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"Amigos míos, retened esto: no hay malas hierbas ni hombres malos. No hay más que malos cultivadores”, la frase, escrita por Víctor Hugo en Los Miserables, cierra de forma contundente el debut cinematográfico del director Ladj Ly, de origen maliense y criado en las ‘banlieus’ parisinas. Su película se llama como la obra maestra del escritor francés, y no lo hace por casualidad, porque con ella comparte un espíritu de rebelión contra un sistema tan podrido y desigual que sólo cabe destruirlo desde la base. El alzamiento de los oprimidos contra un poder que no sólo no les entiende, sino que les hacina en barrios para perpetuar su pobreza y sus posibilidades de mejorar.

El filme de Ly, basado en su propia vida y que ya retrató en un cortometraje con el que ganó el César, es una radiografía poliédrica de la vida en un barrio de las afueras de París, donde conviven decenas de nacionalidades y que tiene su propia ley. Un lugar al que la gente sólo mira cuando sale en la sección de sucesos y para el que las instituciones no trabajan. Allí construye una historia de vidas cruzadas en las que acierta al no juzgar a nadie. Ni al policía racista, ni al musulmán que tiende sus hilos de infuencia. Menos aún a unos niños que crecen sin referentes y que toda la autoridad que ven está basada en el abuso, las corruptelas y la ley del más fuerte.

Un suceso en apariencia inocente, el robo de un cachorro de león a un circo de gitanos por un niño negro, pone en jaque todo ese castillo de naipes, mostrando los intereses de todas las partes, las miserias de cada uno y el estado a punto de incendio de este lugar. Los dardos de Ly sólo apuntan a un mismo sitio: el sistema, la clase política que no hace nada por la igualdad.

Fotograma de Los miserables.

“Es fácil convivir con los demás cuando tienes dinero, cuando no lo tienes es mucho más complejo, necesitas compromisos, apaños, triquiñuelas… es una cuestión de supervivencia. Para los polis también, viven en modo de supervivencia, las cosas no son fáciles para ellos. Mi película no es pro nadie, he intentado ser lo más justo posible. Tenía diez años la primera vez que la policía me paró y me cacheó, así que te puedes hacer una idea de lo bien que les conozco. La mayoría no tiene educación y viven en malas condiciones y en el mismo barrio”, dice Ly en el dossier de prensa de un filme que huele a premio desde el primer día de festival.

“La responsabilidad recae en los políticos. Se puede decir que las cosas sólo han ido de mal en peor, y a pesar de todo hemos aprendido a vivir en este barrio con 30 nacionalidades diferentes. La vida en los suburbios está muy lejos de cómo se cuenta en los medios. ¿Cómo pueden los políticos ni siquiera ofrecerse a solucionar nuestros problemas cuando ni siquiera saben cómo vivimos”, dice en el mismo documento.

La responsabilidad recae en los políticos. Se puede decir que las cosas sólo han ido de mal en peor. ¿Cómo pueden ofrecerse a solucionar nuestros problemas si ni siquiera saben cómo vivimos?

La inclusión de Ladj Ly en la Sección Oficial a concurso es toda una declaración de intenciones, ya que se trata de un activista que sigue viviendo en su barriada conflictiva aunque ahora dirija películas y sea considerado una de las promesas del cine francés. Allí ha abierto una escuela de cine, y con ella intenta transmitir la misma sensación que creó en él Roman Gavras, el hijo de Costas Gavras, cuando con su asociación Kourtrajmé le enseñó a coger una cámara y a grabar todo lo que ocurría en esos enormes bloques de hormigón que nada tienen que ver con el resto de arquitectura parisina.

El director ha definido su película como “un grito de alarma”. “No ha cambiado nada, y esto es un disparo al aire, porque estamos hablando de nuestra juventud, de niños en barrios difíciles y esas banlieus son un desastre en términos de educación, cultura… todo está mal. Lo único que digo es que nos escuchen, porque nadie escucha a esta gente. Es un grito a Macron, el tiene que ver la película. Mucho antes de que llegaran los chalecos amarillos ya teníamos a gente pidiendo derechos, ya teníamos violencia policial en estos barrios, los disparos con pelotas han ocurrido siempre, y parece que la gente lo descubre ahora. Tres cuartas partes de la gente que vivimos allí hemos convivido con esos balazos, con los medios agresivos. Los chalecos amarillos llevan seis meses de lucha y se les escucha, a nosotros en los barrios no”, ha dicho Ly, muy crítico con su país.

El equipo de la película posa en la Croisette. Reuters

Su voz tiene la coherencia de quien ha decidido seguir viviendo allí para ayudar a cambiar las cosas, y por eso tiene claro que están “abandonados” y que nadie les escucha porque consideran “que hay franceses de diferentes categorías”, pero pide esperanza, porque él es el ejemplo de que de vez en cuando las cosas salen bien, aunque sabe que, ahora mismo “crecer en una banlieu es un handicap, es muy complicado encontrar trabajo después”.

Sobre su polémica y revolucionario final ha preferido volver a dejar el tema abierto, y no se ha mojado sobre si la violencia puede ser la respuesta. “No sé si es la reacción correcta, pero es una revolución contra la policía por sus abusos”, ha zanjado antes de explicar los planes con los que está intentando revitalizar su barrio. Ly se ha unido al colectivo que le descubrió (Kourtrajmé) y ha abierto en su barriada una escuela de cine gratuita, porque “para hacer películas no hace falta un doctorado”.

Para el año que viene ya tienen más de 1.000 solicitudes, y aunque él haya pisado la Alfmobra Roja de Cannes no desiste en su activismo. Su próximo plan: abrir escuelas como esta en países africanos como Senegal o Burkina Fasso, aunque denuncia que nadie quiere ayudarles con la financiación. Apunten su nombre, porque Ladj Ly ha llegado para iniciar una revolución contra el orden establecido, y de paso para llevarse algún premio.

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