La historia de EEUU ha avanzado de forma paralela a las guerras en las que ha participado. Desde la de independencia a la de Irak, pasando por la Segunda Guerra Mundial o la de Corea. Mientras en unas el sentimiento patriota se ha mantenido o agrandado con el paso de los años, otras sólo evidenciaron la prepotencia de un país que se erige como defensor de la democracia, pero no duda en usar la fuerza para mantener su status quo.
Oucrrió en Vietnam, aquel conflicto al que EEUU mandó a toda una generación de jóvenes a luchar por un motivo que no entendían. Todavía hay que preguntarse por qué el país apoyó al Gobierno minoritario de Vietnam del Sur encabezado por su presidente Ngo Dinh Diem, sólo para evitar que estos se unificaran bajo un gobierno comunista. En plena Guerra Fría, el temor a que se extendieran el comunismo era suficiente para iniciar una guerra que se tornó en masacre. EEUU fue involucrándose cada vez más, y su participación sacó a la gente a las calles para pedir que sus soldados volvieran a casa. Lo hicieron, pero diezmados y traumatizados.
Pocos historiadores y expertos han defendido la entrada en aquel conflicto, y sus heridas pronto llamaron la atención del cine. La victoria comunista fue el detonante para que aquella vergüenza nacional llegara a la gran pantalla, aunque en ocasiones lo hiciera en forma de panfleto como aquellas Boinas Verdes protagonizada por John Wayne. Pero gracias a cineastas como Michael Cimino en El Cazador, Stanley Kubrick en La chaqueta metálica y Francis Ford Coppola en Apocalypse Now, la visión cambió. Entre todos radiografiaron la locura de una guerra en la que EEUU nunca debió entrar y que marcó para siempre a una generación. Kubrick y Coppola, además, crearon un imaginario que quedó clavado para siempre en la retina del espectador. Ese gorro con el símbolo de la paz y las palabras 'Nacido para matar', la aparición del Coronel Kurtz, y el infierno del enfrentamiento con los vietcongs, trasladaron el horror al espectador.
Quien no se había atrevido a lanzar sus dardos al conflicto hasta ahora era el cine mainstream. La cara política no gusta a todo el mundo, y los grandes blockbusters preferían ser inofensivos y no molestar para no jugarse la taquilla. De vez en cuando alguien se arriesga, y aunque hayan pasado décadas ahora ha llegado una superproducción veraniega que, dentro de su envoltorio de lujo, acción, efectos especiales y puro entretenimiento, tiene lo mejor del cine bélico y se convierte en una original aproximación a lo que supuso la Guerra de Vietnam.
Se trata de La guerra del planeta de los simios, cierre de la trilogía que imaginaba lo que ocurría antes de la película original de Franklin J. Schaffner. Una saga por la que nadie apostaba y que ha dignificado el taquillazo estival en todas sus entregas. Esta última convertida en un Apocalypse Now simio que bebe del clásico de Coppola sin ruborizarse. Ya el filme se inicia con una emboscada a los monos por el ejército. Lo hacen en medio de una selva que se convierte en su peor enemigo. Los soldados llevan contados los simios muertos en sus cascos, igual que consignas en su contra, como ocurría con aquellos que lucharon en el país asiático.
Matt Reeves convierte a estos monos en el reverso fantástico de los vietcongs de hace décadas. El líder de los humanos tiene las formas y la locura del Coronel Kurtz -con los rasgos de Woody Harrelson- y tropieza en donde lo hicieron los americanos. En pensar que son superiores que otra raza, que sus ideales valen más que otros. Su mayor potencial militar no será suficiente. ¿Les suena familiar? Por si fuera poco Reeves se permite el guiño definitivo cuando en una pared muestra una pintada que pone 'Apecalypse Now' -'Ape' en inglés significa simio-.
Mucho más que Vietnam
Según avanza La guerra del planeta de los simios, Matt Reeves deja claro que, además de revisar la guerra más cruel de la historia reciente de EEUU, también hará lo mismo con unos cuantos géneros cinematográficos. En esta entrega no cuesta encontrar la huella de películas sobre el Holocausto, con esos monos confinados y obligados a trabajar o morir, pero tampoco de filmes como La gran evasión, en los que la planificación de la huida centraba la trama principal, todo ello entrelazado sin que el ritmo decaiga y con un Andy Serkis como el mono César que transmite más que muchos actores de carne y hueso.
Para el director su gran referencia ha sido el western. Lo deja claro en ese exilio crepuscular en busca de venganza que realizan los monos montados a caballo, igual que lo ha hecho en todas las entrevistas concedidas en EEUU, en las que ha expresado que pensaba en Serkis como en “una especie de Clint Eastwood”. “Ya había muchas referencias al Western en la anterior entrega, siempre han estado ahí”, aunque mucho más evidentes en un cierre que hace que uno tenga fe de nuevo en el cine de palomitas inteligente y que se atreve a hablar hasta de la Guerra de Vietnam.