un piso gélido y abandonará la sala sin rechistar. Un thriller con ecos de La conversación que juega con los temores del ciudadano de 2017 y la desconfianza hacia la clase política como motores de un filme que prefiere el clasicismo a los giros de efecto y los trucos modernos.

En Francia y en España ha habido escándalos constantemente. Creo que el thriller político está cercano a nuestras inquietudes, porque está relacionado con el poder, con la paraonia

Kruithof no niega la clara influencia del filme de Coppola, y reconoce que lo ve “al menos una vez todos los años”. “Es de esas películas que cuanto más veces veo, más cosas descubro. Sabía desde el principio que mi película tenía cosas en común con ella, un personaje solitario, el mundo de las escuchas… pero hemos intentado no ir en la misma dirección artística”, cuenta el director francés a EL ESPAÑOL mientras confiesa que quizás Roman Polanski y su Quimérico inquilino fuera la obra que más le ha influido para Testigo.

Su protagonista, un inmenso François Cluzet -el protagonista de Intocable- entra dentro de una organización cuyo objetivo desconoce el espectador, algo que encantaba al realizador. “Me fascina que en esas organizaciones cada elemento sólo sabe lo que hace él, y por eso me interesaba este personaje que estaba en lo más bajo de la escala pero que poco a poco descubre la conspiración en la que está metido”, apunta.

Un fotograma de Testigo.

Una conspiración que toca a las altas esferas políticas y los trapicheos que se pueden hacer para mantener a uno en el poder. Mentiras, extorsión, asesinato, control de los medios… cosas que ya no sorprenden al espectador, porque como explica Thomas Kruithof, ya estamos escarmentados. “El thriller conspiranoico explotó a finales de los años 70 por el asesinato de Kennedy, el Watergate… pero después, por ejemplo en Francia y en España ha habido escándalos constantemente. Creo que el thriller político está cercano a nuestras inquietudes, porque está relacionado con el poder, con la paraonia. La paranoia ya no es tener miedo a que te hagan daño, sino no entender cómo funciona el mundo, por qué se toman las decisiones que se toman y sospechar que otros toman las decisiones por ti”, añade.

El thriller cautiva a la gente y permite entrar en ciertos lugares oscuros de nuestra sociedad y hablar de problemas sociales y de geopolítica sin que sean los temas centrales de la película

En este asunto hay un punto de inflexión, y es Edward Snowden y sus filtraciones que evidenciaron el estado de “vigilancia constante y esos vínculos turbulentos entre la política y los servicios secretos”. “Eso ya está eso en nuestra cabeza como ciudadanos y por eso creo que el cine va a ser fértil en thrillers de espionaje”, dice Kruithof. El clima actual de paranoia ayuda al funcionamiento preciso del filme, una paranoia que el realizador cree que tiene mucho que ver con “la desconfianza hacia los políticos por los escándalos que salen a la luz”. “La reacción de la gente ante la corrupción ha creado cosas positivas, como querer cambiar las cosas y resistir, pero también ha creado un auge del populismo, son periodos complicados y creo que no hay que ser paranoicos, porque somos ciudadanos saturados de información y sabemos que hay que cuestionar todas las cosas”, explica. Para él, el proceso del personaje protagonista, que pasa de ser un sumiso a un rebelde tiene mucho de “despertar político y de toma de conciencia”.

De nuevo el thriller para hablar de las cloacas de la sociedad, un género que, como señala el cineasta francés, “cautiva a la gente y permite entrar en ciertos lugares oscuros de nuestra sociedad y hablar de problemas sociales y de geopolítica sin que sean los temas centrales de la película. Todo ello en una película que hará las delicias de Snowden, que verá como gracias a su información el mundo desconfía hasta de una máquina de escribir y una cinta.