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Le hemos visto en Harry Potter, en El quinto elemento, en La letra escarlata y en decenas de grandes películas, pero Gary Oldman nunca había ganado el Oscar. Ha tenido que llegar su Winston Churchill para conseguir un premio que se le resistía y al que sólo había optado en una ocasión, por El topo.

Debajo de kilos de maquillaje, Oldman se ha convertido en Churchill, al que imita en sus formas y andares, y al que también ha dado alma en un personaje que desde el rodaje del filme se colocó primero en las apuestas.

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