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La ciencia ficción ha vivido hitos en su historia. Stanley Kubrick resumió la evolución del hombre en una escena de 2001: una odisea en el espacio, y Ridley Scott -usando como base la novela de Philick K. Dick- se preguntó en Blade Runner qué es lo que nos hace humanos. Qué hay dentro de nosotros que nos distingue de las máquinas, o por qué ellas no pueden sentir y ser más compasivos que nosotros, que nos dedicamos a matar y arrasar todo lo que nos importa.

La película de Scott, que no fue bien recibida en su momento, también dejó para la historia del cine una estética lúgubre y lluviosa que luego se ha repetido desde Seven a El caballero oscuro. Uno de esos clásicos intocables que parecía a salvo de secuelas y remakes, hasta que el propio director de la original ha entrado en la paronia de ampliar el universo de sus propias sagas. Tras destrozar la de Alien había miedo por ver qué hacía con Blade Runner, pero esta vez Scott ha tomado la decisión más sabia: ceder el relevo. Lo ha hecho a uno de los directores más en forma del panorama actual, Denis Villeneuve, uno de los pocos realizadores capaz de conjugar lo autoral y lo comercial y de entregar productos que le vuelan la cabeza a las masas, como ya hizo con La llegada el año pasado.

Fotograma de nuevo Blade Runner.

Villeneuve aprueba con nota la difícil tarea y ofrece una obra visualmente deslumbrante, valiente y que se desmarca lo suficiente del original para tener entidad propia, aunque con los guiños suficientes para no desencantar a los fanáticos del original. La trama, de la que no conviene desvelar ciertos giros, se sitúa más de 20 años después de la película de 1982. Tras lo ocurrido entonces se produjo el apagón de los replicantes, aunque una empresa que se ha hecho rica produciendo comida para evitar el hambre mundial ha creado unos nuevos, sin posibilidad de fallo y con la misión de eliminar a aquellos que se rebelaron y fueron por libre.

La cuestión moral sobre qué nos dota de humanidad sigue en el aire. Aquí no se juega con si Ryan Gosling es o no un androide, sabemos que sí desde el principio, pero él busca algo a lo que pertenecer, aunque sea una prostituta virtual con el rostro de Ana de Armas. El mundo sigue igual de sombrío que hace dos décadas, las marcas de las grandes corporaciones todavía alumbran la ciudad y las diferencias sociales se han acrecentado. Aquí es donde la película coge vuelo político -especialmente en su primera parte-. Los replicantes han ocupado el puesto más bajo de la sociedad, aceptan los trabajos que nadie quiere (prostitutas, matones...) o están obligados a mendigar. Nada les pertenece, ni siquiera el amor.

En esos cimientos de mugre es en lo que se asienta la sociedad del futuro (y del presente). El mensaje hasta se verbaliza: para que haya una primera clase llena de privilegios tiene que haber una que coma la mierda del resto. Para poder vivir con la conciencia tranquila, aquellos que ocupan la parte más baja de la pirámide son robots inteligentes pero sin capacidad de rebelarse.

Fotograma de Blade Runner.

¿Pero qué ocurriría si dijeran basta?, ¿si las clases oprimidas se olvidaran del miedo y se unieran para acabar con esta situación? Un mensaje muy 15M que nunca termina de explotar en el filme, que finalmente vuelve a retomar la senda filosófica de su original. Blade Runner 2049 habla de la maternidad -incluso sobrogada, ya que son las replicantes las que quieren que engendren nuevos trabajadores-, de la necesidad de dejar un legado y sobre algo que entronca con ese discurso revolucionario: lo que nos hace humanos es sacrificarnos por una causa mayor.

Es cierto que la película adolece de una duración excesiva, pero el pulso de Villeneuve hace que cada plano sea una auténtica delicia, punteado por la excelsa fotografía de Roger Deakins -un Oscar para él ya- y la banda sonora de un Hans Zimmer jugando al estruendo como a él le gusta.

Blade Runner 2049 es más una secuela conceptual que un filme que desarrolle tramas de la película original, aunque para los fans hay guiños constantes, apariciones sorpresas y un Harrison Ford cuya primera escena en un Las Vegas devastado es maravillosa. Blockbuster de altura, con mensaje, debate y alma. La confirmación de que Hollywood ha encontrado al hombre que les puede sacar de cualquier marrón: Denis Villeneuve.

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