La historia del arte está llena de robos imposibles. De ladrones de guante blanco que se lucran vendiendo obras maestras en el mercado negro. Pero también de historias surrealistas, de esas que cuando uno las escucha no puede dar crédito. Entre todas ellas puede que la más sorprendente sea la de Kempton Bunton, un taxista de Newcastle de cerca de 60 años que robó el retrato del Duque de Wellington realizado por Goya y que se encontraba en la National Gallery.
Y todos se preguntarán, ¿cómo es posible que un señor, en una edad tan avanzada y sin ningún conocimiento de técnicas de pillaje consiguiera llevarse semejante botín? Pues según sus palabras en el juicio que le dejó libre, prácticamente entró por una ventana con una escalera de madrugada y se lo llevó sin que nadie le viera, ya que la obra estaba puesta en un caballete sin ningún tipo de anclaje ni seguridad extra. Es verdad que eran otros tiempos. Hablamos de 1961, con el cuadro recién llegado a Reino Unido por el precio de 140.000 libras. Un acontecimiento que provocó que hubiera colas para entrar al museo.
Para conocerla ha llegado el cine británico, que la ha llevado a la gran pantalla en The Duke, dirigida por Roger Mitchell, el autor de Notting Hill, y protagonizada por Jim Broadbent, como el taxista, y Helen Mirren como su mujer. Un filme que ha encandilado en su paso por el Festival de Venecia, donde está fuera de concurso, por su mezcla de buenos sentimientos, crítica social y entretenimiento sin complejos. Ese cóctel que tan bien les funciona a los británicos y que lo han demostrado en filmes como Full Monty o Pride.
The Duke cuenta la historia del robo, pero se centra en lo que hay detrás, en la historia de Kempton Bunton y en las motivaciones que tuvo para realizarlo. Unas motivaciones que están muy lejos de la avaricia, o del rédito persona. Bunton declaró, y así se lo hizo conocer a la policía en las notas de ‘rescate’ que mandó antes de entregarse, que lo que quería era concienciar sobre las malas condiciones de la clase obrera de Reino Unido, que ganaba menos de 10 libras a la hora por su trabajo mientras veía cómo su gobierno se gastaba una millonada en arte. Un Robin Hood, o un Don Quijote, cojo se le llega a describir en el filme, que creía en una sociedad más justa, y en que había que forzarla luchando en las calles.
La película acierta en el retrato de la clase obrera de Newcastle. Señores en edad de jubilación que siguen trabajando para mantener a sus familias, madres que cuidan la casa y limpian las de los ricos, y jóvenes que no tienen más oportunidad que trabajar en los astilleros. Mientras, en la tele, ven el cuadro de un señor que, además, no era conocido por sus ideas progresistas. Un choque de clases que provoca un robo tan inocente que nadie pudo condenar al pobre Bunton.
También pone el acento en otra cuestión, el impuesto por ver la televisión pública que se paga en Reino Unido. Una licencia para sufragar la BBC y contra la que este taxista luchó toda su vida. Antes de por el robo él ya había salido en las noticias por piratear la señal y pedir que a los jubilados y gente sin recursos no se les hiciera pagar por estar informados y entretenidos, algo que consideraba un derecho para todos. En el 2000 el gobierno británico reconoció ese derecho a los mayores de 60.
La película es una de esas comedias de buen corazón que entretienen, sacan una sonrisa y además emocionan. Lo hace por su mezcla de cine social, y producto de primera con dos actores que se comen sus escenas a bocados. Jim Broadbent está magnético. Un personaje excéntrico, pero que camela a todos, empezando por el espectador. Un soñador que ha vivido toda su vida peleando por los derechos de los trabajadores y que siempre se estrella. A su lado una mujer que ha tenido que trabajar el triple para que su marido pudiera realizar su lucha y a la que Helen Mirren llena de sentimientos.
Puede que un Festival de Venecia, que busca sorprender entre lo mejor del cine de autor, no sea el lugar más adecuado para un filme de estas características, destinado al público y a funcionar en la taquilla, pero en un año tan raro, en el que las salas están a medio aforo, se agradece una película que ha hecho que la crítica y la gente salga con una sonrisa y oiga las risas del compañero, aunque fuera a más de un metro de distancia.