Me puse el traje con tetas y vagina y descubrí lo mal que los hombres miramos a las mujeres
El artista Ernesto Artillo propuso a la prensa acudir a los Goya con su iniciativa 'La mujer que llevo fuera' y esto fue el resultado de aquella experiencia.
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Había visto el traje en los pasados Feroz. Brays Efe, Bárbara Santa Cruz y otros actores y actrices lo llevaron a los premios que entrega la prensa. No sabía qué significado tenía. Me imaginaba que era la respuesta española a los trajes negros de los Globos de Oro. Luego volví a verlo. Esta vez en horario de máxima audiencia, en el prime time de TVE y en el programa de moda, Operación Triunfo. Lo vestía Alfred, uno de los alumnos que ha destacado por su compromiso con causas como los refugiados y por vestir camisetas con mensajes feministas. El presentador le preguntó y él explicó el significado. Se trataba de una intervención llamada ‘La mujer que llevó fuera’ y servía para decir alto y claro que él era feminista. Que los hombres tenemos que unirnos a esa lucha y que ese manido ‘ni machismo ni feminismo, igualdad’, esconde un mensaje machista.
El momento fue una revolución. La cadena pública -y en manos del Gobierno- hablaba de feminismo y presentaba a un chaval con un traje que tenía unas tetas y una vagina pintadas a brochazos encima. Activismo delante de tres millones de personas. Nunca pensé que yo podría llevar ese traje, pero el artista detrás de todo, Ernesto Artillo, pensó que para los Goya no deberían llevarlo las estrellas, sino los periodistas: “Sois vosotros los que escribís sobre feminismo, los que habéis dado palabras a este movimiento”.
Antes de que aceptara me contó el inicio del proyecto. Cómo pintó “unas tetas y un coño” a un traje de chico, salió a la calle y experimentó lo que tantas mujeres viven todos los días (también aquellas que no tienen genitales femeninos). Todas las miradas se posaron en él. Así que pensé que no tenía sentido ponerme el traje para los Goya y que eso acabara ahí. Volví a los inicios del proyecto, y quise revivir lo que decía Ernesto Artillo. Me puse un traje azul, con sus pechos y su vagina pintados y paseé por el centro de Madrid. En el fondo, pensaba, que no sería para tanto, que estábamos en 2018 y que la gente no se iba a escandalizar por ver a un hombre con órganos femeninos pintados. Me equivocaba.
Ya el día que lo recogí noté algo raro en el metro. Un hombre miraba fijamente a mis piernas, no la apartaba. Allí estaba la chaqueta del traje. 30 segundos incómodos que sólo se acabaron cuando se dio cuenta de que me había percatado. La mujer de enfrente también miraba cada dos por tres de reojo mientras trasteaba en su móvil. Y esto sin sacar el traje de su funda de plástico.
Cuando paseé por la calle Preciados comprobé que Ernesto Artillo tenía razón, que una vez te enfundas con su propuesta notas por primera vez esa mirada, la que ellas sufren. Sólo había tres tipos de reacciones. La de gente joven que decían: mira, es Alfred de OT. La de hombres (daba igual la edad, pero especialmente jóvenes), que me hacían un repaso entero con sus ojos. Y la de gente más mayor que se notaba que censuraban aquel traje.
Fueron diez minutos, puede que menos, pero me sentí incómodo, extraño. Miradas al escote, a mi entrepierna y comentarios. “Sólo le falta una polla”, dijeron unos jóvenes que hasta se pararon detrás de mí para ver qué había en la parte de atrás. Por primera vez me sentí un objeto, una cosa a la que se valoraba por lo que llevaba puesta. Es la mirada masculina de una sociedad patriarcal donde los hombres miran y las mujeres son miradas.
Entonces me di cuenta de que yo, como hombre, había sido esos jóvenes que se pararon. Había estado en la posición del que mira, del censor, del que con sus amigos comenta el escote de la chica de la barra, el tamaño de su minifalda y había juzgado sus cuerpos. Yo, que me consideraba abiertamente feminista, he sido muchas veces el que criticaba, cuestionaba y sexualizaba a alguien por su ropa. Y ese fue el gran regalo de 'La mujer que llevo fuera', ponerme por un segundo en el lugar de ellas para mostrar que eso que todos llaman 'micromachismos' no sólo existen, sino que nos salen a todos sin darnos cuenta. Será cuando seamos conscientes de ellos y los eliminemos, cuando el cambio sea irreversible. Porque la revolución será feminista o no será, y nosotros tenemos que estar al lado de las mujeres y gritar, como lo hizo Alfred delante de tres millones de personas, que ¡yo también soy feminista!