Miguel Á. Delgado
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A Steven Spielberg se le dan bien los años en los que tiene posibilidad de mostrar sus dos almas, ésas que siguen conviviendo en su filmografía: la del director hipercomercial que ha firmado varios de los hits más potentes de la historia del cine, hasta el punto de que muchos le acusan de haber convertido las pantallas en una mera exhibición de estímulos palomiteros. Y la del creador que aspira a ser reconocido como un creador serio, un digno heredero de sus admirados John Ford o David Lean.

No es la primera vez que lo hace. Desde luego, en 1993 le salió redondo: primero estrenó La lista de Schindler, la cinta sobre el Holocausto que, además de servirle para reconciliarse definitivamente con sus raíces judías, le otorgó el ansiado reconocimiento de sus pares, encarnado en los siete premios Oscar que obtuvo, incluido el de Mejor Película y Mejor Dirección.

Con Meryl Streep my Tom Hanks, durante el rodaje de Los archivos del Pentágono.

Pocos meses después, llegaría Jurassic Park, un hipermegataquillazo que no sólo marcó nuevos récords de recaudación (algo que ya había logrado en 1975 con Tiburón y repetido en 1982 con E.T.), sino que también provocó una auténtica fiebre por los dinosaurios. A la vez consagraba la irrupción de una tecnología digital que, para bien o para mal, transformaría sin remedio al sector.

Producto de éxito

Con ese dominio total tanto del cine "de calidad" como del palomitero, parecía que ya nadie podría toser al Rey Midas de Hollywood (aunque, curiosamente, si en su momento Jurassic Park fue desdeñada por la crítica frente al unánime ensalzamiento de La lista de Schindler, el tiempo ha ido matizando esa distinción, y hoy la valoración de ambas cintas está más nivelada).

En 1997 volvió a intentar de nuevo la jugada, con el estreno de la secuela del blockbuster jurásico El mundo perdido, y poco después de Amistad, otro título que pretendía ser la última palabra en torno a otra página oscura de la historia, en este caso la esclavitud. Pero, aunque económicamente la jugada no le salió mal, no logró repetir el éxito de cuatro años antes.

Junto a su compositor fetiche, John Williams, en un homenaje a éste en 2016.

Aún volvería a hacer doblete en dos ocasiones más: en el 2002 (con Minority Report y Atrápame si puedes) y en 2011 (con Las aventuras de Tintín y War Horse). Y en este 2018 vuelve a apostar fuerte. Primero, con Los archivos del Pentágono, cinta para la que se ha rodeado de nuevo de todo su equipo habitual, encabezado por su actor fetiche, Tom Hanks, acompañado por la también militante anti Trump Meryl Streep, y envuelto a los sones de su (casi) inseparable John Williams.

Un sello único

Con esta película, Spielberg continúa con su labor de levantar acta de los que considera hitos fundacionales de su país, en este caso con un canto al papel del periodismo tradicional como último bastión frente a la inevitable tendencia hacia el abuso del poder político. Curiosamente, supone también otra mirada nostálgica a un cine más clásico, en este caso el consagrado por Todos los hombres del presidente (Alan J. Pakula, 1976), ése que sus detractores le acusan de haber destruido con sus películas pensadas única y exclusivamente para el rendimiento en taquilla a través de un cierto sentimentalismo y la espectacularidad por encima de todo.

Pero no pasará mucho tiempo antes de que la otra alma de Spielberg vuelva a encarnarse. Esta vez será en marzo, cuando estrene Ready Player One, una de las cintas más esperadas por cuanto supone la adaptación de un best seller que ha arrasado por saber combinar la estética y convenciones de los videojuegos con una mirada entregada y nostálgica a todo el universo de referencias de los ochenta, una década que sería irreconocible si elimináramos de ella todas las cintas que llevaron, de un modo y otro, el sello Spielberg.

De hecho, que sea él mismo quien dirija lo que en gran medida se convierte en un autohomenaje es uno de los fenómenos más fascinantes que veremos desfilar por nuestras pantallas en este 2018. Un fenómeno crítico que, eso sí, casi con total seguridad contribuirá a mantener la posición de su director como uno de los hombres más poderosos y ricos no sólo de Hollywood, sino de todo Estados Unidos.

Habrá quien siga distinguiendo entre las dos almas, pero en realidad son las dos caras de quien comprende mejor que nadie qué es el cine ahora, y qué ha sido en las últimas cinco décadas. Y que entiende mejor que nadie por dónde sopla el viento lo demuestra cómo, tras el puyazo que Natalie Portman lanzó en los pasados Globos de Oro -ante la ausencia de mujeres nominadas a la Mejor Dirección en un año en la que ha habido varias destacadas-, se ha apresurado a decir que veremos sorpresas en la próxima edición de los Oscar. Palabra de Spielberg.

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