Javier Gutiérrez y Malena Alterio en Vergüenza.

Javier Gutiérrez y Malena Alterio en Vergüenza.

Series Festival de San Sebastián

Mirar el escote a tu suegra y otras formas de pasar vergüenza

Movistar + hace historia al competir en la sección Zabaltegi de San Sebastián con 'Vergüenza', la comedia de Juan Cavestany y Álvaro Fernández Armero.

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La vergüenza ajena tiene algo realmente incómodo. Uno no sabe si reírse, sufre con el ridículo del otro, con ese patetismo en el que todos caemos alguno vez. Ocurre en el momento menos pensado. Uno ve a su vecina, piensa que está embarazada, y sin darse cuenta está metido en un berenjenal del que no sabe cómo salir. La lista de momentos en las que uno puede pifiarla es inmensa. Todos creen que están libres de pecado hasta que se ven hasta el cuello.

Esa sensación es la que provoca Vergüenza -imposible que tuviera otro nombre-, la serie de Movistar+ que han creado Juan Cavestany y Álvaro Fernández Armero. Tras llegar al gran público con Velvet Colección, la cadena ha elegido el Festival de San Sebastián para presentar su primer producto de ‘autor’. Series con nombre y apellido, es decir, cuyos creadores tienen unas credenciales para el público. Por si fuera poco, esta es la primera que entra a competición en un Festival de clase A. Lo hace en la sección Zabaltegi. En la Oficial se tendrán que conformar con ver los dos primeros episodios de La peste fuera de concurso.

Lo que han creado Armero y Cavestany es “un catálogo” de situaciones a las que a veces cuesta mirar de la vergüenza ajena que dan. Y es que así nacio el proyecto, como “una lista que se iba actualizando según nos pasaban cosas”, como aclaran los directores a EL ESPAÑOL. “Hemos querido ser perversos, porque con la vergüenza ajena a ver quién está libre de ella, localizamos al que da, pero no sabes si tú das vergüenza ajena a otros”, añaden.

Hemos querido ser perversos, porque con la vergüenza ajena a ver quién está libre de ella, localizamos al que da, pero no sabes si tú das vergüenza ajena a otros

Una serie que hace comedia de la buena en 25 minutos y que nos planta situaciones tan incómodas como divertidas con un Javier Gutiérrez pletórico -acompañado de Malena Alterio- que no deja de meter la pata. Lo peor es cuando intenta salir de la situación y empeora las cosas. Mira el escote a su suegra, deja unos calzoncillos sucios que todos descubren en el baño, intenta escurrir el bulto con excusas locas, se hace el moderno y acaba como el más homófobo del lugar… La lista es interminable en esta primera temporada que promete una segunda tanda si las cosas van bien.

Parte del éxito está en que, a pesar de lo desagradable de su personaje, todos somos en algún momento Javier Gutiérrez. “Hay una identificación, claro. Es verdad que la vergüenza tiene un componente narcisista, porque consiste en que eres muy consciente de ti mismo y de cómo eres y lo quieres tapar, pero te ves mucho a ti mismo, y ves mucho su posición en lo social y te mueves para intentar arreglarlo todo, el personaje es un narcisista estropeado. Si funciona es porque es empático, y al final te importa y quieres estar con él”, añade Cavestany.

Un fotograma de Vergüenza.

Un fotograma de Vergüenza.

Para eso era imprescindible dar con la tecla de un buen actor que fuera a la vez patético y enternecedor. No dudaron ni un segundo: Javier Gutiérrez. “Escribimos la serie para Javier hace nueve años. Sabíamos que es el heredero de la escuela de Fernando Fernán Gómez, de Pepe Isbert, de los clásicos españoles que trabajaban con la picaresca de: ‘te la voy a colar pero soy un pobre hombre’, algo de neorrelaismo español, la serie tiene algo de eso”, cuentan los creadores.

Humor incorrecto

En un panorama televisivo en el que triunfa la comedia blanca e inofensiva (y de más de una hora), la llegada de un producto como Vergüenza es un soplo de aire fresco. Una serie que no va a un público entre 0 y 99 años, sino que lo hace a uno adulto y que disfruta de lo políticamente incorrecto, aunque los directores dejan claro que han querido que su obra sea “una respuesta a nada”. “Se han hecho series muy buenas en el contexto de lo convencional, hay una industria con talento importante y series fenomenales. No queremos hacer algo porque eso no nos guste y queremos mejorarlo, pero ellos vienen casi con la demanda de que quieren otra cosa, además es que yo no sé hacer el otro tipo de formato”, dice Cavestany con sinceridad.

Javier Gutierrez es el heredero de la escuela de Fernando Fernán Gómez, de Pepe Isbert, de los clásicos españoles que trabajaban con la picaresca

“Cuando tu target es de 0 a 99 años tiene que ser así, humor blanco, porque necesitan llegar a una cantidad determinada de público. Si tu público es el total de la población, pues es difícil hacer algo transgresor, si no tienes que limitar tu tiro a un determinado tipo de público puedes hacer cosas más arriesgadas”, añade su compañero.

La provocación no era la meta, de hecho para Juan Cavestany la serie es bastante inocua. “Tiene sus momentos, pero si esto te lo tomas como una carrera de a ver quién provoca más, siempre llega alguien que te gana, llega Aronofsky y la hace más gorda… esa no era la idea. Creo que la serie es transgresora y autoral si estás acostumbrado a la comedia televisiva española, pero convencional para la gente que vea a Ricky Gervais en vena”, argumenta.

'Vergüenza' es transgresora y autoral si estás acostumbrado a la comedia televisiva española, pero convencional para la gente que vea a Ricky Gervais en vena

Lo que sí es una revolución es que hayan permitida una duración de 25 minutos, en vez de “esos 70 con los que nadie está cómodo y de los que 20 son de relleno para llegar a la duración”, como recuerda Álvaro Fernández Armero, que sigue sin creerse la libertad con la que han contado: “Nos ha tocado la lotería, somos una de esas series elegidas para hacer lo que quieres, con presupuesto suficiente… es una maravilla que no había pasado antes”.

Ahora queda ver si esta moda de las series, de ficciones nuevas cada semana, no provoca una burbuja que explote en la cara a los creadores, algo que comparte Cavestany, que cree que “hay una sensación incierta de si vamos a poder absorber eso, pero me imagino que se autorregulará”. Si falla siempre les queda el cine, un lugar que en tiempos de productos para consumo rápido se ha convertido en un “antídoto”, en un “acto a reivindicar para parar un poco el tiempo”, además, en la sala a oscuras nadie puede ver la cantidad de cosas que dan vergüenza ajena.