Fotograma de La forma del agua.

Fotograma de La forma del agua.

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‘La forma del agua’: la fantasía de Guillermo del Toro que arrasará en los Oscar

Centrada en el romance entre una mujer muda y un hombre anfibio, es la película más nominada en los Premios de la Academia de este año.

Desirée de Fez
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Hay muchas razones por las que me gusta y siempre me gustará La forma del agua. Es absolutamente imposible que sea de otra manera. Pero no puedo negar que hay otras, sin duda menos importantes, que me impiden ver en ella una obra maestra o la mejor película de Guillermo del Toro. Me gusta, sobre todo, porque es un filme de fantasía pura y dura. El director de El laberinto del fauno (2006), una de las películas de género más importantes y más bellas de la pasada década, se sumerge sin red y sin coartadas en el fantástico. No le preocupa ir por libre.

Tan alejada de la coyuntura, tan liberada de las tendencias del cine de género actual, tan osada llevando al límite el romanticismo y la inocencia, La forma del agua es una rara avis en el cine contemporáneo. Ya solo por eso, y porque va a conseguir ser un éxito pese a su naturaleza excepcional, es imposible no amarla. Pero también hay otros motivos por los que es imposible no rendirse a este cuento –con tantas luces como sombras– sobre una mujer muda (Sally Hawkins), empleada de la limpieza en un laboratorio científico durante la Guerra Fría, que se enamora del hombre anfibio (Doug Jones) al que tienen allí recluido. Uno es su condición de gran homenaje al cine, fantástico y de otros géneros (melodrama romántico, cine negro, cine musical), a los clásicos y a la serie B. La forma del agua respira y destila cine.

La protagonista, una princesa liberada de los clichés de los cuentos, y su vecino y mejor amigo (Richard Jenkins), un hombre que no puede vivir libremente su homosexualidad, se expresan y comunican a través de las películas. Un personaje experimenta, literalmente, por primera vez lo que se siente ante la inmensidad de una pantalla de cine. Y Guillermo del Toro incorpora con tanto amor, respeto, naturalidad y claridad el cine y la literatura fantástica de los que ha bebido (y que ha vivido) a lo largo de los años, que resulta injusto detenerse a desglosar sus referencias.

El otro motivo por el que adorar La forma del agua es la sensación de estar ante el súmmum de la filmografía de un autor único. No es mi película favorita de Guillermo del Toro, pero sí creo que es su película más redonda, la obra y en la que ha podido llevar hasta el final la expresión de su universo, sus emociones y sus temas.

Fotograma de la película.

Fotograma de la película.

Sin embargo, hay algunas cosas en La forma del agua que me impiden ver en ella la obra maestra que deseaba ver. Una es, claramente, problema mío. Es innegable que es una propuesta visualmente compacta, muy cuidada y elaborada, pero no logro conectar (y aun menos dejarme maravillar) con su look y su estética.

El barroquismo de los escenarios o la fotografía verdosa de Dan Laustsen me resultan algo viejos. Las otras creo que están ahí. Son, por un lado, cierta ingenuidad –no justificable por el hecho de estar ante un fábula– en su dimensión alegórica (desigualdad social, racismo, corrupción política) y en sus lazos metafóricos con un presente convulso. Por otro, algún desliz más cursi que delicado, más ridículo que extravagante.