El Llanero Solitario, El Último Mohicano o El Último Gran Héroe. He aquí tres películas cuyos títulos describen la situación de Juan Torres-Molina y su cine, El Madrigal de Granada. Al frente de este cine de una sola sala situado en pleno centro de la ciudad de la Alhambra, Juan ha hecho de la resistencia un medio de vida. Suyo es el último cine que queda en España donde se proyectan rollos de película de 35 milímetros. Hay un proyector, en concreto un Prevost adquirido en 1992. “Ahí sigue dando caña”, dice Juan a EL ESPAÑOL sobre su fiable pero aparentemente anticuada logística.
No es un cine digitalizado. A diferencia del resto de cines de España y aparentemente del resto del mundo –en 2016, la conversión digital del cine era algo que la consultora estadounidense IHS Markit daba por prácticamente completada en todo el mundo–, el cine de Juan no cuenta con un proyector digital. En su sala de proyección no hay discos duros, ni servidores ni nada que tenga que ver con una imagen pasada por el filtro de un ordenador.
“La nuestra es una proyección clásica de cine, con una máquina dotada de un motor eléctrico que tiene una película pasando por unos rodillos en movimiento y un haz de luz que la va proyectando”, explica Juan.
Resistirse al digital
Su cine es una excepción, seguramente la que confirma la regla. Hoy día todos los cines se han pasado a la tecnología digital, asumiendo los signos de los tiempos, y claro está, el dominio que ejercen en las industrias las grandes empresas del séptimo arte. “El tema digital es terrorífico. Las normas que han impuesto las majors americanas han hecho que los equipos sean brutalmente caros. Por ejemplo, sólo tienen la patente para hacer los equipos digitales tres compañías, que son NEC, Barco y Christie. Estás forzado a jugar con esas tres marcas y plegarte a sus exigencias”, comenta Juan sentado en las butacas de su sala de cine, con capacidad para casi 600 personas.
Su cine, una empresa familiar modesta no ha invertido los 60.000 o 70.000 euros que cuesta ditigalizar. Entre otras cosas, porque en el momento en que comenzó ese proceso por ley, hace ya casi diez años, El Madrigal estaba moribundo. “Entre 2008 y 2010 la supervivencia era muy complicada”, reconoce Juan.
“Afrontamos entonces lo que era La Tormenta Perfecta, como en la película de George Clooney, porque si para todos los cines entonces esa era una época complicada, para nosotros era aún peor. La tecnología de los 35 milímetros ya había entrado en vías de extinción, era difícil acceder a copias por la digitalización, una tecnología que era y sigue siendo para nosotros carísima, había una competencia brutal, con la crisis económica que azotaba a España la gente iba menos al cine y pasamos de tener un IVA del 8% a uno del 21%”, abunda el responsable de El Madrigal.
El cine de autor, la salvación
Juan, sin embargo, obró el milagro. Sacó el cine de una tormenta que parecía tan mortal como aquella que se tragó al Andrea Gail, nombre del navío que trágicamente desapareció en 1991 con seis marineros a bordo, incluido a su capitán, Billy Tyne, interpretado por Clooney en la película del alemán Wolfgang Petersen. Le salvó la decisión de su gerencia de apostar por lo que Juan llama “cine de calidad”. Otros lo llaman “cine independiente” o “cine de autor”.
Según los términos de Juan, “hablamos de películas que no suelen interesar en grandes complejos o centros comerciales, que tienen menos rendimiento económico y que son una apuesta muy arriesgada”. “Pero nos dirigimos a la distribuidora Golem y nos dijeron 'adelante'”, abunda Juan. En Golem, reconocen que ellos “abrieron el telón” de la nueva etapa de El Madrigal. “Los grandes distribuidores le dijeron [a Juan, ndlr.] que tenía que digitalizarse para tener películas, pero nosotros le dijimos que siempre que necesite película en 35 milímetros, ahí estaremos”, dicen a EL ESPAÑOL desde la distribuidora.
En el momento de esa apuesta por el cine de autor, casi todas las majors –con la excepción de Disney– no mostraban interés en poner películas aquí. Este cine no puede aguantar semanas con una película en su cartelera si ésta no funciona, algo que sí pueden permitirse centros con más de una sala. El cine de Juan ya venía de una relación difícil con las grandes americanas. Porque a mediados de los ochenta fue por elección propia una suerte de cine “apadrinado” por United International Pictures (UIP). “Entonces estábamos abastecido de películas. UIP tenía el material de Paramount, Universal, Metro Goldwyn Mayer, United Artists y luego se quedaría con DreamWorks”, cuenta Juan.
Sin embargo, la evolución del sector, marcada por la dura competencia que venía de grandes complejos de multicines y las turbulencias económicas propias de la industria, llevó a que incluso UIP mirara con reticencias a su apadrinado cine del centro de Granada. “Las películas de UIP empezaban a verse en otros complejos. Las majors me decían que, de determinadas películas, no les interesa poner una copia de 35 milímetros en El Madrigal, hubo una situación complicada. Porque un cine funciona con películas”, sentencia Juan.
Precios populares: tres euros
Películas y su propia salvación fue lo que encontró apostando por el cine de autor. La iniciativa le ha salido a pedir de boca. Es uno de los cines que más recauda de España en su sector. Con precios populares y películas dobladas al castellano –entre un 50% y el 60% de su público son gente reacia a leer subtítulos–, ha creado afición. Los miércoles, cuesta tres euros ver allí una película. El resto de días entre semana, la entrada vale cuatro euros. Los domingos y festivos se paga 4,90 euros.
“De lo que se trata es de que la gente venga al cine. Yo lo que no quiero es que me den la excusa de que no se va al cine porque es carísimo. Puede ser que porque prefiere piratearla o hacer otra cosa. Pero no porque es carísimo”, se revuelve Juan.
En esta lógica, el propietario se opone a iniciativas tan celebradas com El Día del Cine. “Yo no lo veo eso de poner el cine un día barato. ¿Por qué no llenarlo siempre abaratando el precio? Yo quiero ver los cines llenos otra vez”, sostiene. “La gente se olvidaría de la piratearía y de otras historias si el cine fuera más accesible”, abunda.
Esfuerzo colectivo
Tal vez haya que considerarlo un modelo y no una rara avis. “En lo que a recaudación respecta, estamos al mismo nivel que Madrid y Barcelona, pero la recaudación no tiene en cuenta el número de espectadores”, subraya Juan. A su cine va más gente que en locales situados incluso en la capital de España, Barcelona y otras grandes capitales de provincia como Sevilla, Valencia o Zaragoza. Eso pese a que Granada es una ciudad mucho menos habitada. En la otrora capital mora viven no más de 235.000 personas, según datos demográficos de 2017.
“Tenemos el público garantizado, va un montón de gente, gente que huye de los locales que tienen otras propuestas como las de Kinepolis a base de películas comerciales”, dicen en Golem. Otras distribuidoras han visto el filón. De un tiempo a esta parte también facilitan copias de películas de 35 milímetros a Juan distribuidoras independientes como Avalon, Vértigo o Caramel. Juan asegura que la satisfactoria marcha de su cine se explica por el “esfuerzo colectivo” que hace El Madrigal junto a estas distribuidoras. A excepción de un par de cines multisalas que compaginan el 35 milímetros con proyección digital, nadie usa ya la tecnología que aún reivindica este cine.
“El cine más mítico de España”
A través de Caramel llegó la película que El Madrigal proyecta estos días, el documental de Gustavo Salmerón, 'Muchos hijos, un mono y un castillo'. Hace unos días, el propio Salmerón estuvo presentando la película. En el espacio de cartelera del cine, hay un cartel del filme firmado por el director de los que muchos creen que puede ser la mejor película española del 2017. “Para el cine más mítico de España, gracias por apostar por el cine de autor”, se lee en la dedicatoria que dejó allí el actor y ahora cineasta.
“Ahora es hasta difícil estrenar películas aquí, porque siempre tiene material. Hoy por hoy es un cine que se puede permitir el lujo de elegir”, apuntan desde Golem a este periódico. Ahora bien, ostentaciones, Juan hace pocas. Su cine, estrenado por su padre el 30 de septiembre de 1960, en una época dorada del cine en Granada donde cualquier película llenaba su sala, “está un poco desmejorado”, asume Juan.
“Le hace falta una mano de pintura en algunos sitios. Habría que darle algún arreglete”, añade. “Pero cada vez que tocas una piedra, inmediatamente nos vienen a ver los inspectores para ver qué hemos hecho, por qué y qué repercusiones puede tener en el plan de emergencias y evacuaciones, y lo entiendo, pero eso nos hace ir con mucho tiento”, explica.
En la oscuridad, cuando se proyecta la película, la magia del cine hace desaparecer que esas carencias. Lo que no se desvanecen son las muchas preocupaciones que implica para Juan mantener este cine en actividad. La digitalización, en realidad, es un tema que quita el sueño de verdad a los responsables de El Madrigal. Juan no rechaza que su cine tenga que adoptar algún día esa tecnología. Pero pone condiciones.
Digitalizarse o morir
“Tendremos que digitalizarnos o desaparecer. Pero por pagar una digitalización no puedo poner en peligro la viabilidad del cine. Lo que no podemos hacer es perder dinero”, dice. Ese escenario, que ya se dio en los años en los años anteriores al giro hacia el cine independiente, no puede permitírselo El Madrigal.
La digitalización es un tema que Juan tendrá que hablar en familia. Igual los suyos no son tan apasionados del cine como él. El local de El Madrigal, puede verse, también, como una montaña de dinero. Está en pleno corazón del centro de Granada, en la Carrera de la Virgen, cerca de la Fuente de las Batallas. Pared con pared, el cine tiene un centro de El Corte Inglés. “Este local vale un huevo, porque está donde está, y si no tiene una mínima rentabilidad, a mi me cortan el cuello”, confiesa Juan con preocupación. Preguntado por ayudas públicas para la mejora del rendimiento de su empresa, el responsable es tajante: “cero, pero un cero como una catedral”.
Cero ayudas
“Aquí no hay ayudas ni subvenciones, la única ayuda es la gente que viene y paga su entrada”, comenta Juan. “Aquí nos beneficiamos de cero ayudas, no hay ni del Ayuntamiento, ni de la Junta de Andalucía ni de ninguna autoridad. A mí la gente me da las gracias por mantener abierto un cine histórico para la ciudad, pero yo siempre respondo que son los asistentes quienes permiten que esté abierto, viniendo y pagando”, abunda.
Todos los veranos, en julio, este hombre tiene que “rascar de aquí y allá para pagar los 11.000 euros de Ibi, el impuesto sobre Bienes Inmuebles. Esos gastos se suman a los de mantenimiento y personal. En luz, el cine paga 1.000 euros al mes. El Madrigal tiene dos y en ocasiones tres colaboradores. “Si no estuvieran tan locos como yo, yo no estaría aquí”, concluye Juan desde la última trinchera del cine analógico en España.