John Travolta y Loquillo, en 1978.

John Travolta y Loquillo, en 1978.

Series 40 años de 'Grease'

El día que Loquillo se peleó con John Travolta

Hace cuatro décadas se estrenó en un cine de la calle Aribau, de Barcelona, la película 'Grease', que fue recibida por la comunidad rocker como una patada en el culo.

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Fue más o menos así. Antes de Operación Triunfo, la música popular en España iba por barrios, no por canales de televisión y entre los hijos de la clase trabajadora a finales de los setenta, con el dictador enterrado, emergen más pandillas que afiliados políticos, que bajan desde el extrarradio al centro de Barcelona. Aquella ciudad era mucho más gris y sórdida que la de ahora y los rocker toman posiciones en la ciudad, con dos puntos de encuentro: El ascensor y Lángelot. En plena decadencia hippie aparecen por las Ramblas estos clones de Brando en Salvaje -con un toque de teddy-boys y blussons noires-, que se cruzan un buen día con un cartel, que anuncia un pase especial en el cine de la calle Aribau, por el estreno de una película que parece habla de ellos: Grease

Una escena de la dichosa película.

Una escena de la dichosa película.

Aquellos chavales amaban la música negra, leían capítulos de la historia de la esclavitud, querían saber de dónde salía todo aquello que les hacía ser uno. No pensaban en asociarse ni organizarse bajo una bandera política o ideológica, eran antisistemas por naturaleza, por instinto, sin manuales. Eran espontáneos, todavía no habían bebido las babas del cinismo ni de la hipocresía y lo que vieron al entrar en la sala del cine no les gustó nada.

Lo habían puesto todo de guirnaldas. Era más gominola que gomina. No lo podían creer, porque no había quien se creyera aquella espantajería aburguesada del nihilismo gamberro que destilaban ellos, los de verdad, los auténticos. Es que ni las chicas a las que la distribuidora había contratado y vestido de Sandy. 

Malos para toda la familia

Demasiado cartón ridículo como para dejarlo en pie. Empezaron por la decoración y acabaron con todo lo demás. Les había sentado como una patada en el culo y todavía no habían visto la película… Grease tenía que ver más con un editorial de moda que con sus tinglados vitales. Malos de pose, rebeldes sin gas, era la señal del mundo light que estaba por venir y no lo soportaron. Ellos no eran un producto para todos los públicos, ni anarcas pasteurizados, con más bailes que cortes de manga, con más poses para cazadores de tendencias que cazadoras roídas.

Loquillo, a finales de los setenta.

Loquillo, a finales de los setenta.

 

No hay nada más inofensivo que hacer casar tus calcetines con tu camisa y pasar tus brotes de ira por una coreografía. Pero qué demonios es eso de “pink ladies”. En medio del follón y los trogloditas llama la atención un gigantón de dos metros que iba para estrella del baloncesto, hijo de excombatiente republicano, que estaba a punto de abandonarlo todo por el rock and roll. Loquillo. Tenía 18 años y le acompañaban el negro, el brillantina y Sabino Méndez

Antisistema sin partidos

“Éramos más gamberros. No rodeábamos el Congreso, sino un cine donde se estrenaba Grease, recuerda Sabino Méndez de una anécdota que ahora cumple -como la película- cuarenta años. “Nosotros incidíamos más en las costumbres y ahora se incide más en los discursos. Vemos a los antisistema demasiado organizados. Entonces no teníamos doctrinas, éramos más espontáneos. Nunca pensamos en la idea de organizarnos políticamente. Nuestra ingenuidad antisistema ahora me parece que está como demasiado producida”, recuerda a este periódico el compositor y guitarrista de Loquillo y los Trogloditas. 

Sabino cuenta aquel mundo que no representa Travolta, en el fantástico Corre, rocker. Crónica personal de los ochenta (Anagrama). “Creo que hemos dejado un legado de exploración de la libertad menos rígida que los antisistema de ahora”, dice. Recuerda que la comedieta de Grease sentó muy mal. “No había ni rastro de fiesta irracional, aquello era un insulto, era “plástico”, no podían convertirlo en una payasada para críos. Así que entramos… y metimos la pata”. Y ríe. 

No me insultes

Grease distorsionó tanto la imagen del rockabilly, que Loquillo compuso No bailes rock and Roll en El Corte Inglés, con Carlos Segarra (Los Rebeldes), un joven rocker del barrio de Sans. Y volvió a liarse. No eran nadie todavía, pero a la cadena de centros comerciales le sentó a cuerno quemado, pero tenían que asumir que eran el máximo exponente de la contracultura arrasada por el sistema, el pecado mortal del rebelde. 

Loquillo cantaba canciones de los Sirex y los Teen Tops, en Tabú, un cabaret de las Ramblas. No había rastro de vestidos amarillos con estampados de lunares, ni iconos en cuero con escotes “off the shoulder”. Y si le llamabas Travolta por ser rocker, te montaba una tangana y la pandilla te dejaba “game over”.