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Las dos reinas son un contraste permanente en cuanto a personalidad y virtudes políticas conectado por un mismo obstáculo: solo ellas entienden lo que significa gobernar siendo mujer en el siglo XVI, ser la figura principal de una corte en la que únicamente asoman cabezas masculinas y sus intereses, sus ambiciones, su crueldad. María Estuardo, la reina de Escocia, es feroz, desafiante, idealista, utópica, católica. Isabel I de Inglaterra, su prima, protestante, tiene un carácter más sosegado, calculador, práctico, desconfiado. ¿Son enemigas o aliadas? Los hombres se arrodillan ante ellas, pero las traicionan por la espalda, empujándolas a un enfrentamiento que ha de ser resuelto con sangre.

Saoirse Ronan (María) y Margot Robbie (Isabel) despliegan un duelo que discurre entre el amor y odio en María, reina de Escocia, una película escrita por Beau Willimon (House of Cards) y dirigida teatralmente por Josie Rourke. Se trata de un filme histórico que ahonda en un personaje tan turbulento y conocido como el de María Estuardo, pero que ofrece una visión mucho más profunda sobre el coste del poder y los sacrificios a los que tenía que hacer frente una mujer en aquella época para mantenerse en el trono. Las monarcas reaccionan a cuestiones similares —el matrimonio, engendrar un heredero— con acercamientos antagónicos. Son dos maneras dispares de tratar de sobrevivir.

La película arranca con María, viuda tras la muerte de su primer marido, Francisco II de Francia, regresando a Escocia en 1561 para reclamar el trono. Se encomienda a la dudosa lealtad de su ilegítimo hermanastro, Jacobo, conde de Moray, y en la corte inglesa empieza a ser vista como una amenaza real ante la posibilidad de que reclame por derecho de nacimiento el trono de Inglaterra. Ahí nace esa partida de ajedrez entre María, caracterizada como una líder efectiva, e Isabel; un lance con el que ambas, en el fondo, esperan lograr una alianza.

Pero María se encuentra con un país revuelto, dominado por la corriente protestante liderada por el misógino John Knox (David Tennant), que considera que una mujer sentada en el trono va contra la voluntad de Dios. Ella desembarca para modernizar un país decadente, pero su figura no genera consenso y desde muy pronto ha de frenar las conspiraciones, los levantamientos civiles y las opiniones sobre su conducta sexual que la definen como una adúltera por tener a un trovador, David Rizzio (Ismael Cruz Cordova), en su círculo íntimo.

El enlace entre María y Lord Darnley (Jack Lowden), un noble católico inglés —borracho y con grandes ambiciones de poder—, desemboca en un niño, el futuro Jacobo I, y en una rebelión auspiciada desde Inglaterra ante esa amenaza que se cierne sobre el trono. La corte de Isabel, por otra parte, también la empuja a contraer matrimonio y tener un descendiente varón. Las dos son reinas pero no son libres, están atadas a los designios de los hombres que las rodean, de puros intereses políticos.

Física y psicológicamente, María, con vestidos coloridos, de vitalidad más cálida, e Isabel, escondida detrás de unos maquillajes más impasibles, con menor independencia, deambulan por senderos opuestos; pero su posición de vulnerabilidad las hace empatizar, sobre todo en el caso de la monarca inglesa cuando observa el complot que se articula en Escocia para derrocar a su reina. "Qué crueles son los hombres", dice Isabel en un momento del filme, interpretada por una misteriosa Margot Robbie. 

Margot Robbie como Isabel I.

La cinta de Josie Rourke está basada en el libro del historiador John Guy María Estuardo, la reina mártir, cuya investigación, publicada en 2004, resalta ese positivismo del carácter del personaje al que interpreta con pasión una Saoirse Ronan muy diferente a la de Lady Bird. Ambas reinas nunca se llegaron a ver cara a cara, pero la directora ficciona un encuentro entre las dos poderosas mujeres para destacar esa supuesta capacidad de entendimiento que se derrumbó por las artimañas de sus consejeros.

Son tantos los contrastes entre ambas reinas que resulta paradójico que las dos terminen abrazándose al mismo sentimiento de soledad. Isabel permanece en el trono a cambio de renunciar a su autonomía y felicidad. María, que desafía la estructura de una sociedad profundamente conservadora, acaba expulsada de su país, viéndose obligada a abdicar en su hijo y juzgada por varias acusaciones de conspiración que terminarían conduciéndola a la guillotina en 1587, a los 44 años.