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En 1999 un nombre surgió casi de la nada en nuestro cine. Era el de Benito Zambrano, que con una ópera prima llamada Solas sorprendió a todos. El relato de dos mujeres enfrentándose a una sociedad que las expulsaba rompió a todos, y también a los académicos, que la premiaron con cinco premios Goya, entre ellos el de Mejor director novel y Mejor guion original, que se lo llevó frente a la ganadora de aquel año, Todo sobre mi madre, de Pedro Almodóvar.

Desde entonces Zambrano ha elegido cada paso de forma milimétrica y siempre llevándole por lugares inesperados. Lo siguiente a solas fue una mini serie como Padre Coraje tres años después y cuando nadie hablaba de la edad de oro de la televisión española. Tuvieron que pasar otros tres años hasta que llegara su segundo largo, un canto a la amistad y a Cuba llamado Habana Blues.

Otros seis años corrieron hasta que rodó la adaptación de de La voz dormida, la novela de Dulce Chacón que nos descubrió a María León y que le llevó de nuevo a los Goya. Era 2011, y desde entonces no habíamos tenido noticias de él, hasta que se anunció que él sería el encargado de adaptar otra novela de prestigio como Intemperie, de Jesús Carrasco. La historia de un niño -gran descubrimiento de Jaime López- que escapa de un patrón violento y entabla una amistad con un pastor interpretado por Luis Tosar. Ambos sin nombre y en una tierra y una época sin identificar pero que en la mente de todos los lectores era una España de posguerra seca y árida.

Fotograma de Intemperie.

Ahí es donde sitúa Zambrano su historia, y él -que escribe el guion junto a Daniel y Pablo Remón- sí le dice al espectador que esto es España en los años 40, después de la Segunda Guerra Mundial, lo hace para que el espectador “se ubique de forma fácil, porque en una novela tienes mucho tiempo para pensar, pero en una película no puedes estar hora y media preguntándote dónde y cuándo ocurre esto”. Con su regreso a los cines inaugura la SEMINCI de Valladolid, aunque lo que más nervios le da es el estreno al público el 22 de noviembre, “porque ahí es cuando la gente va a ir por propia elección y tendrá que pagar una entrada, pero esto ayuda a visibilizarla y ponerla en cartel”, cuenta a EL ESPAÑOL.

Por primera vez encadenará dos proyectos, ya que según estrene Intemperie se pondrá a rodar Pan de limón con semillas de amapola, la adaptación de la novela de Cristina Campos. Esta continuidad le parece “como un milagro” y explica que este es un trabajo que lleva mucho tiempo de preparación y que entremedias apareció Intemperie, pero que lo normal no es tener tanta suerte. “La industria no está para que salga un proyecto cada dos años, de hecho a nivel europea la media de película en película es en torno a seis y ocho años, así que yo estoy en esa media, ya en el límite”.

“No es fácil, no son tantos directores los que estrenan cada cuatro años. Es difícil. Hay tener un buen proyecto, un buen guion… es complicado. Y después los productores tardan dos años en encontrar financiación, las ayudas, el ICAA, las coproducciones… algunos de los grandes pueden hacerlo, pero el resto no, la industria no te permite una continuidad. Yo soy exigente pero eso tampoco es un problema, si un proyecto me atrae lo hago, pero mantener una dinámica de una película cada cuatro años... nos haría falta tener una industria mucho más potente, más proyectos bien pagados para que nos acercáramos al formato Hollywood, donde hay guiones y directores que hacen películas con continuidad, pero hay que tener esos guiones. Me gusta rodar y lo necesito, y no se gana dinero suficiente como para estar ocho años sin rodar”, añade.

Fotograma de Intemperie.

Fue Morena Films, la productora de Campeones, la que le acercó el guion de Intemperie, y allí, como en la novela, encontró una historia “dura, muy seca” que como decía la prensa, tenía ecos de Miguel Delibes, un escritor que siempre le gustó por su retrato del “mundo rural”. “Yo soy de un pueblo de Sevilla, del mundo rural, he trabajado en cortijos, y leyendo la novela en mi cabeza surgieron referentes, quería hacer un cine agrícola, agrario, rural… Lo entendía y lo sentía así”, apunta el realizador.

Aunque la película tiene un espacio concreto, el paisaje parece sacado de La carretera de Cormac McCarthy y la posguerra parece un escenario postapocalíptico. “Es esa España seca y cruda que está muy herida por todos los conflictos bélicos de todo el siglo XX. Una España pobre y miserable a la que encima el clima no ayuda. Recuerdo la época de de sequía y era terrible, la tierra se resquebrajaba por falta de agua, y eso lo viví, es parte de mi cultura emocional. La novela tenía un poco de eso, duna sensación de abandono casi postapocalíptico, una España vacía donde la gente huía, también por la desbandada de la guerra… Hay muchas cosas que quería que se contaran”, explica Zambrano. Una España en la que la violencia engendra violencia, y en la que el odio se inocula como un virus, pero en la que la relación de un niño y un pastor puede suponer un halo de esperanza.

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