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El 11 de marzo de 1977 Roman Polanski es arrestado en Los Ángeles. El director, uno de los más prometedores y mediáticos por el caso de Sharon Tate -su novia que fue asesinada por la banda de Charles Manson en 1969-, era detenido por la policía. Se le acusa de haber drogado a una menor, de cometer un “acto de concuspencia o lascivia con un niño” y de “relaciones sexuales ilícitas”. Aquellas acusaciones se referían a los sucesos ocurridos el día anterior, cuando Polanski estuvo en casa de su amigo Jack Nicholson con Samantha Geimer, modelo de 13 años a la que había fotografiado.

La menor había denunciado al director por violación, mientras que el director argumentaba que fue sexo consentido. El 1 de febrero del año siguiente Roman Polanski cogía un avión desde el aeropuerto de Los Ángeles y no volvería jamás. De hecho, si pone un pie en el país sería arrestado inmediatamente. Las consecuencias de aquellos hechos todavía están latentes en nuestra sociedad, y la prueba es lo ocurrido en la gala de los Premios César, donde hubo manifestaciones en contra de sus nominaciones (y premios) por El oficial y el espía.

Se le acusa de no haber cumplido su condena, de haber huido de la justicia y de quedar impune de la violación de una menor, pero, ¿qué ocurrió entre el 11 de marzo de 1977 y el 1 de febrero de 1978 para que el director huyera después de haber reconocido su delito e incluso de haber estado en una cárcel cumpliendo parte de su condena. Eso es lo que explica el documental Roman Polanski: Se busca, dirigido en 2008 por Marina Zenovich y que ahora vuelve a estar de rabiosa actualidad. Tanto, que desde la plataforma Filmin lo han rescatado y puesto en su catálogo.

Samantha Geimer, la víctima, en una imagen del documental.

La película es una radiografía al juicio, contando todos los pasos e intentando entender qué pasó para que huyera. El filme se centra en el caso, pero cuenta con testimonios valiosos. En primer lugar el de la víctima, de la que nunca duda. Unas declaraciones duras, dolorosas cuando recuerda todo lo vivido. Especialmente una vez declaró y se filtró su nombre. La gente no la creía, la prensa la juzgaba, salieron detalles turbios, se cuestionó que su madre hubiera dejado estar a solas con Polanski… Una víctima como tantas otras que se enfrentó al machismo de la sociedad.

Haber tenido una relación previa la convertía en una mujer sin ‘rasgos’ de poder ser violada. Y con sólo 13 años tuvo que enfrentarse en su declaración a preguntas como: ¿qué ropa interior llevabas?, ¿te diste una ducha vaginal?, ¿sabes lo que es el semen? Y otras tantas barbaridades. Un acierto del filme es dejar claro que esto no va de cuestionar a Samantha Geimer, sino de explicar un juicio en el que hubo demasiados intereses y demasiadas negligencias.

El propio Polanski, las pocas veces que ha hablado de este tema, ha declarado, como se ve en el filme, “que tuve la mala suerte de encontrar a un juez que abusaba de la justicia y que estuvo jugando conmigo un año. Yo era un ratón con el que un gato abominable se divertía”. Una visión algo exagerada pero que entra en el quid de la cuestión, los cambios de parecer y de criterio del juez Rittenband, encargado del caso y obsesionado con la prensa hasta el punto de que recortaba cada aparición suya en los medios.

Roman Polanski en la actualidad. EFE

Para Douglas Dalton, el abogado defensor de Polanski y que habla en el filme, su marcha “eclipsó lo importante y lo que pasó con el sistema judicial”. Dalton comenzó aquel juicio convencido de que ganarían de forma fácil, y de hecho el director se declaró inocente de todos los cargos en una primera declaración, pero una prueba de última hora, consistente en unas braguitas de la víctima, hicieron que se replanteara la estrategia. Finalmente él y Roger Gunson, fiscal del estado que defendía a la niña, llegaron a un acuerdo. Polanski se declararía culpable ‘relación sexual ilícita con una menor’. Las dos partes quedaban contentas, ya que la familia de ella quería evitar que tuviera que declarar y que se convirtiera en un circo mediático.

Acordarían una libertad condicional, que tiene una sentencia indeterminada, pero por la que nadie había ido a prisión durante el año anterior. Además, dos psiquiatras valoraron que Polanski no era un depredador sexual ni un pedófilo ni estaba mentalmente perturbado. Era más que suficiente para que quedara fuera con la condicional, pero el juez Rittenband no lo tuvo claro. Amigos y compañeros suyos hablan en el documental dejando claro que ellos le aconsejaron ser duros con el director. También la prensa de EEUU pedía ser ejemplar con él mientras que la familia de Samantha pedía que no se le encarcelara.

La decisión del juez fue sorprendente. Junto al fiscal y al abogado de Polanski y les pidió participar en un sainete para que la gente no se le echara al cuello. Les anunciaba que iba a fingir un número público para anunciar que iba a pedir un “estudio de diagnóstico”, es decir, un informe de cara sobre la condicional y que no suponía su sentencia final, pero por la que Polanski tenía que ir 90 días a la prisión estatal de Chino pero que iba a poder pedir prórrogas para rodar el proyecto que tenía entre manos en una situación económica complicada que había llevado al director a aceptar un remake en el que no creía.

Roman Polanski. Reuters

En esa primera prórroga de tres meses la prensa publica una foto de Polanski de fiesta con una mujer, algo que hace enfurecer a los medios de EEUU, que piden mano dura al juez. Este le hace regresar inmediatamente al país y solicita su entrada en prisión para cumplir esos 90 días con los que cumpliría una ‘sentencia’ extraoficial antes de lograr la condicional. El 19 de diciembre de 1977 entra en la cárcel, pero sólo está 42 días de los 90, algo que sorprende a todos y que vuelve a poner el foco sobre Rittenband. “¿Vas a permitir que es enano polaco quede impune?”, cuenta un testigo sobre una de las presiones que recibió el juez, a lo que él contestó que pensaba “encerrarle de por vida”.

Entonces llamó a Dalton y Gunson, que confiesan a cámara que les volvió a ofrecer un teatrillo para salir del paso. Polanski debía cumplir al menos otros 48 días en prisión, y luego podría obtener en la condicional, pero que no iba a hacer una sentencia tan baja, sino que quería aparentar que le ponía una sentencia más alta y se tendrían que fiar de él para que se cumpliera un pacto. Ni el fiscal ni el abogado se fiaron de él, que les presionaba recordándoles que la sentencia no se había dictado y que todavía podía hacer lo que quisiera. Dalton le contó a Polanski que declararían la sentencia ilegal, y que habría que apelar, pero que sería un proceso largo durante el cual debería estar en la cárcel en EEUU. Ese mismo día huyó a Europa en el avión del productor Dino de Laurentis. Polanski nunca supo cuál sería su condena, y sólo cumplió una parte de ella en un proceso tan turbio que acabó sepultando todo.

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