El gurú del sexo que conquistó el desierto de EEUU y se convirtió en terrorista
Wild Wild Country se confirma como la sensación de Netflix. Una serie documental de seis episodios sobre la secta que atemorizó a EEUU en los años ochenta.
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En 1981, en el tranquilo pueblo de Antelope, en el estado de Oregon (EEUU), comenzaron a pasar cosas extrañas. De repente llegó gente desconocida, que nunca había visitado el lugar y se dirigían a su extenso desierto. Nadie sabía quiénes eran esas personas que empezaron a construir casas en un lugar en mitad de la nada, apartado del resto del mundo.
Antelope se había convertido en el retiro dorado de los jubilados de clase obrera que después de trabajar toda su vida sólo podían permitirse comprarse una casa en un pueblo perdido de la América profunda. Allí todos se conocían y casi todos respondían al mismo patrón de vecino, por eso la llegada de gente que tenían la mitad de edad y no llegaban en busca de un merecido descanso escamó desde el principio. Las alarmas saltaron pronto. “Ya vienen, van a causar problemas, vienen a vivir aquí”, dijo un desconocido a un vecino sobre los nuevos habitantes del lugar.
Tenía razón, esa gente, que poco a poco fueron colonizando 32.000 hectáreas de desierto, no eran turistas, sino los miembros de una secta que empezaron a construir casas prefabricadas alrededor del rancho de su líder. Todos vestían de naranja y se comportaban de forma extraña. “Haced lo posible para echarlos”, les decían desde fuera, pero no sabían bien lo que les venía encima. Además los nuevos habitantes prometían que lo único que querían hacer era “cultivar la tierra, adorar a su religión y ser buenos vecinos”.
Fue el comienzo de una pesadilla que recuerda la serie documental Wild Wild Country, el nuevo fenómeno de Netflix y la confirmación de que la plataforma está ofreciendo sus mejores productos en la no ficción. Seis capítulos en torno al auge de la secta liderada por su líder Bhagwan Shree Rajneesh, más conocido como Osho, cuya primera visita a Antelope paralizó la localidad. Llegó precedido por numerosos Rolls Royce, bajó en una alfombra roja y fue recibido con honores de estrella por cientos de sus seguidores y sus túnicas naranjas.
La ciudad de Rajneesh, como se conoció a esta colonia, acabó cerrando las carreteras que llegaban allí para que nadie conociera lo que se cocía en su interior. La religión creada por Osho se basaba en la libertad sexual, en prácticas de relajación que consistían en gritar y sacar todo de dentro y en un culto a su persona que hizo que les lavara el cerebro hasta conseguir que cometieran crímenes en su nombre. El FBI bautizó lo ocurrido como “el mayor fraude de inmigración de la historia de EEUU”, pero la cosa fue a más: intento de asesinatos, corrupción y hasta un intento de compra de elecciones con terrorismo de por medio. Osho intentó entrar en política y ganar unas elecciones mediante ataque bioterrorista. Contaminó con salmonella a los vecinos de pueblo de al lado para que no pudieran ir a votar y ganar las elecciones del condado de Wasco.
Una historia increíble que deja con la boca abierta y que han producido los hermanos Duplass y dirigido por Maclain y Chapman Way, que han logrado lo que parecía imposible, hablar con la mano derecha de Osho (el líder falleció en 1990 a los 58 años). Su secretaria Sheela habla casi 40 años después de lo ocurrido en Antelope, y habla a cámara con una tranquilidad que asusta y dejando frases que erizan el vello, como ese “mi destino era la guillotina” o “el mundo me ha asesinado a mí”. También relata su primer encuentro con el líder de la secta -cuando era un simple gurú del sexo en la India- y cómo le convenció para formar aquella comunidad. “Fue mi perdición”, reconoce en su exilio.
También consiguen el testimonio del abogado de Osho, que sigue defendiendo las actuaciones de una secta que comenzó colonizando un trozo de desierto que nadie quería, y acabó como una amenaza terrorista para el gobierno de EEUU. Una historia con la que hay que frotarse los ojos varias veces para comprobar que aquello que ocurrió era cierto, y no la imaginación de un guionista de mente enferma. Wild Wild Country también reafirma que la serie no es terreno único de la ficción, y que el género documenta puede aprovechar estas narrativas para desarrollar historias tan oscuras como la de esta peculiar secta.