Desirée de Fez
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Marvel Studios madura con una comedia adolescente. Por contradictorio que resulte, se sacude, evoluciona y da un estimulante paso al frente convirtiendo el nuevo Spider-Man en una comedia de acción para chavales. La sexta película en quince años sobre el célebre personaje de cómic hace explotar de una vez por todas la burbuja súperheroica de la compañía, esa pompa de películas con aciertos pero intercambiables, cortadas con el mismo patrón, asfixiadas por el CGI, abocadas a un desenlace histérico y en las que es más importante alimentar la mitología sobre sus personajes que ofrecer algo bueno. Spider-Man: Homecoming tiene su propia identidad, no desentona en el universo cinematográfico al que pertenece pero, al mismo tiempo, va por libre.

En una de las transiciones más interesantes del cine independiente al blockbuster de los últimos años, Jon Watts (Coche policial) firma la segunda mejor película sobre el personaje desde Spider-Man 2 (2004), obra maestra de Sam Raimi. Convierte los orígenes del superhéroe en una irresistible comedia adolescente. Si John Hughes hubiera dirigido una película sobre Spiderman probablemente le habría salido algo así. A él y a su increíble legado se alude continuamente.

Fotograma de la película.

Peter Parker y sus amigos del instituto son una versión puesta al día de El club de los cinco (1985), con Zendaya como moderna Ally Sheedy. Y qué bonito es el homenaje directo a Todo en un día (1986) y entrañable la manera en que se mira Peter Parker (Tom Holland) en Ferris Bueller. Un momento, ¿quiere esto decir que hemos cambiado la zapatiesta súperheroica por la cansina nostalgia? No. Si Spider-Man: Homecoming conecta con la buena comedia adolescente de los 80 no es tanto porque se ponga melancólica como porque construye personajes, se detiene en sus conflictos, les hace dialogar acorde a su edad y lo convierte todo (de la ropa que llevan a las canciones que suenan) en una prolongación de su mundo.

De hecho, aunque haya guiños cómplices con los fans de esas películas, Watts actualiza el universo juvenil al invertir tópicos de aquellos filmes, dar a la propuesta un look contemporáneo y situarla tecnológicamente en la actualidad, sin intención alguna de jugar a lo intemporalTambién la actualiza con la elección de Tom Holland para encarnar a Spiderman, uno de los aciertos del filme. Está simplemente increíble (no hay mala decisión de casting en esta película). Es puro carisma, pura naturalidad y pura espontaneidad. Y tiene un look y una actitud totalmente actuales.

Spider-Man: Homecoming tiene su propia identidad, no desentona en el universo cinematográfico al que pertenece pero, al mismo tiempo, va por libre

La búsqueda de una conexión estética con el presente, de esa especie de realismo acicalado (o realismo fingido) que da la tecnología móvil, hace que la película tenga a ratos algo de las más desvergonzadas Kick-Ass (2010) y Deadpool (2016). Pero solo a ratos. El tono es muy distinto. Spider-Man: Homecoming es más blanca, es menos canalla. Es juvenil pero no ingenua, es emocionante pero no empalagosa, es cálida y a la vez arrolladora, es muy divertida y, aunque después de todo esto parezca que su único valor esté en su naturaleza de comedia adolescente, es un espectáculo esplendoroso.

Por fin una película de superhéroes en la que se han pensado realmente las escenas de acción y no hay que aguantarse la cabeza para no perderla en el clímax final. El cariño y el ingenio en el diseño de situaciones, la planificación, la coreografía y el sentido del espectáculo se imponen al caos y al ruido habitual en este tipo de propuestas. Spider-Man: Homecoming es de las pocas películas de superhéroes que dentro de diez años recordaremos al menos por dos escenas de acción antológicas: la del ferry de Staten Island y la del ascensor del Washington Monument. Solo una cosa más: por fin un villano (inmenso Michael Keaton) a la altura de las circunstancias.