Dolan se estrella (otra vez) en Cannes con su romance gay entre dos amigos
Una de las películas más esperadas se convierte en una de las grandes decepciones. El joven director da muestras de agotamiento.
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Xavier Dolan entró en el cine como un terremoto. El Festival de Cannes vio en este joven canadiense una de las mayores promesas del cine mundial y lo apadrinó desde sus secciones paralelas hasta que llegó el gran salto a la Sección Oficial con Mommy, en 2014. Allí ganó el Premio del Jurado en una foto histórica, ya que lo logró ex aequo con el maestro Godard. Juventud y veteranía unidas en La Croissette.
Su siguiente filme, Sólo el fin del mundo también compitió por la Palma de Oro, y fue la primer vez que su cine, potente, fresco y desprejuiciado dio muestras de agotamiento. Aquella familia gritona y llena de traumas sacó de quicio a la mitad de los espectadores, pero aun así ganó el Gran Premio del Jurado y le dio la oportunidad al director de rodar en Hollywood con un reparto de estrellas su siguiente filme: The death and life of John Donovan.
El resultado pocos pueden decir cómo fue, ya que sólo se vio en Toronto y las críticas fueron tan terribles que ninguna distribuidora se atrevió a comprar la película, que sigue inédita en todo el mundo excepto en Francia. Por eso había mucho morbo en descubrir qué había traído Xavier Dolan en su regreso a la Sección Oficial de Cannes. El misterio se ha resuelto, y Matthias y Maxime, que así se llama su nueva obra, es la confirmación de que Dolan da muestras de agotamiento en forma y fondo.
Su octava película con apenas 30 años es su regreso a Canadá, al cine en francés, y a historias que le tocan desde lo íntimo. En este caso la relación de amistad de dos amigos que al besarse para un cortometraje descubren una atracción que no sabían que existían. O sí. Porque el largometraje no explica bien la relación de sus dos protagonistas. Realmente nunca sabes si esa pulsión estaba antes, si surge de ese momento o si se trata de dos personas que han vivido su homosexualidad en el armario.
El punto de partida ya de por sí cuestiona la credibilidad. Esa panda de amigos que Dolan describe no son los típicos machitos que salen en busca de chicas y hablan de follar todo el rato. Tienen una nueva masculinidad, algo que se agradece. Se besan, se abrazan, se tocan y bromean con ello. Por eso no tiene sentido que todo el trauma de estos dos personajes sea el miedo a aceptar que se atraen. Podría tenerlo en el caso de Matthias, un joven de una familia bien, con una maravillosa novia de toda la vida y trabajando en un conservador bufete de abogados. Pero no en el de Maxime, que en un ataque de egolatría da vida con poco tino el propio Dolan.
No hay química entre ellos. No hay conflicto, ni tensión, ni está bien descrito el tormento interior de los dos protagonistas, que además se rodean de un grupo de secundarios que consiguen algo sorprendente: que todos te caigan mal. En su película más contenido Dolan vuelve a recurrir a los gritos, las conversaciones a mil voces e incluye una crítica de trazo grueso a la clase pija canadiense que parece un gag de programa de humor.
Por supuesto, como en todo filme de Dolan, tiene que haber una madre.l Aquí la del protagonista, una yonki en rehabilitación que le trata fatal. ¿Aporta algo a la trama o al conflicto principal? No, pero qué sería de una película suya sin un trauma materno filial. Si en lo narrativo es fallida -sólo un par de escenas, como su encuentro y la llamada telefónica emocionan-, en lo visual es un gatillazo en toda regla. Aunque mantiene su gusto por las imágenes a cámara lenta, los subrayados musicales o las imágenes congeladas, todo parece a medio gas. Ni siquiera están esos arrebatos videocliperos, esas inclusiones musicales noventeras que eran una apología a su juventud y sus referencias pop. Hasta desatura la tonalidad del filme, y lo hace además metiendo una broma interna que suena a mala leche.
Por su temática y parte de su estilo, a Dolan -que encima se pone una mancha en la cara para aumentar el dramatismo de su personaje- siempre le han mencionado a Pedro Almodóvar como una de sus influencias más evidentes. El director siempre lo ha negado, y en este filme se toma su venganza cuando tres pijas comentan el corto de la hija de una de ellas y como tiene mucho color dicen que parece de ELMODÓVAR. Con error en el nombre incluido.
La prensa se ha mostrado polarizada, entre los que piensan que es su regreso al cine persona que hacía falta y los que lamentan que aquel joven realizador que parecía que iba a revolucionar el cine de tan pronto muestras de agotamiento.