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Alejandro Amenábar sabía que se metía en un jardín considerable cuando decidió hacer Mientras dure la guerra. Se metió con un tema que sigue levantando ampollas, la Guerra Civil, y con un personaje que todo el mundo se quiere apropiar, Miguel de Unamuno. El escritor ha sido usado por la derecha, la izquierda y el centro para sus propios beneficios, y según contaba el propio director a este periódico, eso es porque nunca se casó con nadie.

La figura de Unamuno es apasionante. Y su paso desde que apoyó -incluso con dinero- al bando nacional en el golpe de estado contra la república, hasta que realizó su famoso discurso en el paraninfo de la Universidad de Salamanca, un viaje perfecto para radiografiar la España de entonces. Hablar de aquella época supone ser consciente de que te van a atacar por todos los lados. Y de hecho el pobre Amenábar sufrió las iras de la Plataforma Millán Astray desde que anunció el rodaje. Lo hicieron buscando titulares, acusando otra vez al cine español de subvencionados y otros mil tópicos que deberían estar derribados.

También le han atacado desde la derecha, dando por hecho el posicionamiento político del director antes de ver la película. Un clásico, insultar sin conocimiento de causa. Muchos de ellos se sorprenderían al ver Mientras dure la guerra, porque precisamente Amenábar ha querido ser Unamuno y ha decidido no casarse con nadie. Es precisamente en su posicionamiento en lo que el filme se ve lastrado, ya que todo el rato quiere situarse en un equilibrio que no siempre es posible. Cada vez que alguien da un argumento en contra del golpe de estado y de Franco, el guion da un contraargumento para nunca moverse de un extremo centro que, en un filme así no debería elegirse como zona de confort.

Tráiler de 'Mientras dure la guerra'

Amenábar ha dejado claro que ha elegido la tercera España, que no se posiciona ni con los 'rojos' ni con los 'azules', como diría algún político, y su mensaje está claro: quiere el consenso, que nos escuchemos, que aunque pensemos diferente nos abracemos, una idea algo naif que queda clara en esa discusión al sol en una montaña entre Unamuno y su amigo que es uno de sus subrayados más prescindibles. Precisamente por ese grito de fraternidad la película debería gustar y funcionar bien entre cualquier tipo de público, excepto a los que navegan en los extremos del tablero. Si en sus entrevistas ha sido más beligerante y claro, en la película siempre tiende a la timidez ideológica.

Esa equidistancia es el principal pero que se le puede poner a un filme que, por lo demás, es un producto sólido, con un nivel de producción estelar, y un reparto que hace que uno se olvide de los personajes reales al verlos encarnados por ellos. Karra Elejalde brilla con el personaje más complejo, el más carismático y el que lleva la película sobre sus hombros. Acierta en esa mezcla entre la campechanía y la sabiduría que le imprime, y su discurso final, ayudado por la puesta en escena de Amenábar, es el momento cumbre de la película -a pesar de esa cuestionable mano salvadora de Carmen Polo-. Su enfrentamiento con Antonio Banderas en los Goya va a ser de nivel.

Karra Elejalde, como Unamuno en 'Mientras dure la guerra'.

Eduard Fernández se mete con facilidad en la piel de Millán-Astray, el personaje menos definido y más simple de todos, y la sorpresa está en Santiago Prego, actor desconocido que se mete en el papel más difícil de todos. El gran hallazgo de la película es dar con uno de los mejores, sino el mejor, Franco que hemos visto en pantalla. No renuncia a los tics del dictador que todos hemos visto y oído, pero no lo caricaturiza, no es una parodia, sino que lo trata con complejidad, como un hombre estratega que fue capaz de alargar la guerra para perpetuarse en el poder. El retrato de las luchas de poder en el bando nacional es lo más novedoso y una de las partes más interesantes de la película, y la elección de Prego juega en su favor.

Correrán ríos de tinta sobre Mientras dure la guerra, y le acusarán de todo. Muchos de ellos sin verla, así que lo único que se puede hacer es ir al cine y luego hablar y, al menos, valorar que un director se haya atrevido, en este clima de transición, a intentar hacer esta película.