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Dicen que es la mejor actriz viva de Hollywood. Dicen que es el paradigma de la mujer que desafía los cálculos de la industria del cine. Una hembra de la interpretación que se pasa por el forro del alma la habitual obsolescencia programada después de cumplir los 50 años. "Ninguna otra actriz nacida antes de 1960 puede conseguir un papel a menos que Meryl lo haya rechazado antes", escribe Michael Schulman, periodista de The New Yorker y autor de la biografía Meryl Streep. Siempre ella (Península). ¿Qué la diferencia a ella del resto?, se pregunta el biógrafo. O, mejor: ¿dónde arranca la raíz de su genio?

Streep no es una persona excéntrica, ni frontal, ni tiene ademanes de estrella. No arrastra un gesto característico, ni una risa escandalosa, ni ha copado jamás los diarios con sus tejemanejes. No imprime sus filias y sus fobias a cada paso. Pero desde su sobriedad, desde su templanza, ella ha sido todas las mujeres. En 1975, cuando se gradúa en la escuela de arte dramático de Yale, nadie podía -aún- diferenciarla del resto de actrices de su generación: era una niña que había nacido en los suburbios de Nueva Jersey, que escribía un diario, que iba en bicicleta a todas partes, que dormitaba antes de actuar y que salía hasta las tantas. Ninguna excentricidad, más allá de la pureza de su frente despejada, de su nariz afilada y de sus ojos achinados por la leve sonrisa.

"No tenía una belleza clásica al estilo de Elisabeth Taylor ni era una chica normal como Debbie Reynolds. Era todo y nada, un camelón", sostiene Schulman. Tenía algo más, algo intangible: cuando arqueaba la ceja o torcía los labios, podía ser cualquiera: una aristócrata, una amante, una amante, una mendiga, un payaso. Nórdica, inglesa o eslava -muchos alaban su don para adoptar acentos-. ¿Por qué el talento es tan evidente, pero, tantas veces, no se sabe en qué consiste? Ella llegó al panorama en un momento en el que las grandes estrellas eran hombres: Al Pacino, Robert De Niro, Dustin Hoffman. Se hizo un hueco sin vociferar. Suavemente poderosa. Quizá por eso elige siempre al estilista que diseñaba los zapatos de Margaret Thatcher.

Las mujeres actuamos mejor que los hombres. ¿Por qué? Porque tenemos que hacerlo. Convencer a alguien más poderoso de algo que no quiere saber

"Las mujeres actuamos mejor que los hombres. ¿Por qué? Porque tenemos que hacerlo. Convencer a alguien más poderoso de algo que no quiere saber es una técnica de supervivencia, y es así como han sobrevivido las mujeres durante milenios. Fingir no es sólo actuar. Fingir es imaginar posibilidades. Fingir o actuar es una habilidad vital muy valiosa, y todos lo hacemos todo el tiempo. No queremos que nos pillen haciéndolo, pero forma parte de la adaptación de nuestra especie. Cambiamos lo que somos para adaptarnos a las exigencias de nuestra época", explicó en su día.

Aprender a "hacerse la rubia"

Meryl Streep ha crecido atravesada por el hecho de ser mujer, ser consciente de ello y pensar y luchar en consecuencia. Alcanzó la mayoría de edad durante el ascenso de la segunda ola del feminismo, "y su descubrimiento de la actuación estuvo inextricablemente unido a la cuestión de convertirse en mujer", apostilla el biógrafo. Fue animadora y estudió en colegios femeninos, pero jamás se identificó con el espíritu cheerleader, más bien lo adoptó como forma de entrenar la actuación. "La empatía es la clave del arte del actor. En el instituto, adopté otra forma de actuar. Quería aprender a ser atractiva, así que me estudié el personaje que imaginaba que quería ser, el de la chica de instituto bonita", cuenta ella.

Meryl Streep en el diablo viste de Prada.

Dice que trabajó más en esa actuación -en la de ser "guay"- que en ninguna otra, que fue como ser marciana y hacerse pasar por terrícola. A los quince años, "el patito feo y la pequeña abusona descarada de Old Fort Road se desvanecieron: su lugar pasó a ocuparlo el perfecto bombón de la revista Seventeen". Cuenta Meryl algo desconcertante. Como diría Cristina Cifuentes en aquellas desafortunadas declaraciones sobre feminismo, Streep aprendió "a hacerse la rubia".

"Ajustaba mi temperamento natural, que tendía, tiende, a ser algo autoritario, un poco dogmático, algo fuerte, repleto de pronunciamientos y efusividad. Y cultivé premeditadamente la suavidad, la afabilidad, una especie de dulzura natural y jovial, incluso la timidez, que era muy eficaz con los chicos", confiesa. "Pero las chicas no se lo creían. Yo no les gustaba: se daban cuenta de que estaba actuando. Y es probable que tuvieran razón. Pero me había comprometido. No era un ejercicio de cinismo: estaba desarrollando una atávica técnica de cortejo, de supervivencia", relata.

Sueños de juventud

A su novio del instituto, Mike, Meryl le enviaba cartas en las que fantaseaba sobre su futuro juntos: se casarían y se trasladarían a una isla remota, donde se alistarían en los Cuerpos de Paz y "civilizarían a los indígenas". Después ella iría al Sarah Lawrence, o a Bard, mientras Mike se licenciaba en Derecho y se convertía en periodista a tiempo parcial. Él ganaría el Pulitzer. Ella aceptaría el papel principal en una obra de Broadway y se haría rica y famosa. No iba desencaminada. Brustein, un hombre de voz potente e ideales rígidos, era el presidente de la Escuela de Arte Dramático en aquella época. En sus memorias, escribió: "Me fijé en una actriz de primer año de Vassar, muy guapa y con mucho talento. Se llamaba Meryl Streep. Por fin encontré a alguien con una lánguida cualidad sexual combinada con un fuerte sentido de la comedia".

Todo fue muy deprisa: ya en su primera temporada en Nueva York, Streep había conseguido actuar en Broadway, ser nominada a los Tony y aparecer en las veraniegas representaciones de Shakespeare en Central Park. Antes de cumplir los treinta, había actuado en películas míticas como El cazador, Manhattan y Kramer contra Kramer, por la que ganó su primer Oscar. También se le rompió el corazón: encontró al amor de su vida, el actor John Cazale, y lo perdió. Cuando se conocieron, estuvieron charlando y riendo hasta las cinco de la mañana sentados en el Empire Diner.

Ella era mejor que un Datsun, mejor que un cigarro cubano, mejor que encender dos cigarrillos con una sola cerilla

John había descubierto en ella algo extraordinario. "Ella era mejor que un Datsun, mejor que un cigarro cubano, mejor que encender dos cigarrillos con una sola cerilla. Era alguien por quien merecía la pena quedarse despierto toda la noche, como un televisor a color, solo que mucho mejor, porque sus colores eran tan infinitos que resultaba imposible sintetizarlos todos", cuenta el biógrafo. Al día siguiente, John Cazale le dijo a su amigo Al Pacino: "Tío, he conocido a la mejor actriz de la historia". "Se ha enamorado. ¿Cómo va a ser tan buena?", pensó Al Pacino.

El cáncer del amor de su vida

El amor de Meryl enfermó de cáncer de pulmón. Ella le cuidó y le vio morir. A finales de ese septiembre, se casó con otro hombre, Don Gummer, no sin antes experimentar todo el dolor, la confusión y la culpa posible. "En esta ocasión, la casa estaba llena de vida, no de muerte [...] Había cuidado a John durante tantos meses, anteponiendo las necesidades de él a las suyas con firme convicción, que todo lo demás se había vuelto irrelevante. Ahora el mundo exterior volvía a estar en el foco, y sus ojos no se habían adaptado del todo. ¿Era demasiado pronto? ¿Traicionaba a John?". Año 2018: Don Gummer sigue a su lado. Están soldados con estaño.

Meryl Streep en la casa de los espíritus.

En cuanto a la lucha por la dignidad profesional, la oscarizada actriz ha tenido que quitarse muchas piedras del zapato. Cuando hizo las pruebas para la segunda parte de King Kong, el productor Dino DeLaurentis le dijo a su hijo, en italiano, que era "demasiado fea para el papel". Ella le sorprendió respondiéndole en italiano fluido. Vivió también varios episodios desagradables con Dustin Hoffman. Recuerda Streep que, cuando se conocieron en una audición para All Over Town (una obra de Broadway que dirigía Hoffman), él la saludó así: "Soy Dustin (eructo) Hoffman", le dijo, antes de ponerle la mano en el pecho. "Menudo cerdo asqueroso", pensó la actriz.

En Kramer contra Kramer, Hoffman le propinó a Meryl una fuerte bofetada en la cara y le dejó una marca roja con la forma de su mano. Se tambaleó, estuvo a punto de caerse. No había ningún motivo: sencillamente, le pegó. En la primera toma de su primera película. No fue la última vez, no fue el último tipo de agresión. En otros momentos la agredía hablándole de John Cazale y la atormentaba con comentarios sobre el cáncer y su muerte. En 2018, sabemos que la vida va colocando a cada uno donde debe estar: Dustin Hoffman ha sido acusado por numerosas mujeres de acoso sexual y se ha ganado el desprecio, o la desconfianza, del gran público; y Meryl Streep es la reina de los Globos de Oro, una mujer respetada e icónica. Él no alcanza ni la suela de su zapato.

La recuerdan siempre con el Oscar en la mano, entrando a una sala llena de periodistas. Ella saludó así: "Aquí llega una feminista".

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