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En la pasada edición de los Oscar la pelea no era sólo entre Roma y Green Book, también lo era entre dos modelos de exhibición que colisionan de manera frontal. El de Netflix, que ha entrado como un elefante en una cacharrería en la producción de películas originales y que no respeta los tiempos y las ventanas tradicionales, frente al de los cines clásicos, que quieren proteger su negocio con proteccionismo frente al ‘enemigo’.

A la Academia de Hollywood le tocó la papeleta de posicionarse en una lucha que tiene a todo el mundo en vilo, y de la que los agoreros dicen que depende el futuro y la supervivencia del cine como lo conocemos. Si el Oscar hubiera ido para Roma se apostaba por la convivencia de esas dos formas de entender la producción, mientras que darle el premio a Green Book era apostar por la tradición, tanto en la forma como en los modos de exhibir.

La polémica viene de lejos, exactamente desde mayo del año pasado, cuando el Festival de Cannes sacó de su Sección Oficial a varias películas, entre ellas Roma, de Alfonso Cuarón, por no asegurar a los exhibidores que pasaría por salas. El certamen quiso que Netflix se comprometiera a que las películas elegidas se estrenarían en cines, pero ellos se negaron.

Cuarón con el Oscar a la Mejor dirección. Reuters

La estrategia de la plataforma de contenido no es uniforme y válida para todas las películas por igual. Hay filmes, como Triple frontera, que se estrenan directamente en internet, mientras que en otros buscarán convivir en salas y en su servicio, como reconocía a este periódico Francisco Ramos, Director de Contenidos Originales para España y Latinoamérica de Netflix, que aseguraba que “no nos cerramos a salas, estudiamos cada caso”. De hecho, Elisa y Marcela, lo nuevo de Isabel Coixet y producido por ellos pasará por salas españolas.

“Hay películas que hacemos con formas habituales de financiación donde solo tenemos la ventana de pago. Mira La enfermedad del domingo, fue a cine y Netflix tiene la ventana de pago. Y muchas más, es una decisión del productor de por dónde quiere llevar la financiación. No paramos de comprar películas donde sólo tenemos la ventana de pago”, añadía.

Lo que las salas critican es que esa convivencia sea bajo las normas que Netflix dicta. Roma, al ver la gran película que tenían y sus posibilidades en el circuito de premios, decidió su estreno comercial. Así cumplía las normas de la Academia de Hollywood y entraba en la carrera por el Oscar. Eso sí, daba sólo diez días de exclusividad a las salas, un tiempo que la mayor parte de exhibidores consideraron poco y que reventaba los tiempos que ellos consideran justos, las llamadas ventanas de explotación.

No creo que las películas que solo llegan a un par de salas durante una semana deban optar a los Premios de la Academia. Pueden merecer un Emmy, pero no un Oscar

Los Verdi fueron los únicos que accedieron en españa, y desde entonces tuvieron colas y salas llenas para ver la película y la polémica de la que todos hablaban. Muchos creen que esta estrategia es sólo por la obsesión de Netflix de ganar el Oscar, y que realmente las salas no les importan, por lo que permitirles hacer lo que quieran es acelerar la muerte de la exhibición tradicional.

Spielberg contra Netflix

Uno de los más críticos contra Netflix y su estrategia con Roma ha sido Steven Spielberg, que dijo que las películas de la plataforma podían “merecer un Emmy, pero no un Oscar". “No creo que los filmes que solo llegan a un par de salas durante una semana deban optar a los Premios de la Academia. Ahora cada vez menos directores lucharán para recaudar dinero o para conseguir que sus películas lleguen en los cines. Cada vez más realizadores permitirán que las empresas de vídeo on demand financien sus películas, tal vez con la promesa de una pequeña ventana cinematográfica durante una semana para que puedan optar a los premios. Sin embargo, una vez que se comprometen con un formato de televisión, son películas de televisión”, dijo tajante Spielberg defendiendo las salas como lugar donde ver cine.

También pedía que se recrudecieran las normas para optar al Oscar, y que se pusieran cuatro semanas de exclusividad en salas para que Netflix no las burlara a su antojo, aunque según publicaban los medios de EEUU, la empresa no tendría problemas en cumplir esas exigencias para el estreno de The irishman, su proyecto dirigido por Martin Scorsese y en el que se han dejado más de 150 millones de dólares. De hecho, el mismo día en que perdían el Oscar salía un primer teaser tráiler del filme dejando claro que se estrenaría en cines… y en Netflix.

Martin Scorsese en el rodaje de Silencio.

Al otro lado de la balanza un sinfín de directores que ven en las nuevas plataformas de contenido y en Netflix en concreto la posibilidad de dirigir proyectos que no consiguen levantar de forma tradicional. El propio Cuarón decía que sin ellos Roma no hubiera sido posible, ¿quién iba a querer producir un filme de 15 millones de dólares en blanco y negro y rodado en español y mixteco sobre una criada en el México de 1971? O que se lo pregunten a Scorsese, que se ha tenido que enfrentar a todo el mundo por el montaje de sus películas. Gangs of New York fue mutilada y siempre tiene problemas por la duración pensando en la explotación cinematográfica tradicional. Netflix le ha dado barra libre, algo que seguía sin conseguir.

Muchos realizadores prefieren la pantalla grande, pero creen que lo importante es llegar a las salas. Es lo que dice Gerardo Olivares, que acaba de estrenar 4 latas y que trabajó con Netflix en el documental Dos Cataluñas: “Una película es una película; se estrene en una pantalla de veinte metros, de diez metros o en una televisión. A ver, a mí me gusta ver las películas en el cine. Eso es así. Pero, entre ver una película en televisión o no verla nunca prefiero poder verla en televisión”.

Estas plataformas han agitado mucho la industria y eso ha venido muy bien. Segundo, hay mucha gente que la única posibilidad que tiene de ver cine es a través de la televisión

“Primero, estas plataformas han agitado mucho la industria y eso ha venido muy bien. Segundo, hay mucha gente que la única posibilidad que tiene de ver cine es a través de la televisión. Cada vez se están cerrando más salas de cine. Hay un montón de pueblos que ya no tienen ninguna sala de cine. Pues ahora tienen posibilidad de verlas: cuando quieran, como quieran, con subtítulos, sin subtítulos, en versión original, dobladas, a las cuatro de la mañana o a las doce del mediodía. A mí, como cineasta, me gusta que mis películas se vean en pantalla grande, porque es como se tienen que ver pero, si gracias a Netflix, 4 Latas se va a poder ver en todo el mundo pues oye, claro. ¿No?”, zanjaba.

El punto medio

Para Juan Carlos Tous, CEO y creador de la plataforma de video on demand Filmin, la situación se ha desmadrado y sobredimensionado, ya que él cree que “no existe una pelea, sino que existen intereses diferentes”. “Por un lado están los intereses de una productora, que es Netflix, y los de una industria que es la exhibición de cine, y cada uno defiende lo suyo. Netflix entiende que la mejor manera es hacer su propio contenido, y decido lo que quiere hacer de acuerdo a los intereses de su empresa, y esos intereses pasan por estrenar en su plataforma, y hay que respetarlo, pero también hay que respetar que un festival de cine considere que si no tienes exhibición no puedes entrar”, cuenta a EL ESPAÑOL.

Tous cree en la convivencia de ambas formas de entender el mercado, ya que una primera explotación en salas favorece el ruido mediático cuando llega a las plataformas. “Para mí, por encima de todo está el cine, y una película no se va a hacer grande en formato doméstico si no se ha hecho grande en su paso por salas, ahí empieza todo. Cuanto más ruido mediático alrededor es mejor para su posterior distribución doméstica”, apunta.

El cine no va a dejar de existir. Nunca se había visto tanto cine ni había habido tanta audiencia, sólo se transformará

El director de Filmin espera que sea “cuestión de tiempo” que se acorten las ventanas, y de hecho afirma que ya se ha hecho, ya que hace un par de años era impensable que sólo pasaran 90 días entre el paso por el cine de una película y su llegada a formato domestico. “Lo mismo dentro de poco son 30 días o sólo una semana, la decisión la tiene que tomar el espectador, y cualquier negocio tiene que escuchar al cliente”.

En esta transformación pide “flexibilidad hacia el productor de la película, que es el que tiene que tomarla decisión” y eliminar el tiempo en el que un filme está en un limbo en el que acaba siendo ignorada por todos. “Mientras el público accede a las salas de cine mantendría esa ventana abierta, ahora, si a las dos semanas no va nadie la pondría online, con la promoción caliente y la gente recordándola porque ha pasado por salas”. Para los agoreros un mensaje claro: “el cine no va a dejar de existir. Nunca se había visto tanto cine ni había habido tanta audiencia, sólo se transformará”.

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