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En 1996 llegó a la televisión una adolescente rubia y pizpireta que guardaba un secreto: era bruja. Vivía con sus tías -también brujas- en un casoplón e intentaba compaginar sus poderes mágicos con los problemas de cualquier joven de 16 años. Sabrina, cosas de brujas se estrenaba en EEUU con más de 17 millones de espectadores, que fueron disminuyendo a lo largo de sus siete temporadas en emisión. En España llegó a Antena 3 y se convirtió en la serie fenómeno de la hora de comer.

Los chavales jóvenes estaban encantados con las aventuras naifs de Sabrina, sus lios escolares en el instituto, sus amoríos con Harvey, sus discusiones con sus tías Zelda y Hilda y, sobre todo, con su gato Salem. El minino parlanchín se convirtió en la estrella involuntaria por dos motivos. Primero, porque era el contrapunto cómico necesario para no tomarse en serio un producto tan blando y blanco; Segundo porque estaba hecho de cartón piedra y sus movimientos eran espasmódicos y artidiciales, algo que tres años después de que Parque Jurásico revolucionara los efectos especiales sonaba a vintage.

Otro de los encantos de aquella serie era su surrealista doblaje. En España los diálogos se adaptaron para que las bromas sonaran propias. El resultado era escuchar chistes sobre Ortega Cano, Jesulín de Ubrique, Raphael o Enrique Iglesias, celebridades de la época que aparecían en estos gags que ahora se han convertido hasta en cuenta de Twitter en la que se recuerdan las más sorprendentes.

La Sabrina de 1996 junto a sus tías.

Lo que entonces pocos sabían es que el personaje de Sabrina se basaba en una serie de comics (Archie Comics) que se convirtieron en un fenómeno en EEUU y en el que la bruja adolescente comenzó como secundaria y acabó teniendo su propia saga de historietas. Los que sí lo sabían eran los responsables de la producción original de Netflix, que compraron los derechos para realizar una adaptación moderna que se acaba de estrenar en la plataforma

Para ello han fichado a Roberto Aguirre-Sacasa como showrunner, algo lógico ya que él es también el responsable de la adaptación de Riverdale, también basado en los mismos cómics. Los que pensaran que la nueva versión tendría los mismos elementos que la del 96 que se olviden. El humor inocentón ha dado paso a una serie adolescente de corte oscuro, en el que los temas que se tratan han crecido, y en el que los personajes no se comportan como seres con el cerebro lavado.

A Melissa Joan Heart la ha sustituido Kiernan Shipka - la hija de Don Draper en Mad Men- como la bruja. La trama original se mantiene intacta. A sus 16 años la adolescente vive con sus tías, su novio es Harvey, pero ahora todo es gótico y misterioso. En su cumpleaños Sabrina tendrá que hacer su bautismo oscuro, lo que supone convertirse en bruja al 100% y olvidar su vida humana (la peculiaridad del personaje es que es mitad humana y mitad bruja).

Sabrina en la nueva adaptación.

En Las escalofriantes aventuras de Sabrina ya no hay nada blanco, sino que todo es lúgubre, está desenfocado (en una cuestionable decisión estética) y Salem, el famoso gato no habla y está realizado con los mejores efectos especiales cuando toca. Adiós al cartón piedra y bienvenidas las conversaciones sobre temas reales de jóvenes: sexo, bullying, sentirse atormentado ante cualquier cosa… todo ello mezclado con sangre, algo que ni por asomo aparecía en la versión noventera, y que aquí aporta un tono gore-teen.

Lo que realmente destaca y eleva a la adaptación de Netflix (además de la campaña de promoción millonaria realizada por la empresa) es su apuesta frontal por abordar el feminismo de manera abierta desde el primer capítulo. Sabrina antes era un entretenimiento inofensivo, ahora quiere convertirse en referente generacional. La bruja (icono feminista histórico) adolescente monta un club en su colegio para defender a sus compañeras a las que los chulitos y las populares del instituto hacen bullying.

En esta adaptación hay gays, personajes gender fluid y una apuesta clara por ser importante y representar a una generación que cada vez más buscan un compromiso y un activismo en las ficciones que ven. Netflix lo sabe, sus responsables de márketing también, y aunque la conversión feminista de Sabrina es un astuto movimiento comercial hay que darle la bienvenida y esperar que su mensaje cale fuerte y se oiga.

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