Fotograma de Tiempo Después.

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‘Tiempo Después’: la revolución social de Cuerda tiene hostias para todos

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El cine español le debía una última película a José Luis Cuerda. El director de obras maestras como Amanece, que no es poco, o La lengua de las mariposas, llevaba seis años desaparecido. Había intentado levantar sin éxito el guion de una nueva comedia con los mismos mimbres que 'Amanece', pero en las cadenas de televisión le miraban raro, como si fuera de otra época.

Aquel guion se llamaba Tiempo Después, y terminó publicado en forma de novela por la editorial Pepitas de Calabaza. Pero ahora, por fin, lo hemos podido disfrutar en cines, donde originalmente Cuerda lo concibió. Y menos mal que gracias al esfuerzo de unos cuantos locos el filme se ha hecho, porque era una pena que un director y un guionista tan grande como el albaceteño, se despidiera con una obra tan mediocre como Todo es silencio.

Tiempo Después suena a despedida, lo hace con un monólogo final en off que lee el propio Cuerda, cuya voz rota y cansada cierra de forma brillante el filme más libre, loco y divertido del cine español de 2018. Es una película que huele a genio, y que regresa al surrealismo y al absurdo que hizo de Amanece, que no es poco, una película de culto. Muchas frases de su nueva obra tienen papeletas para convertirse en nuevos mantras para los cinéfilos.

José Luis Cuerda en San Sebastián.

José Luis Cuerda en San Sebastián. EFE

En estos casi 30 años entre una película y otra, el mundo ha cambiado, y José Luis Cuerda también, por eso su película es mucho más social y política. Su trama ya es toda una declaración de intenciones. El mundo ha quedado limitado a dos zonas, el edificio representativo donde sólo están las élites (entre ellas la monarquía y la Guardia Civil), y una colonia de chabolas donde viven hacinados los parados del mundo, que todos los días tienen una radio que les insufla ganas de vivir a pesar de ser unos abandonados por el sistema.

Dentro del edificio representativo los negocios están perfectamente controlados para que nada se despendole. Tres bares, tres barberías… y así todo en orden, hasta que un parado se empeña en entrar en la zona de lujo para vender limonada. Asegura que está en su derecho, y será capaz de desafiar a las autoridades (hasta llegar a un rey de bastos con los rasgos de Gabino Diego y que pasa de todo).

En esta revolución social de la limonada se le unirán todos los pobres contra todas las élites, y así Cuerda aprovechará para dar hostias a todo el mundo. A la monarquía (a la que retrata como una institución arcaica y sin funciones), a la Guardia Civil, a nuestros políticos, a la Iglesia (imponente Antonio de la Torre como cura facha), a la juventud pasota, a los medios de comunicación… y hasta a la izquierda, porque para aquellos de gatillo fácil que tuvieran pensado ya el ataque de decir que José Luis Cuerda no se atreve con todo, él demuestra que esta vez no deja títere con cabeza.

El equipo de Tiempo Después en San Sebastián.

El equipo de Tiempo Después en San Sebastián. EFE

Porque la revolución (que llega a la violencia en una especia de cruzada cañí que provoca carcajadas) al final sólo la siguen unos pocos, y porque cuando estos entran en el sistema la revolución se acabó. En el fondo todo el mundo quiere estar dentro de ese edificio, vivir calentito y dormir tranquilo, porque protestar por los demás y los desfavorecidos es muy cansado.

La película se desarrolla en un futuro lejano (año 9177, mil años arriba o abajo), y todo suena a futuro distópico, con un diseño de producción magnífico. Pero en el fondo todos sabemos que nunca hemos salido de aquel pueblo de la obra maestra de Cuerda. Los problemas siguen siendo los mismos, también su humor afilado. Para aquellos fans también se tiene reservados varios guiños inconfundibles llenos de cariño. El mismo cariño que se desprende en cada gag (algunos brillantes, como esos barberos poetas), en cada línea de guion y en cada fotograma de este Tiempo después que es un punto y final perfecto (si es que finalmente lo es).

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