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Caretas fuera. Iba con todos los prejuicios del mundo a enfrentarme a The Mandalorian. El bajón del Episodio IX y lo flojo de los spin-offs del mundo Star Wars, especialmente ese insulso y aburrido filme dedicado a Han Solo, me habían hecho temer lo peor. Dentro de mí había una lucha interna. Por un lado me apetecía que estuviera bien, volver a disfrutar con una saga que me ha enamorado -también con su polémico Episodio VIII-, pero por otro estaba el morbo de ver cómo se estrellaban. Deseaba, un poquito en mi lado más sádico, que el enésimo producto de La guerra de las galaxias fuera un fiasco y así dejaran de cargársela y sus fans tóxicos rabiasen un poco más.

Me cabreaba, también, que la gente se la hubiera visto pirata. Si Disney+ llegaba aquí en marzo, ¿por qué no podíamos esperar todos para verla a la vez en las fechas marcadas?, ¿es que tenemos tal ansia de consumo que teníamos que verla el primer día? Todo contribuyó a un cabreo de abuelo cebolleta que, gracias a dios, se ha calmado. Y lo ha hecho de la mejor forma tras ver los dos primeros episodios de The Mandalorian, la primera serie de acción real dedicada al universo Star Wars y que ya se pueden ver en Disney+.

El showrunner detrás de todo esto es Jon Favreau, especialista en grandes producciones de entretenimiento -aunque también de bodrios como la versión de acción real de El rey león- y que aquí lo ha bordado al apostar por una serie alejada de los personajes ya conocidos. Mejor no meterse con los clásicos y dejarles respirar. Le da el protagonismo a un cazarrecompensas (como el mítico Boba Fett) y le sigue en una misión encargada por un villano al que da presencia, voz y carisma el director Werner Herzog. La trama se ambienta justo después de El retorno del Jedi, por lo que la república ha ganado y el imperio ha caído, pero en un planeta de los confines que vive un poco al margen de la ley. Lugares que recuerdan al Tatooine del Episodio IV y que marcan el tono de la serie, el de un western clásico.

Fotograma de The Mandalorian.

Tampoco es una decisión alocada. El Episodio IV ya lo era. La saga original mezclaba el género del oeste y la space ópera con éxito, y aquí se entregan al western de pleno. Lo hace con una serie más austera, menos pomposa, con menos efectos especiales, menos personajes y hasta menos efectos especiales. La trama, depurada hasta el máximo. Nada de tramas secundarias que aportan poco o nada y una duración clavada. Estamos hartos de capítulos de una hora, The Mandalorian va a saco, a lo bueno.

Lo más importante es que es entretenida y amplía el universo sin venderse a los guiños constantes a los fans locos, esos que se cargaron el Episodio IX. Por supuesto que hay nostalgia, y hay guiños, debe haberlos, pero no están subrayados ni son constantes ni se cargan la trama. Son esas esculturas de carbonita, los detonadores termales, las criaturas que aparecen de fondo… Detalles que añaden y no restan ni lastran. Todo está en orden, desde la fotografía crepuscular traída del western, a la maravillosa música de Ludwig Göransson -ganador del Oscar por Pantera Negra-, pasando por sus preciosos títulos de crédito.

Baby Yoda dispuesto a ser el merchandising más vendido.

Este personaje austro, un mandaloriano -añadiendo una nueva mitología gracias a esta cultura que se había explotado en la serie de las Guerras Clon pero no en las películas-. Un personaje solitario, marcado por la guerra que da importancia a su armadura, que cuenta su historia, sus heridas y sus batallas. El tipo de héroe del western al que aquí nunca le vemos la cara pero seguimos en la aventura que le une con EL PERSONAJE. Sí, con mayúsculas, porque el hallazgo de Baby Yoda es digno de destacar.

Y mirad que estaba harto de ver memes, tuits e imágenes suyas, pero es que lo merece. La idea de explotar la raza del maestro Yoda a través de un personaje que tiene 50 años pero es un bebé que comienza a usar la fuerza es magnífica. Primero, porque han creado un secundario con carisma, del que queremos saber más, conocer su pasado y ver cómo se une con las historias que ya conocemos. No habla, sólo actúa de muleta para ese mandaloriano que es pura austeridad. Segundo, porque van a vender muñecos como churros, porque es tan entrañable que te lo quieres llevar a casa. Gracias a The Mandalorian he recuperado la fe en Star Wars. Estaré semana tras semana siguiendo sus aventuras. Así sí.

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